Wednesday, July 25, 2007

Ella: la búsqueda (II)

Dame cinco minutos, lindo, sí?

Dependiendo de qué clase de persona seas, esas primeras tres palabras o te dan aliento o te desesperan. ¿Yo? Yo creo que deberían ser las peores palabras que un hombre puede escuchar, sólo superadas por Tenemos que hablar. Ningún hombre debería ser sometido a semejante tortura.

Pero hombres al fin, jamás aprendemos.

Esas inocentes palabras las recibí a las 4:55 de la tarde de un sábado de julio. Había llegado puntual a recoger a la chica de mis sueños. Iba a llevarla a tomar un café, iba a llevarla a ver alguna película que yo esperaba no fuera una basura particular, y después la regresaría aquí. Bueno, esa última parte era algo que cualquier hombre en los inicios de sus veinte años quiere considerar "una posibilidad abierta", pero era la esencia.

Yo le había avisado por mensajito que ya había llegado, y esa fue la respuesta. OK, eso lo puedo tolerar, pensé.

Poooobre idiota...

La señorita en cuestión vive en una calle ciega en una urbanización al este de nuestra querida ciudad. A esa hora, ese día, estaba atestada de caros. Los únicos sitios para parar el caro eran las entradas a los estacionamientos. De modo que maniobré mi Starlet (sí, un Starlet... ya llevaba diez años en mi familia. ¿Y qué?) a la entrada de su edificio, y me senté a esperar. Chequeé mi colonia, aliento, asiento de copiloto. Revisé que el asiento de atrás no estuviera demasiado desastroso. Al ver que todo estaba en orden, me bajé del carro. Tenía todo el show armado: Madame, buenas noches, pase adelante. Entones le abro la puerta y le tomo la mano para que se monte. Y doy la vuelta por detrás, a ver si me abría la puerta. Alguito que aprendí de la película A Bronx Tale. Gracias, Chazz Palmintieri.

Bien, me bajé, y me recuesto del carro. Sabes, tratando de parecer el dueño del mundo. Qué pendejos somos cuando chamos, Dios... Bueno, anyway, de todos modos no bien me recuesto del caro, cuando veo que la reja del garage se está abriendo. Alguien iba a salir de su edificio. Corro a mover el caro, después de hacer el gesto universal de pedir perdón de levantar las manos y sonreír a la señora que está en la camioneta que se dispone a salir. La señora levanta las manos y asiente. Tranquilo, pero dale, muévelo.

Muevo el carro, y me vuelvo a meter en mi puesto una vez que la camioneta me pasa al lado. Veo el celular. 5:01. Ya pasaron seis minutos. En cualquier momento. Y me paro al lado del carro.

Y espero.


Y entonces...

¡¡¡PE-PEEEEEEEEEEEE!!!

Casi brinqué fuera de mi piel. 'Na guará de susto. Era un lanchón de carro, un Conquistador, que me pedía paso. Esta vez, sólo levanto las manos para pedir disculpas. El hombre que está manejando se limita a verme. Viejo pajúo, pienso.

Muevo el carro de nuevo, esta vez hacia adelante. El viejo mete su lancha, no antes de lanzar una mirada desaprobadora en mi dirección. Una vez adentro, retrocedo de nuevo a mi puesto, y veo el reloj. 5:11. ¿Y entonces?

Me volví a bajar del carro y me disponía a mandar un mensaje cuando el viejo se asoma por el estacionamiento. Tendría como unos sesenta y pico de años, calvo y con lentes que parecía habérselos comprado a Héctor Lavoe. Y estaba vestido de beige de pie a cabeza. Y con una voz de notable acento italiano, me dice: "Espero que nadie tenga que salir de emergencia mientras tenga ese carro allí."

Levanté la vista, y vi si el hombre iba a seguir con su sermón. El malhumor estaba empezando a gotear dentro de mí, pues nunca me ha gustado esperar. Y este viejo lo estaba pasando de un goteo a un chorrito. Abrí la boca para decirle algo, pero honestamente no quería darle el placer. No iba a dejar que me arruinara la vida

(más de lo que ya estaba)

de modo que me limité a mirarlo. Hasta traté de sonreír. Y le levanté la mano en paz. Ni mutis de parte del fiero italiano. Y todo hubiera quedado ahí. Hasta que masculló: "Muchachos del coño que no quieren servir para nada..." mientras se alejaba.

No soporto, ni he soportado nunca, a los que se creen superiores por su edad. Por lo que han vivido. Por el puesto que tienen. El comentario apretó un botón, y mi sonrisa desapareció en un instante. Además, en ese interín vi el reloj. 5:16. ¿Alguien me dice dónde está esa mujer?

Me levanté para defenderme de lo que yo veía como el más injusto e inaceptable de los ataques contra mi condición de juvenil. Me veía reduciendo al viejo a lágrimas, quizá hasta causarle un ataque. Y todo para nada, pues la entrada del garaje empezó a abrirse de nuevo.

Me debatí un momento entre mandar al nuevo chofer al carajo y arrancar tras el objeto actual de mi irritación, que el mundo se vaya al Diablo, y devolverme a quitar el carro. Y claro, como siempre, el ser civilizado y pendejo se devolvió al carro a moverse. Pero también, como se había abierto la reja, el dueño del Uno que salía no estaba muy contento.

Le grité "Ya voy, ya voy", irritado hasta más no poder. Y cometí el error de ver el reloj otra vez: 5:20. La carajita me tenía esperando ya quince minutos. Había tenido que mover el carro para atrás y adelante tres veces, había pasado calor, y había sido insultado. Quién coño se creía esa niña de papá para --

Y en eso, justo antes de que me devolviera al hueco frente al garage, la puerta del edificio se abrió. Y yo nunca me he odiado tanto.

El objeto de mis afectos se había puesto un jean azul profundo, perfectamente amoldado a unas piernas que han visto su tiempo en el gimnasio. Tenía un top blanco con delgadas tiras que mostraba hombros acanelados con una ligera escarcha. Y el maquillaje que tenía era el mínimo requerido para lograr resaltar su belleza, no ser su belleza.

Y en un instante, yo me olvidé de todo. No solté la rabia del todo, pero sus gruñidos pasaron a susurros. Alguna parte de mí protestó porque estaba dejando que una mujer me sedujera con su aspecto, pero en realidad no tenía razón.

Lo que me tenía seducido era la lata de té Lipton que tenía en la mano.

Llegó al carro con una sonrisa avergonzada que a mí qué me importó si era verdadera o no. Abrió la puerta, se montó ("Ah pero es que cree que aún nos vamos", protestó alguna parte de mi mente, pero no la oí mucho), y casi sin respirar dio esta excusa:

--Ay, mi cielo, discúlpame, soy la peor, de verdad que se me fue la hora arreglándome, es que no quería que me vieras toda sucia como siempre me ves con la cara de estresada...

(¡¿ESA es su cara de estresada?!)

--...y tú pasando calor acá abajo, mira te traje un té para que no me odies mucho. De verdad discúlpame, ¿sí? Toma.

Y me dio el té. Yo aún la veía como quien está en Babia. Y juro que mil cosas me pasaron por la cabeza: poner cara de culo y decir gracias, decir algún chiste irónico después de decir gracias, formar un peo maunque sea educado, lo que sea con tal de reclamar mis derechos.

En cambio, simplemente abrí la boca y dije:

--Tranquila, linda. Total, tampoco fue tanto así. Gracias por el té. ¿Nos vamos entonces?

IDIOTA.

7 comments:

Anonymous said...

jajajaja BUENISIMO!! eso me recuerda a las propagandas de "mentes peligrosas" de Sony :P de verdad somos tan manipuladoras? un punto a mi favor, puedo hacer muchas cosas.. pero casi nunca dejar esperando.. creo ;) continua pronto porfis! ^^ (K)

La mae nairo said...

Diosssssssssssssss hombres, hombres, hombres....

Detestan esperar pero cuando ven a la mujer de sus sueños, la cara de pánfilo no se hace esperar.... Muy buena táctica femenina...

Besos sho palo. Espero por más...

Jorge Torres Moreno said...

Verga, pero Robert da pena, mano... Mientras no se convierta en un clon de David Lurie, todo bien. :p

Anonymous said...

Las mujeres y su mentecita siniestra, diría un pana mío... ¿Cuándo nos cuentas el resto de la historia?

luis said...

Jajaja yo mínimo desahogo frustraciones con el señor... Muy buena la historia y buen blog. Saludos

Recomenzar said...

muy buen texto, me gusta tu estilo

Recomenzar said...

Buen escrito
Abrazos desde miami