tag:blogger.com,1999:blog-313710202024-03-23T10:51:42.503-07:00CaraqueñosHistorias que pueden ser de cualquier parte del mundo, que ocurren en la ciudad de lo posible: Caracas.Juan Carlo Rodriguezhttp://www.blogger.com/profile/04253084189609245827noreply@blogger.comBlogger17125tag:blogger.com,1999:blog-31371020.post-57782903706711702032015-02-21T14:02:00.000-08:002015-11-09T13:18:12.238-08:00De lejos, aquí al ladoLa emoción que sentía al ver sus textos era sólo comparable al absoluto pánico que tenía de sus propios sentimientos.<br />
<br />
Hola, leyó.<br />
<br />
Hola, contestó. Carita sonriente.<br />
<br />
Estaré en tu ciudad la semana que viene.<br />
<br />
Pausa. ¿La semana que viene? Antes que se pudiera controlar, empezó a buscar una lista de excusas para liberarse de la responsabilidad de verlo. Aunque fuera lo que más quería. Porque ERA lo que más quería. Actúa natural. Ni siquiera ha dicho que te quiere ver. Pero va a decirlo, ¿verdad?<br />
<br />
¿Y eso?<br />
<br />
Visito unos familiares.<br />
<br />
Ah que fino.<br />
<br />
Me encantaría verte.<br />
<br />
Lo dijo.<br />
<br />
Emma siempre había sido tímida. Bueno, no tanto tímida. Introvertida. MUY introvertida. Es que no había tenido buenas experiencias con las personas. Menos con los hombres. No era fea; en sus propias palabras era "normalita". Morena, natural; no le interesaba estar a la moda, quería simplemente verse bien. Ella no decía qué partes de su cuerpo le gustaban, porque simplemente se aceptaba igual y ya. Pero sabía que igual levantaba. Pasa que hacía lo imposible por no hacerse notar. Si no la notaban, pues no la dañaban, ¿verdad? Lo había hecho hace tanto que ya olvidaba la cercanía a un ser humano. Y a veces lo extrañaba, pero no lo necesitaba.<br />
<br />
Pero Esteban era distinto. Sólo lo había visto en fotos, hablado con él cuatro veces, pero texteaban mucho. Él vivía en Valencia, ella en Maracaibo. Se conocieron a través de Twitter, de todas las<br />
cosas. Y fue él quien la siguió a ella. Se burlaban de los caraqueños, se quejaban del calor, hablaban de cine (las películas que coincidían, que eran pocas), de viajar. Al mes, le pidió su número. Le dijo que no. Otro mes más, se lo dio. Por alguna razón, él la hacía reír. Por alguna otra, ella le interesaba a él.<br />
<br />
¿A qué hora llegas?<br />
<br />
El viernes en la noche. Me voy el domingo.<br />
<br />
El sábado es la fiesta de mi sobrina en Cabimas...<br />
<br />
Qué frío.<br />
<br />
Jajaja, sí vale.<br />
<br />
Bueno, cenamos el viernes, o desayunamos el domingo, te parece?<br />
<br />
No, porque me voy desde el viernes. No, porque el domingo mis papás siempre quieren desayunar con mis abuelos. No, porque hay un fantasma en el lago que no me deja pasar. No, porque me aterra terminar de enamorarme de ti.<br />
<br />
Déjame cuadrar y te digo.<br />
<br />
Carita desilsionada.<br />
<br />
No vale, en serio, sí voy a tratar.<br />
<br />
Te conozco, Orozco.<br />
<br />
Ese no es mi apellido.<br />
<br />
....<br />
<br />
Ay que gafa...<br />
<br />
Lo dijiste tú. Carita sonriente pícara.<br />
<br />
Hace un año, los textos cambiaron de intensidad. Ya no eran tan inocentes. Total, ella tenía rato sin novio, él estaba soltero hace poco. Lo "hicieron" por texto. Fue intenso. Fue hermoso. Fue horrible. No podía esperar a repetirlo. Le mandó fotos pícaras. Él le escribía poesía que la excitaba más. Poesía, qué tal. Lo hicieron otra vez. Fue aún más aterrador, porque fue aún más intenso.<br />
<br />
Al mes, dejó de escribirle. Él tampoco le escribió de vuelta. Dos meses después, él la llamó. Sólo quería saber cómo estaba. Pero no supo disimular la emoción en su voz al oír la de él, y tampoco<br />
ignorar la desilusión en la suya. Nunca le preguntó por qué le dejó de escribir. Ella no se lo dijo. Chau. Chau.<br />
<br />
¿Dónde vive tu familia?<br />
<br />
Por la 5 de Julio, sabes?<br />
<br />
Sip.<br />
<br />
Lejos de ti?<br />
<br />
Más o menos. ¿Te quedas con ellos?<br />
<br />
No, en un hotelcito, en la Bella Vista. El Cumberland.<br />
<br />
Ah ya. Lo conozco.<br />
<br />
Picarona.<br />
<br />
Carita de ojos entornados.<br />
<br />
Hazte.<br />
<br />
No me hago nada.<br />
<br />
Ni huevos?<br />
<br />
Carita de ojos entornados.<br />
<br />
No la llamó más por un tiempo. Pero se seguían leyendo en Twitter. Seguían comentándose uno que otro tuit. Un día le escribió que había soñado con ella. Sintió de nuevo el terror. Qué soñaste, preguntó. Que vivíamos juntos, pero no estábamos casados. En pecado, muérete. Ay que horror. Me desperté antes de llegar a la parte interesante.<br />
<br />
Respiró profundo, ese día. Volvió a hacerlo hoy mientras lo recordaba, mientras lo leía, como lo leía entonces, sentada en su cama, ignorando mal el lejano calor que sentía en su vientre. No sé por qué sueñas tanto conmigo, le dijo cuando tuvo oro sueño. Si es la segunda vez. Pero igual me piensas mucho. Ah no, claro. No deberías.<br />
<br />
Tardó mucho en responder. Por qué pues. Mira lo lejos que vivimos. Lo distinto que somos. Tú eres muy buen hombre y te mereces una mujer que siempre esté contigo. ¿En Valencia no hay con quien puedas hablar? Ah, es que quieres que no hable más contigo. No he dicho eso. Entonces qué dices. Digo que no veo cómo podríamos estar juntos. Yo tampoco, pero bueno... ahí está. Tú quieres una familia, yo aún no estoy lista para eso. Berro, E, cualquiera diría que te pedí matrimonio.<br />
<br />
Se dio cuenta que había revelado más de lo que quería, su absoluto pánico de acercarse demasiado a alguien. En efecto fue algo inocente el sueño. Disculpa, Teo. No vale, tranquila. Pero no siguió hablando.<br />
<br />
Un año pasó. Ella veía las fotos en Facebook. Empezó a salir con otra. Normalita, como ella. Pero catira en vez de morena. Aquí en la playa, aquí en la montaña. Aquí los dos con el perro de él. Él se<br />
veía feliz. Emma sonreía. Estaba auténticamente feliz por él. Pero lo extrañaba. Igual él le escribía de vez en cuando. Para saber cómo estabas. Gracias Teo, estoy bien. Ella salió con uno, dos chicos. La primera vez fue un desastre. La segunda, la pasó bien, pero no estaba apurada por repetirlo. Esteban se le aparecía cada vez que el segundo la llamaba.<br />
<br />
Cuatro meses atrás, este tuit: "Mujeres, ustedes son lo máximo. Pero qué poder tienen para destruirlo a uno". No más Facebook. Fue tanto que Emma pensó que lo había cerrado. No se atrevió a escribirle, pero se preocupó mucho por él. En especial cuando pasó casi una semana sin escribir nada en Twitter. Dos veces Emma agarró el celular para escribirle. Dos veces, no lo hizo. Hasta que un día, simplemente, otro tuit: "Vive tu despecho. Supéralo. Acepta que las cosas no se dan. Y bebe. Bebe mucho. #NoEsElFinDelMundo". Y el siguiente: "Allá voy, Caracas; digan a sus malandros que no llevo nada y que se apiaden de mí". Estará bien. Pero a ella no le escribió.<br />
<br />
Qué haces?<br />
<br />
Viendo Breaking Bad.<br />
<br />
Se muere al final.<br />
<br />
Mentiroso.<br />
<br />
No te dije quién.<br />
<br />
¿Quién entonces?<br />
<br />
De verdad quieres saber?<br />
<br />
No.<br />
<br />
Ah bueno es<br />
<br />
QUE NO QUIERO SABER<br />
<br />
Pero igual se muere.<br />
<br />
Eres un estúpido.<br />
<br />
Todos tenemos que morir algún día.<br />
<br />
Estúpido te dije.<br />
<br />
Epa, que te digo en serio quién se muere.<br />
<br />
¿Me vas a dejar ver mi serie?<br />
<br />
Te estuviera quitando el control.<br />
<br />
Necio, si será necio.<br />
<br />
Jijijiji<br />
<br />
Ahora no te voy a ver cuando vengas.<br />
<br />
Tú te lo pierdes.<br />
<br />
Carita de ojos entornados.<br />
<br />
Emma vio cómo Esteban empezaba a escribir más en Twitter. Descubrió Medium y lo usaba para desahogarse de todo lo que pasaba en el país y para echar una que otra historia. Su cuenta en Instagram se llenó de paisajes y animales que encontraba en la ciudad. Una selfie en Puerto Cabello. Otra con unos amigos. A veces aparecía una mujer con él, pero no era fija. No que a Emma le importara, se decía ella. Pero sí se daba cuenta que no le escribía. Y ella no le escribía a él. Eventualmente, ya no se acordaba de lo que sentía por él. Era como el recuerdo de un<br />
encuentro de una noche. Fue bonito, pero no duró. Adelante.<br />
<br />
Pasaron 15 días. Algo le nació a Emma escribirle a Esteban. Sólo para saludarlo. Esteban le contestó de inmediato. Que bueno que me escribes, me estoy volviendo loco. ¿Más? Sí, más. No aguanto la soledad. Emma no supo qué contestar, y esa era la respuesta exacta que había que dar. Mira la edad que tengo. No soy un viejo, pero tampoco un chamo. No sé qué hacer con mi vida. Me siento muy mal, E. Ay, Teo... Emma sabía de la depresión de Esteban. Era ligera y no le amenazaba la vida, pero ahí estaba. Y a veces, le daba días como este. El día que ella escogió escribirle de nuevo. Desahógate, anda. Le escribió por más de 15 minutos, sin que ella dijera nada. Sólo hacía falta que él supiera que<br />
estaba ahí. Al final, Esteban le dijo, Wow... Disculpa que te haya soltado todo esto. Tranquilo. Se nota que te lo estabas guardando. ¿Te sientes mejor? Un poquito. Me falta una sola cosa. ¿Qué cosa? Dime que me quiere, mamol. Será necio. NO. (Pero en realidad, estalló en carcajadas.) Anda mamol dime que me quere mucho. No le voy a decir nada. (Pero claro que te quiero.) No me ba desi nada? Carita triste. No. Yo no quiero a nadie. (Bueno, excepto a ti.) Carita llorando. Bueeeeno.... Igual,<br />
gracias por calarte mis achaques. Eso sí es en serio. De nada, Teo.<br />
<br />
Entonces nos vamos a ver.<br />
<br />
Lo voy a intentar.<br />
<br />
Entonces no nos vamos a ver.<br />
<br />
No me presiones.<br />
<br />
Entonces sí.<br />
<br />
Pero bueno vale.<br />
<br />
No?<br />
<br />
No lo sé, necio.<br />
<br />
Sabes que cada vez que me escribes "necio" te imagino diciéndolo así, afincando la "c". Sonaría como NESSSSIO. Como buena cuaima.<br />
<br />
Yo no soy cuaima.<br />
<br />
Dicen todas las cuaimas.<br />
<br />
Bien bello pues.<br />
<br />
Gracias, y eso que no me he peinado.<br />
<br />
Carita con la lengua afuera.<br />
<br />
Qué tal Breaking Bad?<br />
<br />
Más loca...<br />
<br />
Sí lo es. Dame un ladito ahí para verla.<br />
<br />
¿En dónde chico?<br />
<br />
Ahí, en tu cama.<br />
<br />
...<br />
<br />
Yo me porto bien, lo prometo.<br />
<br />
Bueno. Póngase ahí. Pero se me porta bien.<br />
<br />
Carita de ángel.<br />
<br />
Tú eres tan gigante que capaz no cabes en mi cama.<br />
<br />
O sea que estamos todos apretaditos, mameh?<br />
<br />
(Le dio calor, de repente.) Que te portes bien.<br />
<br />
Jajaja... Viste que sí se murió?<br />
<br />
Aquí no se ha muerto nadie.<br />
<br />
Seguro?<br />
<br />
Carita asombrada.<br />
<br />
Te lo dije.<br />
<br />
¡Nooooo!<br />
<br />
A estas alturas, el sentimiento por Esteban llegaba al presente. Fue como un viejo amigo que a veces rompe la vajilla cuando viene de visita. Tan bien que estaba yo ignorándolo, se dijo Emma. Se despidieron. Sólo queda el día que viniera. Lo iba a ver. No lo iba a ver. Sí. No. No sé. No contesto.<br />
<br />
Ese día al mediodía. El asistente se asoma. Ve a Emma conteniéndose las lágrimas. --¿Está bien, jefa?--, preguntó. Emma voltea. Lo ve. Ve la pantalla otra vez. --Búscame agua--, le dice. El asistente va.<br />
<br />
"15 muertos y 10 heridos en accidente en la autopista Lara-Zulia", decía el titular. Un autobús de Peliexpress perdió los frenos y se fue contra un árbol. Emma se dio cuenta que Esteban nunca le dijo por dónde se venía. Pero estaba segura que estaba entre los muertos. Pero no podía saberlo. Pero lo sabía. Se iba a volver loca. En ese momento se dio cuenta que no conocía a ninguno de los amigos de Esteban. Si algo le pasaba se iba a enterar por Twitter o Facebook. En ese momento deseó con todas<br />
sus fuerzas nunca haber conocido a Esteban. Ahora el dolor iba a ser mayor. Porque no la dejó; se lo quitaron.<br />
<br />
El resto del día, Emma no pudo trabajar. Simplemente estaba encerrada en su oficina. Su asistente se asomó en algún momento a preguntarle si necesitaba algo. Emma sólo le dijo que no. No podía despegarse del celular. Ni dejar de ver la pantalla. Necesitaba que alguien le avisara. Cualquiera. Que le dijera qué pasó. Y claro, el sentimiento. Sí que estaba. El velo se había corrido. Ahora que quizá lo había perdido para siempre, Emma finalmente se dijo la verdad. Y nadie iba a poder saberlo.<br />
<br />
Cuatro de la tarde. Nada. Ni un mensaje. Ni un tuit. Nada. Nadie que lo seguía lo mencionó. Limbo. Limbo completo. Emma no podía estar más allí. Necesitaba irse de allí, llorar. Llorar como no había llorado antes. Empezó a apagar todo, a guardar todo. Las lágrimas la estaban buscando; no iba a dejar que la encontraran aquí.<br />
<br />
Suena el teléfono. No su celular, el interno. No quería contestar. Lo hizo igual. Mal hábito.<br />
<br />
--Diga.<br />
<br />
--¿Señorita Gómez? --El vigilante.<br />
<br />
--Dígame.<br />
<br />
--Aquí afuera un señor la busca.<br />
<br />
Emma dejó de respirar. Le dio frío. MUCHO frío.<br />
<br />
--Un tal... ¿Teo?<br />
<br />
Emma colgó el teléfono. Se limpió una lágrima. Entendió. Sonrió. Se rió. Una segunda oportunidad.<br />
<br />
La iba a aprovechar.Juan Carlo Rodriguezhttp://www.blogger.com/profile/04253084189609245827noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-31371020.post-79031464269781261272012-08-26T11:18:00.001-07:002012-12-28T10:23:26.453-08:00Detrás de la puerta<i>Clic.</i> <br />
El sonido fue lejano, casi tímido. Lo suficiente para ignorar. Si no se hubiera repetido casi de inmediato. Con un hermanito que lo acompañara. <br />
<i>Clic-clic.</i> <br />
La pareja fue suficiente para hacerme subir la cabeza. No había sido mi imaginación, ni era el sofá en el que estaba sentado. Cuando sonó una tercera vez --<i>clic clic</i>-- también supe que no era la computadora. <br />
Era la puerta. <br />
Vivía solo, y Andrea no se había quedado esa noche --era difícil defender una tesis de posgrado si pasabas la noche tirando como un demente luego de beber y agarrar una nota. Como la necesidad de masturbación crónica había desaparecido desde que la conocí, y mi regla sobre drogarme es que nunca lo hago solo, esa noche sólo estábamos mi laptop, el ron, las ideas que pudiera encontrar en él y yo. A las tres de la mañana, el cuento que estaba escribiendo ya estaba mostrando piernas y hacía sus primeros intentos por correr. <br />
<i>Clic, clic.</i> <br />
No había prendido la luz cuando oscureció. Otros me dicen que me estoy descoñetando los ojos por escribir a media luz, pero cómo hago, así veo mejor las palabras. Sólo necesitaba la luz de mi fiel Assus para crear la gran obra que me pondría al nivel de Chekov, les decía. Si no me internacionalizaba, me conformaba con Sánchez Rugeles. Ya quisiera yo. Pero esa costumbre hacia que desde la calle, mi apartamentico se veía bien solo, o bien dormido. Ideal para que un amigo de lo ajeno que decidiera salir a trabajar se viera tentado. <br />
¿De verdad será aquí?, pensé, mientras la incipiente rasca que estaba desarrollando se esfumaba para despertar el resto de mis sentidos. A lo mejor es al lado... <br />
Como para responderme, oí las voces. <br />
--¿Qué tanto, pues? <br />
--Cállate la jeta, guón, que te van a oír. <br />
Y la duda se alejó a galope. Eran dos. Dos malandros. A la entrada de mi casa. Y estaban tratando de entrar a robarme. <br />
Los primeros rasguños de miedo se instalaron en mis brazos, y cada pelo que tenía del cuello para abajo se paró en atención, mientras la adrenalina recorrió mi cuerpo gritando peligro a cada una de mis células. Mi primer instinto fue levantarme y despertar a todo el edificio --carajo, a todo El Valle-- a gritos. ¡Ladrones, ladrones, policía! ¡Par de coñuemadres tratando de robarme! ¡Socorro! Si lo ves ahora, eso habría sido lo sensato: los tipos iban a correr, nunca te iban a ver la cara, no se iban a meter en tu casa, y te vas a cambiar los interiores por la cagada que te echaste y te acuestas a dormir. Listo, hazlo, huevón, empieza a gritar. <br />
Excepto que no me podía levantar. Excepto que no podía gritar. No podía despegar los ojos de la puerta. El miedo me había envuelto como una sábana de piedra y no me salían los movimientos. La luz de la Assus imagino reflejaba la cara de un niño con grandes lentes, su cara un rictus de pánico. Cuando entraran --carajo, te lo dije, sonó la voz de Andrea en mi cabeza, te dije que compraras la Multilock para esa puerta-- a lo mejor iban a salir corriendo al ver que perdieron el elemento sorpresa. Pero yo medía un metro sesenta y cinco y pesaba sesenta y ocho kilos, setenta si se me mojaba la ropa. Tenía el pelo largo como un hippie desfasado, una chiva negra con algunas canas alrededor de la boca. En ese momento sólo tenía unos desteñidos boxers de Star Wars que me habían regalado hace otra vida. Lo que menos inspiraba yo era miedo. Los tipos me iban a ver y, si no corrían, lo más probable es que se cagaran ellos de la risa, me cayeran a palos (y no de la mejor manera), se llevaran las pocas cosas que tenía, Assus incluida, y me dejaran allí amoreteado. Peor, si tenían pistolas. <br />
Pensar eso no me asustó más. La verdad es que me arrechó. Pensé en todas las veces que me habían sometido en la escuela por ser el chamo que no jugaba fútbol, que no podía hacer una plancha, que los únicos amigos que tenía eran igual de gallos que él. Que vivía con la cara hundida en un libro, que dirigía al periódico del colegio, que siempre era el favorito de las maestras. Qué importa que siempre estaba dispuesto a ayudar, excepto a los que hacían problemas en clase o se querían copiar. Ya no me la quería calar más. Estos carajos no me iban a someter. No en mi propia casa, no después que ya era un hombre hecho y derecho que había tirado con al menos cinco mujeres distintas y había agarrado quién sabe cuántas rascas en las cinco principales playas del país. Tengo un libro por publicar, hay gente que me escucha y que me lee, y el gran coño de tu madre, hay gente que me respeta. Esta es MI casa carajo. Y no me vas a venir tú a joder, malandro ‘e mierda. <br />
Fue como si sonara una trompeta de carga en mi cabeza (definitivo, veo demasiadas comiquitas). Con mucho cuidado, quité la Assus de mis piernas, la coloqué en el sofá y la cerré lentamente. El “clic” de su tapa fue un poco más fuerte de lo que pensé, y me detuve un instante para asegurarme que el par de antisociales a mi puerta seguían pensando que el apartamento estaba solo o con gente durmiendo. Al no ver ningún ruido más que otro clic de mi cerradura --¿cuánto lleva abrir una puerta, pues?--, me moví de nuevo y busqué a tientas el celular en el brazo del sofá. Cuando lo encontré, lo usé como linterna para caminar, prácticamente de puntillas, hacia el cuarto, parándome una vez para comprobar que no habían logrado entrar. Sí escuché sus voces una vez, pero no entendí qué dijeron. Tampoco iban a hablar a todo gañote. Eran profesionales serios. Pajúos. <br />
Entré al cuarto, con una cama que aún tenía las evidencias del cuerpo de Andrea haciendo maromas encima de ella y de mí hace seis horas. Le di rápidas pero muy sinceras gracias a Dios porque ella decidiera no pasar la noche hoy, aunque mi enamorado corazón y mi hambriento pene opinaran lo contrario. Caminé hacia mi lado de la cama --técnicamente ambos lados eran míos, pero cuando Andrea se quedaba siempre dormía del lado derecho-- y al fin el extraño instinto que tuve cuando compré este apartamento en El Valle hace ya dos años tuvo sentido, cuando vi el bate de béisbol descartado entre la basura que los vecinos de los papás de Andrea y decidí agarrarlo. <br />
¿Ya dije que nunca fui muy ducho en los deportes? Jamás jugué “chapita” cuando chamo; lo más cercano que llegaba a jugar béisbol como tal era en el Intellivision en aquel entonces, el Playstation de los panas ahora. Le iba a los Medias Rojas allá y a los Tiburones acá, pero creo que era más para terminar un motivo de joder y beber en octubre. ¿Al estadio? Jamás. ¿Ir a casa a ver un partido? Mis panas eran más de fútbol. El punto, nunca bateé una pelota en mi vida. <br />
Pero no se necesitaba permiso para portar armas para tener un bate en tu casa. <br />
Estaba recostado entre la pared y la mesita de noche, desde el día que lo traje. Si fuera más creyente diría que Dios me convenció de agarrarlo. Despacito y con cuidado, cambié el celular a la mano izquierda y agarré el bate con la derecha. Rojas al bate, con dos en base... <br />
Dejé el celular sobre la cama y agarré el bate con las dos manos. Lo blandí como una espada y caminé en la oscuridad hacia la entrada otra vez. Había empezado a sudar de lo lindo; sentí el viejo tape eléctrico que cubría el mango del bate medio resbalarse. Mi arrechera inicial no había disminuido, pero los nervios tampoco. <i>¿En quién coño crees que te convertirse, m’ijo?</i>, me pregunté. <i>¿En Batman con complejo de Omar Visquel? ¿Y cómo es eso que hecho el pendejo sabes quién es Omar Visquel?</i> <br />
Evalué rápidamente cómo podría hacer. La puerta abría hacia adentro, obvio, así que podría quedar atrapado contra la pared. De frente ni de vaina; blanco fácil si cargaban pistolas, e iba a asumir que sí tenían. Mejor pensar que Murphy quería jugar esta noche y su famosa ley podía ejercerse por completo. ¿Del otro lado? Igual lo iban a ver en lo que entraran, de hecho más rápido lo iban a ver. <br />
--Bueno chamo, ¿to’a la vida?-- dijo una de las voces al otro lado de mi puerta--. Ya pa’ estas alturas me fuera conseguío un pobre güevón pa’ quita’le el Blaberri. <br />
--¿Te vas a callar la jeta o qué, coño?--, contestó la otra en un siseo itritado--. ¡Ya casi pue! ¡Cállate que nos van a oí, becerro! <br />
Y de repente... clic clac. Clac. El doble cerrojo pasó. La puerta estaba sin seguro. Y no tenía cadena. El pánico estiró los dedos otra vez, pero me los sacudí como mejor pude. Chamo, lo que ibas a hacer, hazlo YA, pensé. Y la segunda voz confirmó mi segundo mayor temor. <br />
--Ah, vite, qué te dije. Entra tú primero y prepara el hierro que no quiero sorpresa. <br />
--‘So tá listo. <br />
Al menos uno tenía pistola. <br />
El gran coño de la madre. <br />
Nada, papá. Ya te montaste en el burro. Hay que empezar a arriar. <br />
Un minúsculo hilito de luz nació del lado izquierdo de mi campo visual. Me moví a mi derecha y levanté el bate sobre la cabeza. Unga bunga, dijo mi mente afiebrada. Yo siempre tan cómico. Si me matan, quiero a Bobby Comedia en el funeral. No sé cómo. <br />
Algo angosto y negro entró por la altura del cerrojo, y sabía que era la pistola. Una automática, si todas las películas y CSI servían de algo. Lo siguió un brazo cubierto de un suéter negro, seguro con capucha. Cada músculo en mi cuero pedía que le soltara el bate sobre la mano, que tumbaría la pistola y se iban a ir corriendo. Una parte demencial de mi cerebro se rehusaba a dejarlos ir tan fácil. No, había que joderlos. Me obligué a esperar, pero no sin antes ligar que entraran a su derecha, lejos de donde me vieran. <br />
Y así lo hicieron. El primero entró casi por completo, y en efecto el suéter tenía capucha, así que no le pude ver la cara. Pero el olor a calle, a sudor, a malandraje sí me llegó. El segundo tenía su mano sobre el hombro de su pana, y no tenía suéter. <br />
--¿Qué se dice?-- dijo la voz de afuera. El primero ya estaba todo adentro. <br />
--No se ve nadita-- respondió--. Vamos callados que-- <br />
No lo dejé terminar. Acumulé todo el tiempo que tenía sin estar en una pelea, toda la frustración del bachillerato --coño, eso nunca me lo traté con la terapista--, toda arrechera por vainas que no había logrado en mis manos, y la descargué toda en un solo batazo en la parte de arriba de su cabeza. Sonó como si le hubiera dado a una patilla. El tipo cayó como un saco, inconsciente, o al menos eso esperaba yo. <br />
Antes que el otro pudiera reaccionar, me lancé contra la puerta y le atrapé el brazo. A la mierda con el cuidado, cuando te quiebran un brazo (mierda, ¿se lo llegué a quebrar?) tú gritas. Y el malandro gritó. Trataba de zafarse, pero por el ancho del brazo no era mucho más grande que yo. Me afinqué más, y el malandrito gritó otra vez, y entre insultos a mi mamá, mi abuela y cualquier mujer que hubiera ayudado a parirme, lo escuché que empezó a llorar, tal vez de arrechera, tal vez de frustración, tal vez de miedo, diciendo que lo soltara ahora o de verdad me iba a joder. Por un instante la lástima quiso venir; sentí cómo la empujé a un lado. ¿Tú no te la dabas de arrecho, carajito? Ahora sufre. <br />
A estas alturas empecé a escuchar cómo el edificio cobraba vida. La señora Peña de al lado fue la primera que gritó angustiada que qué pasó. Alguien de arriba, podría ser el señor Cassini, bramó que se callaran, que eran las tres de la mañana. Alguien le contestó italiano pajúo, que algo pasó. Pedro, el vecino de enfrente, abrió la puerta. Antes que contestara le grité con todas mis fuerzas: “¡PEDRO! ¡POLICÍA! ¡YA! ¡QUE ESTOS COÑEMADRES QUISIERON METERSE EN MI CASA!” Escuché la puerta de Pedro cerrarse mientras el edificio entero se despertó, lo que parecían miles de voces ansiosas por saber qué pasó. <br />
Prendí la luz para ver qué había hecho. En efecto el otro estaba en el piso inmóvil. Había caído con la cara hacia el otro lado de mi visión, así que no le veía qué le había hecho, pero vi lo que parecía sangre en el suelo cerca de su cabeza. El brazo que tenía atrapado ya tenía un pequeño tinte azul. Su dueño no había dejado de pedir que lo soltara, pero ya no se oía amenazante, sino suplicante. Capaz era un niño. En un solo movimiento, le agarré el brazo con la mano derecha mientras giré sobre mí mismo para soltarle la presión --a la vez que le apreté el brazo. Otro grito de dolor, y esta vez colapsó de rodillas. <br />
Al abrirse la puerta, vi que no era un niño, pero igual era como quince años menor que yo. Y sí, estaba llorando, y sí, era porque estaba asustado. “Señor”, me dijo, “señor, po favo, me paltió el brazo, coño... Yo me voy, yo me voy y uté no me ve más, pero déjeme, que tengo a mi amá enfelma... Si me encanan yo me muero señó... y se muere ella.... Señó po favó...” <br />
Por un brevísimo instante, pensé en descargarle el bate en la jeta. Hace un instante me ibas a robar, mariquito, pensé en decirle. Pero ahora como te jodí a ti y a tu pana sí andas todo cagao, ¿no? Como el de Emilio Lovera, el malandro cagao. ¿Tas cagao? ¿Tas cagao, mariquito? <br />
En vez de eso, lo miré a los ojos y le puse el bate en la cara, lentamente. Y muy, muy despacio, le solté el brazo. “Párate”, le dije. Trabajosamente, me hizo caso. Pensé en amenazarlo si volvía. Pero esa mentira no me salió. Me acordé más bien de lo que me dijo un Disip cuando adolescente, en plena recluta, cuando vio que yo no servía ni para barrendero en un cuartel. <br />
--Cuento tres y no te vi--, le dije--. Uno. <br />
Ni me dejó llegar a dos. Bajó corriendo la escalera, agarrándose el brazo lastimado. Ni sé cómo iba a salir del edificio. Supongo que dejaron la puerta abierta. Me volteé a ver al que estaba en el suelo. Supongo que tenía que amarrarlo o algo mientras la policía llegara. Y sabes, antes que despertara, me quitara el bate, me abriera el cráneo como un melón maduro y arrancara, dejándome muerto y sintiéndome como un pajúo. No en ese orden. <br />
<i>Clic.</i> <br />
Una extensión me serviría. Debía haber una en la cocina. Claro, estaba la posibilidad que despertara mientras estaba allá adentro. O peor, que se estuviera haciendo el desmayado o el muerto y me iba a agarrar la pierna mientras le pasaba encima. Podía salir, dejarlo encerrado, pero podía escoñetarme el apartamento y-- <br />
<i>Clic clic.</i> <br />
--habían cosas que-- <br />
<i>Eso no fue mi imaginación</i>, pensé. <br />
Levanté la cabeza de la Assus hacia la oscuridad de mi apartamento. Llevaba escribiendo por al menos cuatro horas sin parar. El reloj en la pantalla me decía que eran las tres de la mañana. <i>Mojón</i>. <br />
Como respuesta, escuché el sonido claramente. <i>Clic, clic</i>. No era verdad. Me había metido tanto en la historia que la mente estaba proyectando el sonido. Mentira que en serio quieren meterse en mi casa. MENTIRA. <br />
El universo estaba telepático, por lo visto. Porque de afuera de mi puerta llegó otra vez la respuesta. <br />
--Púrate pue. <br />
--Chito, pues, déjame trabajar. <br />
Un miedo muy real se apoderó de mí. Esto no era joda. Esto era de verdad. Sí, sí vivía solo en un apartamento en El Valle. Sí, era escritor, flaquito y peludo. Sí, sí había un bate de béisbol en mi cuarto. Sí, en serio alguien trató de meterse en mi casa mientras yo estaba sentado en mi sofá escribiendo. <br />
Pero en la vida real, en Caracas al menos, los que se la dan de héroes terminan muertos. <br />
Puse la Assus a un lado y me levanté de un brinco. Y bramé con todas mis fuerzas: “¡¿USTEDES ME VAN A ROBAR A MÍ?! ¡YA LOS OÍ, PAR DE COÑOS DE MADRE! ¡YA LLAMÉ A LA POLICÍA! ¡SE ME VAN DE ESTA MIERDA! ¡FUERA! ¡FUERA! ¡¡¡FUERAAAA!!!” <br />
Oí a uno de los dos malandritos mascullar “¡Mierda!” mientras se tropezaron uno sobre el otro. “¡Arranca, arranca!”, le oí al otro, a lo que siguieron los ruidos de una desordenada huida. Oí voces alrededor del edificio despertándose asustados por mis gritos. Cassini abrió su puerta y dijo que me iba a demandar, que eran las tres de la mañana. Pedro abrió la suya, gritó si estaba bien. “¡Sí!”, le contesté. “¡Un par de malandros que trataron de entrar! ¡Llama a la policía, por fa, que no tengo saldo!” <br />
Pedro cerró la puerta e imagino procedió a hacer lo que le pedí. Para cuando llegara la policía, si es que llegaba, los dos malandritos iban a estar bien lejos. Prendí la luz, caminé a la cocina y agarré una cerveza de la nevera, a ver si me bajaba la adrenalina. Me senté de nuevo en el sofá, cerré los ojos y tomé un largo trago. Respiré profundo, lo solté y abrí los ojos. La Assus estaba sobre la mesa-colchón que usaba para apoyarla de mis piernas. La abrí y leí otra vez lo que había escrito. Cuando lo había empezado, me parecía que tenía mucho potencial. Ahora no estaba tan convencido. No cuando la realidad me había encontrado imitándola y me demostró cómo eran las cosas en realidad.<br />
Pensé en Andrea. Compartíamos gustos musicales, de cine y hasta un punto de libros (ella era más abierta en sus escogencias para leer, yo era más exigente). Pero lo que más compartíamos era una extraña afinidad el uno por el otro. Yo no sé si ella era “la que es”, pero ya a los 30 años uno tiene que pensar en esas cosas. Y lo que pasó esta noche me hizo pensar si yo era capaz de representarla de verdad si su vida llegara a correr peligro. Si ella estaba aquí no iba a estar escribiendo en la sala a oscuras; iba a estar durmiendo. Íbamos. No creo que iba a escuchar que estaban tratando de abrir la puerta. ¿Qué iba a hacer si hubieran entrado y Andrea estaba allí? ¿La iba a poder proteger? <br />
Si conozco a Andrea, me estaría formando un peo por estar pensando así. Pero no estaba. Y me di cuenta que la extrañaba. Mucho. <br />
Guardé el documento --quién sabe, a lo mejor sí estaba para salvarse-- y cerré la Assus. Apagué la luz de la sala y me fui al cuarto, el primer empujoncito de la cerveza al mundo de Morfeo haciendo su trabajo. Me metí en las sábanas y miré al techo. Iba a empezar a rezar el acostumbrado Padre Nuestro antes de dormir, cuando otra urgencia de escribir me entró. Estiré la mano para buscar a tientas el Blackberry en la mesa de noche, y abrí el WhatsApp. Busqué el número de Andrea y le escribí: <br />
<i>Hoy me di cuan agradecido estoy que el mundo se haya detenido y nos hayamos encontrado. Que mi mundo gire es sólo porque tú estás ahí para empujarme. Te amo. Disculpa si no lo digo a menudo.</i> <br />
Lo envié, pero no creí que fuera suficiente. Escribí otro. <br />
<i>Si te contara lo que pasó, pensarías que me fumé la bolsita entera o me bajé la botella completa. Y que a lo mejor por eso ando sentimental. Primera parte falsa, segunda sólo parcialmente cierta. Deja que te cuente. ¿Qué tal si vienes a desayunar? Ah de paso, ¡buenos días! :-)</i> <br />
Ahora sí. Le di las gracias a Eugenio Montejo por la inspiración, y dejé el Blackberry otra vez en la mesa de noche. Cerré los ojos, recé un Padre Nuestro, y me dormí. Y el mundo siguió girando.<br />
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Juan Carlo Rodriguezhttp://www.blogger.com/profile/04253084189609245827noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-31371020.post-89414444469577048712011-11-04T03:09:00.001-07:002011-11-14T07:15:14.512-08:00“Tenemos que decirte algo”La sorpresa en su cara cuando entraron y me vieron sentado esperándolos no me causó la satisfacción que esperaba. Me decía que creían que yo no sabía, que lo que vendrían a decirme sería noticia. Me sentí, por la enésima vez en mi vida, subestimado.<br />
<br />
Mi furia subió un grado. Mi garganta se secó y otra vez deseaba haberme servido algo para tomar. Habría tiempo para después. Mucho tiempo. Quizá.<br />
<br />
“Juan”, dijo ella, un pequeño sobresalto en su voz. “¿Qué haces allí?”<br />
<br />
No contesté de inmediato. Ni la miré. No, lo miré a él. El hombre que, sin proponérselo o no, había destruido un matrimonio de apenas siete años, una relación de doce. Quería evitar sentir sorpresa que había sido él, pero no me engañé más. Hace un año quizá lo habría dudado. Hace un mes me había mentido a mí mismo y pensado que me había equivocado. Ayer lo averigüé todo.<br />
<br />
“Juan”, repitió ella, más serenamente.<br />
<br />
Conté hasta tres, esperando a que él levantara la vista del piso. A ver si tenía los cojones de mirarme a la cara. Pero ahora los tenía para sentir vergüenza. Eso, o había algo fascinante en el cuadrado de madera en el piso justo enfrente de él. La vergüenza te llegó tarde, papá.<br />
<em><br />
</em><br />
<em>Bien</em> tarde.<br />
<br />
“Juan, tenemos que decirte algo”.<br />
<br />
El toque de nerviosismo mezclado con su usual determinación tampoco me satisfizo. Estaba exigente, yo. <em>Pin</em>, otro grado de furia más.<br />
<br />
Al ver que el papi estaba demasiado fascinado en el piso como para interrumpirlo, volteé a ella. Debe haber visto algo en mi cara, porque dio un medio paso atrás. Casi, pero no suficiente.<br />
<br />
“Juan…” Ya mi nombre se sentía gastado. Sentía que era a otro a quien le hablaba, otro que estaba sentado en el apartamento. No era tampoco tan alejado de la realidad –sentía más furia de la que me creía capaz de sentir. Más vale que me sintiera como alguien más.<br />
<br />
“Dime”, dije al fin, con una voz que no se sentía mía.<br />
<br />
Pausa. Respiró profundo. Anda, angelito. Convénceme. Tú puedes.<br />
<br />
“Juan-esto-no-es-algo-que-p-planeamos”, dijo. Habló rápido, y todo le salió casi como una sola palabra. Un tropezoncito en la última palabra. ¿Una mentira que se había repetido antes? ¿Qué era lo que había dicho Goebbels? “Una mentira repetida mil veces…” Chávez también la repetía.<br />
<br />
“Pero estemos claros, tampoco es como si tú y yo hayamos estado muy bien cuando empezó. Nosotros tenemos un buen rato mal”.<br />
<br />
Mmmmm…<br />
<br />
Otra pausa. Otra inspiración. <br />
<br />
“Pedro y yo nos encontramos en un momento en que nos… necesitábamos, simplemente. A él le estaba yendo mal en la vida, y yo, bueno… me sentía sola, Juan”.<br />
<br />
Ah, mira vale.<br />
<br />
Mientras escribo esto, aún siento la furia que sentí en el momento que me dijo eso. El gran coño de su madre. Si tú sientes <em>sola,</em> tú hablas con tu esposo. Tú buscas que el tipo salga de donde está metido y te haga compañía. Buscas que te atienda. Buscas SO-LU-CIO-NAR.<br />
<br />
“Todos tus viajes, tus horas en la oficina, todo el tiempo trabajando”, siguió. Se oía más serena, como si de verdad ella fuera la engañada. Estaba esperando que me dijera que nunca le dije que un arquitecto tenía que trabajar tanto. Que lo que vio y se caló en la universidad era mentira. Que mientras ella estudió publicidad, una carrera que de vaina te exige saber escribir, leer y de repente dibujar –y que me disculpen los publicistas que lean esta vaina, si es que algún día lo descubren--, yo tenía que pasar tres días sin dormir preparando una maqueta mientras me volvía mierda los dedos.<br />
<br />
Que debí haberle advertido antes de casarnos.<br />
<em><br />
</em><br />
<em>Pin</em>.<br />
<br />
Coño ‘e su madre…<br />
<br />
Otro grado más.<br />
<br />
Si había otro más, no iba a haber tiempo de ese trago después de todo.<br />
<br />
“Se que me dijiste que sería así por un tiempo, y yo dije que estaba bien. Pero no creí que iba a ser por tanto tiempo”.<br />
<br />
Y ahí estaba.<br />
<br />
Hasta se le medio quebró la voz al final.<br />
<br />
El noble apoyo de mi esposa levantó la mano y la colocó en su hombre. Pobre, valiente mujer. Todo lo que soportó. Pero tranquila, bella dama. Aquí estoy yo.<br />
<br />
“Sé que te debes sentir muy mal, y no creas que yo me siento muy bien”, continuó. El eufemismo del año. “Pero esto no tiene por qué terminar de manera desagradable. Podemos—“<br />
<br />
“¿Esperas un divorcio limpio y calladito?”, la interrumpí, en voz baja.<br />
<br />
Él apretó con cuidado el hombro a la que en ese momento dejó de ser mi esposa. Fuerza. Ánimo. No te dejes manipular. Ella entornó los ojos, como cuando tratas de explicarle algo a un niño particularmente terco. <br />
<br />
Respiré profundamente sin quitarles la vista, y traté de calmarme más. Si me ofuscaba, íbamos a perder todos. Seguramente yo más que ellos. Claro, no había garantía que no iba a pasar así, pero igual…<br />
<br />
“Juan, lo que quiero es que los resolvamos por la buena, Los dos –los <em>tres</em>—nos merecemos mejor de lo que tenemos ahora. ¿Vamos a poner las cosas más difíciles?”<br />
<br />
Lentamente me paré, caminé detrás del sillón, y por el rabo del ojo lo vi a él haciendo el ademán de ponerse en medio de nosotros y relajarse cuando vieron que no les iba a saltar encima. Yo, que de vaina le había alzado la voz a Mercedes cuando habíamos discutido. Así será mi cara. Eso sí me hizo sentir un poco mejor. Un poco.<br />
<br />
El reloj en la sala de mi casa indicaba las ocho y diez de la noche. Sólo habían pasado cinco minutos desde que habían llegado, y yo sentía que llevaba horas sentado allí. Bueno mentira: sentía que el tiempo había dejado de existir. Salí al balcón y me apoyé de la baranda. La fría brisa de febrero erizó mis brazos.<br />
<br />
En lo que pensé entonces, como lo hago ahora, fue en mis padres, él muerto hace diez años, ella ida a ese mundo distante donde viven los enfermos de Alzheimer. Un matrimonio de 42 años, un solo hijo y de carambola, porque mamá tenía 39 cuando me tuvo. Papá había sido apenas su segundo novio, diez años mayor que ella. Cuando murió, por un infarto, digo yo que de tanto trabajar, mamá ya empezaba a olvidar dónde estaban las llaves. Al año me preguntó dónde estaba papá; a los dos no sabía quién era yo.<br />
<br />
Pero para todo lo que mi viejo trabajaba –era dueño de cuatro ferreterías en Caracas, más un kiosco en Los Palos Grandes que atendía con mi tío su hermano “por hobby”, como decía—siempre tuvo tiempo para mamá y para mí. Aseguró el futuro hasta de los nietos que jamás conocerá de tanto trabajar, pero yo no recuerdo un día en que el viejo no se acercaba a mi cuarto sólo para saber cómo iba el proyecto. Sí, cuando Gaby Espino o Aura Ávila adornaban la portada de una de las revistas que llegaban, tenía una pícara mirada que yo fingía no ver para avergonzarlo –era tan hombre como cualquiera. Pero aún a sus 72 años, él se paraba a comprarle una rosa a mamá cuando le nacía, no porque se sintiera culpable. Y mamá, hasta el día de su muerte, le tenía su desayuno listo a las cuatro de la mañana cuando se iba al kiosco. Lo llamaba fijo a horas del día que estaba desocupado sólo para oírle la voz. Una vez a la semana tenía la mesa puesta con queso y vino esperando a que llegara y se pudiera relajar y conversar. Y habían días en que se ponía el perfume favorito de papá…<br />
<br />
...sólo para que le diera un besito adicional.<br />
<br />
Me acuerdo de eso ahora y no sé ni cómo seguí escribiendo, del nudo en la garganta. Llorar aquí… como que no.<br />
<br />
Mi mamá jamás se volteó a ver a otro hombre, aún si no estaba con papá, y él, aunque admiraba la belleza femenina, siempre remataba con: “Pero ninguna como mi Lela”. Paco y Lela Urrecheaga fueron ejemplo de amor, no sólo para mí, sino para cualquiera que los conociera de pasada. Cuando conocieron a la que ya era mi ex-esposa, ante Dios si no ante la ley, les emocionaba la idea de tener nietos. A mí me emocionaba la idea de recrear ese amor, de seguir ese ejemplo.<br />
<br />
Por lo visto, fui el único.<br />
<br />
¿Aún amaba a Mercedes? Desde que empecé a escribir esto, me he preguntado esa vaina. ¿Es así de arrecho el amor, que a pesar de que peleas y peleas y peleas a diario, no hay forma de matar un amor verdadero? ¿Es como una vaina hereditaria, que amas a tu esposa sin condiciones?<br />
<br />
Bueh, a estas alturas…<br />
<br />
Coño, extrañaba a los viejos, vale.<br />
<br />
Mamá, te iré a ver en lo que pueda.<br />
<br />
Viejo, échame la bendición, desde arriba…<br />
<br />
“Juan..” Esta vez fue el papi el que habló.<br />
<br />
Y yo regresé al amargo presente con la fuerza de un avión estrellado.<br />
<br />
“Oye viejo… esta no es una vaina que planifiqué ni nada, ¿ves? O sea, conocí a Mech –a Mercedes—y bueno…”<br />
<br />
“Ahí te equivocas”, lo interrumpí.<br />
<br />
“¿Cómo?”<br />
<br />
“Que ahí te equivocas”, repetí. “No la conociste”.<br />
<br />
Me volteé y los miré.<br />
<br />
“Yo te la presenté. Tú no la conociste”. Volví a mirar los edificios de enfrente. Los dos habíamos querido vivir en Manzanares –medio lejos del ruido, no tan aislado como para no enterarte cuando pase una vaina, ja, ja...<br />
<br />
Por si se lo preguntan, si alguien está leyendo esto, en una fiesta de la empresa. Papi era uno de los administradores de la firma. Divorciado. La mujer se fue a Canadá con el hijo.<br />
<br />
Ni que fuera culpa mía.<br />
<br />
“Bueno está bien, me la presentaste, el caso es que—“<br />
<br />
“Dime una vaina”, dije,. “Si yo te dijera que yo fui el que convencí a tu esposa a irse pa’l carajo, ¿qué harías?”<br />
<br />
Una mirada perpleja suya. Una mirada exasperada de ella, que acompañó con un “Juan por favor”.<br />
<br />
“Si fuera yo el que te diga que es por mí que nunca más verás a tu esposa ni a tu carajito, ¿qué harías, viejito? ¿Mm?”<br />
<br />
La furia se estaba coleando en mi voz otra vez, pero la eché para atrás con fuerza. Eso no era parte del plan, y ahora me importaba mantenerme en él.<br />
<br />
“Te voy a agradecer que dejes a mi hijo fuera de esta vaina”, dijo el niño. Le había tocado la tecla desafinada. Me supo a carato, pero también me di cuenta de lo fácil que esta vaina iba a salirse de control si seguía por aquí.<br />
<br />
No, no, no. No señor.<br />
<br />
La prueba fue lo siguiente que dijo mi ex-esposa.<br />
<br />
“Coño, Juan Antonio, madura”.<br />
<br />
“Oh sí”, dije. Aún no había volteado, así que no vio la amarga sonrisa en mis labios. “Eso es algo de lo que debes saber bastante, ¿no?”<br />
<br />
Respiré profundo, lo boté, y me calmé otro poco más. Volví a mirar alrededor. El apartamento quedaba en un cuarto piso de la calle oeste de Manzanares, y estaba a nombre de los dos. La idea había sido de ella. O sea que iba a haber pleito por él.<br />
<br />
O bueno… no.<br />
<br />
Ahí recordé que estaba esperando algo. ¿Cuánto tiempo había pasado?<br />
<br />
“Necesito un vaso de agua”, dijo ella. Ahora era su paciencia la que se estaba yendo.<br />
<br />
Volteé una vez más. Su cara era de resignación, aceptando que no le iba a dar la salida fácil. Él ya no temía mirarme de frente; parecía listo para arrancarme la cabeza. Cómo te atreves a hablar de mi hijo, me decía su cara. Bueno, estamos a mano, ¿no?<br />
<br />
“Sabes dónde está la cocina”, dije, lo más amablemente que pude.<br />
<br />
Los dos me miraron como sin creer que pudiera ser tan antipático. Ay pero qué odioso. Y entraron juntos.<br />
<br />
Cerré la puerta del balcón, una combinación de madera y vidrio que yo mismo había escogido, y tres cosas entraron a mi mente simultáneamente.<br />
<br />
Me gustaba este apartamento.<br />
<br />
¿Habré dejado conscientemente de arreglar la nevera?<br />
<br />
¿Y cómo fue que no olieron el gas?<br />
<br />
La explosión vino fuerte, sacudiendo al edificio, pareciera. Por un segundo me pareció ver algo salir volando de la puerta de la cocina hacia la sala –no sabía si había sido él o ella. Si hubiera estado parado directamente delante de la puerta del balcón, los vidrios me habrían hecho pedazos mientras que la onda de choque seguro me habría hecho caer al vacío. Pero me había movido hacia un lado del balcón, y sólo recibí algunos rasguños en la cara y el brazo. Con todo y eso, el calor de las llamas me quemó parte de la ceja izquierda, y por un momento pensé que igualito me iba a caer.<br />
<br />
El enchufe malo de la nevera debió echar un chispazo cuando abrieron la nevera, oficial. Y seguramente, cuando mi esposa me llamó para decir que quería hablar conmigo, simplemente me descuidé y no apagué el gas. Yo sabía que se iba a terminar, oficial. Me rompió el corazón. Ay, Dios, pero yo no esperaba que terminara así…<br />
<br />
Unos minutos pasaron, no sé cuánto, porque el reloj de la sala se había caído por la explosión. Oía los gritos de mis vecinos. Creo que alguien hasta me vio por el balcón y gritaba mi nombre, pero eso podría haber sido en Marte. Cuando abrí los ojos, Pedro me estaba mirando desde el suelo de la sala. Su cara era una hamburguesa cruda y quemada, pero sus ojos seguían abiertos. Su cabeza estaba a un ángulo que no correspondía con el de un ser humano normal. Sus ojos quedaron en un estado de perenne sorpresa, como que no se esperaba esto de un pobre pajúo como yo.<br />
<br />
Sorpresa, papito.<br />
<br />
Tuve que luchar para no sonreír. Sabía que igualito me podían acusar de homicidio culposo. Al final me internaron en un psiquiátrico, diez días de evaluación por trauma de ver a mi esposa y a su amante quemarse por una explosión en mi casa, sin que haya podido hacer nada para salvarlos. Y aquí estoy. Este papelito fue mi mejor terapia, mi mayor consuelo. Creo que voy a estar bien. Sí, estoy seguro que lo estaré. Pero esto se tiene que quemar… ¿O me lo trago?<br />
<br />
No sé cuánto estuve allí, ignorando los gritos de mis vecinos que me llamaban desesperados, y mirando a Pedro mirándome a mí desde el más allá. Lo que sí sé es que cuando oí la primera sirena, los golpes a mi puerta y lo quedaba de mi sala, una extraña calma se apoderó de mí. Menos mal que nadie vio la sonrisa ni podía escuchar la baja risa que empezó en mi garganta. Igual si la escuchaban pensarían que era por histeria.<br />
Cuando empecé a gritar por ayuda, igualito me lo creyeron. Sí… voy a estar bien.Juan Carlo Rodriguezhttp://www.blogger.com/profile/04253084189609245827noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-31371020.post-56720727749894179892008-01-26T21:51:00.000-08:002008-07-18T10:57:05.779-07:00La única opción<span style="font-family:arial;"><span style="font-style: italic;">El consultorio. Presente.</span><br /><br />Franklin estaba, por decir lo menos, inquieto. No había forma en que encontrara una posición cómoda. Pero tampoco hallaba cómo iba a estar cómodo aquí. La mujer que estaba sentada directamente enfrente suyo, contemporánea con él, con su muestra de botox en la cara y una "pechonalidad" que por llevarla ella no era necesariamente propia, le echó una mirada de divertida compasión por la décima vez. Franklin la odió como quien odia a un político.</span> <span style="font-style: italic;font-family:arial;" >He estado en salas de espera antes, coño</span><span style="font-family:arial;">, pensó para tratar de relajarse. </span><span style="font-style: italic;font-family:arial;" >Vamos a quedarnos quietos, carajo.<br /><br /></span><span style="font-family:arial;">Vio las arcaicas revistas dispuestas, y se fue directo al crucigrama de una de ellas. Que ya estaba hecho en un 80%. No importa. Prefería matarse pensando cuál era la letra de agedul o como se diga que concentrarse en por qué rayos está aquí.</span> <span style="font-family:arial;">La recepcionista entra, una atractiva morenita con un piercing en la nariz. </span><span style="font-style: italic;font-family:arial;" >Carajitos de hoy en día, </span><span style="font-family:arial;">piensa Franklin; tiene una hija de 14 años que ya hasta quería hacerse las tetas. Franklin mató esa idea rapidito. Con el tatuaje en la espalda no pudo hacer nada más que castigar a la carajita.</span> <span style="font-family:arial;">"La doctora lo verá a usted después del paciente que tiene ahora, señor Guédez", dijo con una sonrisa.</span> <span style="font-family:arial;">Franklin entró en pánico. "¿Cómo </span><span style="font-style: italic;font-family:arial;" >la</span><span style="font-family:arial;"> doctora? Yo tengo una cita con </span><span style="font-style: italic;font-family:arial;" >el</span><span style="font-family:arial;"> doctor Leo Gómez!", protestó.</span> <span style="font-family:arial;">La mujer botox se llevó la mano a la boca, limpiándose algo. O tapando una sonrisa. Miserable meretriz.</span> <span style="font-family:arial;">La recepcionista sonrió más abiertamente, entrenada para calmar. "Sí, señor Guédez, con la doctora Leonor Gómez. Su esposa hizo la cita ayer."</span><br /><br /><span style="font-family:arial;">La mente de Franklin corrió en sobretiempo. Cambiar la cita para otro día, digamos el año 2021; solicitar a un hombre y quedar como machista; mandarlo todo al carajo y </span><span style="font-style: italic;font-family:arial;" >ser</span><span style="font-family:arial;"> machista. Pero pensó en las consecuencias. Gretel nunca se lo perdonaría. Qué coño, a echarle pichón. Suspiró de resignación. Le dio las gracias a la recepcionista, y esta entró de nuevo. Franklin soltó la revista y se pasó la mano por la cabeza. esto simplemente se ponía mejor y mejor.</span> <span style="font-family:arial;">Mujer Botox leía su propia revista, pero la mueca divertida seguía allí. Franklin ya no se aguantó más. "Disculpe", dijo. La mujer levantó la mirada y las cejas. "¿Primera vez?"</span><br /><br /><span style="font-family:arial;">"Ay, no mi amor, mi marido se ve con el de al lado, Gerardo", dijo. El "mi amor" le cayó a Franklin como un purgante. "Esta es su quinta. Pero esta sí es tu primera, ¿no?" </span><span style="font-family:arial;">"Sí. primera vez. Idea de mi esposa."</span> <span style="font-family:arial;">Mujer Botox soltó como una risita. Franklin sintió la rabia subir una iota más. "Me imaginé...", dijo ella.</span> <span style="font-family:arial;">"¿Cómo así?"</span> <span style="font-family:arial;">"Ustedes los hombres son incapaces de admitir un problema con eso. Nooo, el machismo por delante. Y una angustiada. Hasta que tiene que pasar 'algo', quién sabe qué, y finalmente se ponen las pilas."</span> <span style="font-family:arial;">Franklin le iba a cantar las cuatro, vertir en ella toda la frustración, el miedo y la furia que tenía dentro, pero no había terminado de abrir la boca cuando la recepcionista salió y le dijo que la doctora estaba lista para él. Franklin la miró como si no supiera de qué hablaba. Volteó hacia Mujer Botox, quien tuvo el descaro de picarle el ojo. Franklin se tragó su arrechera, se levantó, y entró en el consultorio. Mientras entraba, la mujer tuvo un descaro aún mayor. Franklin tuvo que contenerse para no lanzarle un libro.</span><br /><div align="left"><span style="font-family:arial;"><br />"Estate tranquilo, campeón. Mi marido también tenía rollos que no se le paraba, y después de un mes de consultas ya casi que estoy embarazada otra vez."<br /><br /></span><div style="text-align: center;"><span style="font-family:arial;">--oOo--</span><br /><span style="font-family:arial;"></span></div><span style="font-family:arial;"><br /><span style="font-style: italic;">La habitación. Una semana antes.</span><br /><br />"¿Nada?"<br /><br />"Nada."<br /><br />"¿Pero cómo que nada?"<br /><br />"Bueno sí hubo algo, pero nada, no entró..:"<br /><br />"Ay amor..."<br /><br />"Debo estar estresado..:"<br /><br />"¿Desde hace un año?"<br /><br />"..."<br /><br />Pausa.<br /><br />"Tienes que ir al médico."<br /><br />"No voy a ir al médico, Gretel."<br /><br />"¿Y por qué no?"<br /><br />"¿Y aún preguntas?"<br /><br />"Ah, ¿prefieres que ocurra un milagro?"<br /><br />"No, simplemente no q... no voy a ir."<br /><br />"Franklin, cuántos años tienes tú?<br /><br />"¿Qué tiene que ver?"<br /><br />"¿Cuántos tienes?"<br /><br />"38, y tú lo sabes."<br /><br />"Ajá. Lo mismo que yo. ¿Cuántos años tienen nuestros hijos?<br /><br />"Gretel, qué..."<br /><br />"<span style="font-style: italic;">¿Cuántos?</span>"<br /><br />Suspiro. "Doce y catorce."<br /><br />"Correcto. Ya no los tengo que cuidar tanto. ¿Verdad?"<br /><br />"Ajá. ¿Pero q...?"<br /><br />"Por consiguiente, me puedo dedicar a ser más esposa que madre, ¿verdad?"<br /><br />"..."<br /><br />"No te voy a decir que o el médico o el sofá, amor... ni voy a empezar a montarte cacho ni mucho menos... pero 38 años es muy vieja para conformarme con algunas cositas. Además, es tu salud."<br /><br />"..."<br /><br />"El lunes llamo para hacerte la cita."<br /><br /></span><div style="text-align: center;"><span style="font-family:arial;">---oOo---</span><br /><span style="font-family:arial;"></span></div><span style="font-family:arial;"><br /><span style="font-style: italic;">El consultorio. Presente.<br /><br /></span>La doctora era una rubia alta y elegante pero, para suerte de Franklin, no era joven. Para su desgracia, tenía una sonrisa que podía derretir las capas polares. Sus manos eran pequeñas, suaves y de un blanco porcelanado. Tenía unos intensos ojos azules que parecían poder leer la parte de atrás de un cráneo humano. Podría tener unos 45 años, pero su piel parecía de 32. Franklin se sintió automáticamente incómodo en el momento que le dio la mano y le mostró una perfecta sonrisa blanca como la nieve. La pared cubierta de diplomas además lo intimidó, en vez de tranquilizarlo.<br /><br />"Entonces, señor Guédez. ¿Qué puedo hacer por usted?"<br /><br />Franklin suspiró. Pensó en un chiste: <span style="font-style: italic;">Convertirse en un hombre gordo y oridinario.</span> Pero lo aplastó. Pensó en mil fomas de contestar esa pregunta y ninguna parecía adecuada. <span style="font-style: italic;">El soldado no se para firme... El tronco ya es un tallo... El espagueti está cocinado... La galleta no está crujiente...<br /><br /></span><span>"Tengo problemas."</span><span style="font-style: italic;"> </span><span>Buena salvada.</span><span> Supongo que pensaste que estabas aquí de visita.<br /><br />"Eso lo supuse, señor Guédez", dijo con una agradable sonrisa. Maldición, cómo la odio. "Pero, ¿qué problema específicamente? ¿Tiene problemas parta la erección, problemas para mantenerla, eyaculación precoz?"<br /><br />Franklin palideció con cada frase. Sentía como si escuchara vulgaridades salir de la boca de un niño de cuatro años. Sentía la cara roja y caliente, y eso aumentó su incomodidad dos cuotas más. Un poco más y no le importaba si se compraba un vibrador y lo ponía entre las piernas y nunca más volvía a prender la luz cuando estuviera copn su esposa; no iba a haber manera de que pudiera seguir con esto.<br /><br />"¿Señor Guédez?"<br /><br />"Nopuedomantenerunaerección", dijo Franklin, sin pararse a pensarlo. Le salió como si fuera una sola palabra.<br /><br />Pero la doctora lo entendió todo. Sólo dijo un "entiendo", con esa irresistible y odiosa sonrisa. Y, horror de horrores, sacó una carpeta con un bloc y un lápìz. <span style="font-style: italic;">Coño de la madre</span>. "le voy a hacer uan serie de preguntas para determinar qué puede ser el problema, y así podemos ayudarlo mejor. ¿Le parece?"<br /><br />"¿Puedo pedirle algo primero, doctora?", dijo Franklin.<br /><br />La doctora levantó las cejas "Claro, cómo no."<br /><br />"¿Podría convertirse en un tipo grande, gordo y ordinario?"<br /><br />La delicada risa que emitió la doctora tenía la intención de decir "tranquilo, he atendido varios como tú." Lo que Franklin escuchó fue, "Pobre pendejo... como si de verdad con chistes te vas a salvar. Deja que te vayas para que veas los chismes que voy a echar." Y con todo y eso, la imagen de Gretel, su esposa que estaba esperando que cumpliera su labor, fue lo que hizo que se parara en vez de pegarle cuatro gritos, amenazar con demandar y demás.<br /><br /></span></span><div style="text-align: center;"><span style="font-family:arial;"><span>---oOo---</span></span><br /></div><span style="font-family:arial;"><span><br /><span style="font-style: italic;">Un Farmatodo. Presente.</span><br /><br />Franklin había entrado a este Farmatodo cien, doscientas, mil veces. Y entraba como si fuera dueño del sitio. Total, era entrar, conseguir lo suyo, y salir. Pero esta vez, era como entrar en una sala llena de papelón melao. Era difícil entrar. Más difícil caminar. Sentía el peso del récipe que tenía en su cartera. Aunque quizá pesaba más el calendario inexorable que sentía volar sobre él como si la espada de Damocles fuera...<br /><br />Se encaminó al fondo donde estaba el expendio de medicinas por récipe. El local no estaba lleno a rabiar pero tampoco era el único ahí. Y oh sorpresa --quien atendía era una mujer. <span style="font-style: italic;">Es una señal</span>, se dijo. <span style="font-style: italic;">En realidad morí en mis sueños hace dos semanas, y estoy en el Purgatorio antes de morir. Juro que si salgo de esta, llevaré a mi hija de compras, acompañaré a Gretel a la peluquería... cualquier vaina.</span><br /><br />Sacó el miserable papel, que por supuesto estaba escrito en esa extraña mezcla de español y sánscrito que parece ser la regla de todos los médicos. No tenía ni idea de lo que decía, pero sabía para <span style="font-style: italic;">qué</span> era la medicina. "Un vasodilatador", dijo la doctora. Una pastilla de Jesús, pensó (inquietando al católico escondido que había en su cabeza), pues estaba haciendo caminar al caído. <span style="font-style: italic;">Aún no está resucitando al muerto... ¿verdad?</span><br /><br />Llegó hasta el mostrador, y la farmaceuta--una morena clara con un poco de sobrepeso y un montón de ladilla encima-- se levantó perezosamente hacia él. "Güenos días, seño", dijo, con todo el ánimo de una vaca preñada, en perfecto español clase media baja, y como dos decibeles más arriba de lo que él hubiera querido. ¿Que las mudas no atienden en las farmacias? ¿Eso no es discriminación? Coñoemadres discriminadores... <span style="font-style: italic;">Ay coño de la madre...</span>. "¿En qué le puedo serví?"<br /><br />"Bnosdías", susurró Franklin, y rápidamente entregó el récipe. "Undeestosprfavor."<br /><br />La mujer leyó el récipe, mientras Franklin miraba a los lados a ver si no había nadie lo bastante cerca. Una pareja de ancianos, un chamo que se veía casi tan nervioso como él con una caja de condones en la mano, una mujer toda emperifollada justo al lado de él, un hombre joven en el pasillo detrás. Y fue justo en el momento que volteó que la farmaceuta preguntó, con toda su calma, delante Dios y el mundo: "¿Entonces son dos cajas de Duropal zeñor?"<br /><br />Franklin volteó hacia ella con ojos que parecían que iban a saltar de sus cuencas y un rostro que en cualquier momento podríoa hacer erupción como un volcán. ¿DURO-pal? <span style="font-style: italic;">¿Duro?</span> ¿<span style="font-style: italic;">Pal</span> que te conté, quizá? La señora ni se mostró interesada, pero los ancianos --en particular la vieja-- voltearon a mirar a Franklin con una extraña expresión de curiosidad. El hombre joven reprimió una risa; quizá era médico. El chamo al principio no entendía, pero al ver la cara de Franklin y usar una mente evidentemente sucia, sumo dos y dos y también reprimió --con menos habilidad-- una risa. Franklin sintió que su ropa se desvanecía, y, en algún lado, el responsable de que estuviera allí, el amiguito entre las piernas, se encogió aún más. Quedó tan en shock, que simplemente asintió.<br /><br />La farmaceuta aparentemente no se dio cuenta de la reacción de su cliente. O simplemente no le paraba. Fue, buscó el medicamento, dijo cuánto era. Recibió el dinero, tomó la cajita --con las palabras DUROPAL en letra grande y azul sobre fondo blanco-- y se lo entregó a </span><span style="font-family:arial;">Franklin --sin una bolsa. Franklin la agarró rápidamente y salió de ahí como si alguien lo estuviera persiguiendo. No se detuvo hasta que llegó al carro y respiró profundo. Procedió a mentarle la madre en yiddish a la farmaceuta con su indiscreción, su bocota floja, y arrancó el carro.</span><br /><br /><span style="font-family:arial;">Camino a la casa, procedió a leer la cajita de marras. "Ingiérase por vía oral." No me digas. </span><br /><br /><span style="font-family:arial;">"Úses media hora antes de incurrir en actividad sexual." Dios. Ya se veía mirando el reloj y yendo a donde Gretel y preguntando: "Epa. Me activé. ¿Quieres?" Uy, qué romántico. Cada vez más estaba convencido que esto era una mala idea. Amaba proifundamente a su esposa, pero creía que pagar manutención era más sencillo que sufrir lo que estaba sufriendo. Esta vaina no iba a servir, pensaba.</span><br /><br /><span style="font-family:arial;">---oOo---</span><br /><br /><span style="font-family:arial;">El consultorio. Dos meses después.</span><br /><br /><span style="font-family:arial;">La doctora Gómez llegó a sus consultorio con tres pacientes esperándola. Sonrió su amplia sonrisa que era tan sincera como calmante mientras los saludaba, y le preguntó a la recepcionista si había mensajes.</span><br /><br /><span style="font-family:arial;">La muchacha sólo sonrió divertida antes de contestar, "Mensajes no doctora, pero le vino algo esta mañana. Está en su consultorio."</span><br /><br /><span style="font-style: italic;font-family:arial;" >¡Ah pero qué maravilla!</span><span style="font-family:arial;">, pensó la doctora. Agradeció, entró y se quedó fría.<br /><br />Su consultorio estaba lleno de globos. De todos colores, tamaños y formas. Habían además dos botellas de vino, una caja de chcocolates y, lo más insólito, un osito de peluche blanco sobre el escritorio. Y el osito tenía un corazón que decía, igual que todos y cada uno de los globos, "gracias" en español, inglés y francés. Gómez nunca había recibido tantos regalos desde que estaba en la universidad. No era su aniversario o su cumpleaños. ¿Qué es esto?<br /><br />Lo supo cuando vio una nota en el escritorio. Simplemente decía cinco palabras. Pero no necesitaba saber más.<br /><br />"Doctora: ¡MUCHAS GRACIAS! Franklin Guédez."<br /></span></span></div>Juan Carlo Rodriguezhttp://www.blogger.com/profile/04253084189609245827noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-31371020.post-7531468065572052362007-09-09T11:06:00.000-07:002007-10-16T13:06:49.083-07:00Ella: al día siguiente (y III)<div><span style="font-style: italic;font-family:arial;" ><div><span style="font-weight: bold;">Lunes, 15 de octubre de 2007: 9:00 am.</span></div><br /></span><span style="font-family:arial;">Día libre de clases. Estoy metido en la casa. Es impelable meterse al Messenger. Aunque hayan tres personas. Entro, y en efecto, hay tres personas. No, espérate: hay cuatro.</span> <span style="font-family:arial;">Miguel acaba de meterse.</span> <span style="font-style: italic;font-family:arial;" ><span style="font-family:trebuchet ms;"><br /><br />9:10 am<br />Sxymike dice:</span> <span style="font-style: italic;"><span style="font-family:trebuchet ms;"><div>Q pasó bichiiiitooooo?</div><br />9:12 am<br />Bobby dice:<br /><div>Aquí, viejito todo fino.Todo tipo normal.</div><br />9:14 am<br />Sxymike dice:<br /><div>Normal??? (:_D) No m jodas, pana. Antenoche al fin saliste con la jvita que tan babiao te tenía. Escupe.</div><br />9:16<br />Bobby dice:<br /><div>No me jodas tú, pana. "Never kiss and tell", recuerdas?</div><br />9:18<br />Sxymike dice:<br /><div>Ah vaaaaaaaaaaainaaaaaaaaa....</div><br />9:19<br />Bobby dice:<br />(:-S)<br /><br />9:22<br />Sxymike dice:<br /><div>Djate de mariconadas. Escupe.</div><br /></span></span></span><span style="font-family:arial;"><span style="font-family:trebuchet ms;"><span style="font-family:arial;"><div>Mi madre pasa a mi lado. "Un día de estos le vas a dañar el teclado a tu papá, Roberto, te lo juro", se queja. "Buenos días para tí también, mamá", le contesto con una sonrisa. "Amaneciste radiante hoy." Mi señora madre resopla. "No lavaste los platos anoche. Ahí se quedaron", me responde. "Ya bajo y los lavo. Y te hago el almuerzo. Y después salgo a conquistar el mundo, ¿te parece?" Trata. El ceño se mantiene abajo. La boca se arruga. Perdió. Se ríe. "Muchacho gafo..."</div><br /><span style="font-style: italic;">9:28 am</span><br /><span style="font-style: italic;font-family:trebuchet ms;" ><div>Sxymike te ha enviado un ZUMBIDO!</div><br />9:29 am<br />Bobby dice:<br /><div>Estás ladilla!</div><br />9:31 am<br />Sxymike dice:<br /><div>M vas a contar o no, carajo?</div><br />9:33 am<br />Bobby dice:<br /><div>Bueno, 'ta bien pues...</div><br /><span style="font-weight: bold;">Sábado, 13 de octubre de 2007. 8:54 pm</span></span></span></span></span></div><br /><div><em><span style="font-family:Trebuchet MS;"></span></em> </div><span style="font-family:arial;">Salimos del cine con un enorme contraste en rostros. Ella con los ojos hinchados de llorar como una... jeva, pues. Yo con un terrible disimulo de sonrisa. La película había sido buenísima, con un final un tanto desgarrador que luego pasó a enternecedor.</span><span style="font-family:arial;"> ¿Y entonces por qué estaba peleando por no pelear los dientes?</span><span style="font-family:arial;"><br /><br />(</span><span style="font-style: italic;font-family:arial;" >Sxymike dice: Cuál fue la que vieron? Bobby dice: Milagros Inesperados. Nada que tú apreciarías, Miguel...</span><span style="font-style: italic;"> <span style="font-family:arial;">Sxymike dice: Vt a kgr, jejeje</span></span><span style="font-family:arial;">)<br /><br />Pues sí, muchachones. En el momento más triste, ella simplemente (1) me agarró la mano, (2) se acomodó en mi hombro, y (3) comenzó a llorar. Pequeños sollocitos, que eran casi lindos. Yo me sentí como el dueño de Garfield cuando al fin sale con la chica de sus sueños: como un idiota sonreí en la oscuridad. En una de esas, la bella señorita me dice: "¿Por qué tienen que pasar estas cosas?" Yo finjo un quiebre de voz y digo: "Sí, vale..." Y ella me aprieta la mano. Y sí, sentí el pulgar pasar por encima de la mía.<br /><br />Como para efectos dramáticos, aspiro y suelto un suspiro: "¿Todavía quieres comer? ¿O nos llenamos con las cotufas?"<br /><br />Ella se seca la carita y sonríe. Una perfecta sonrisa. "No vale, si más bien tengo hambre. Supongo que tanta lloradera. Debes pensar que soy una gafa..."<br /><br />Me sentí envalentonado. "Sí, realmente, pero bueno, no quería decir nada..."<br /><br />Me pega en el brazo. "¡Necio! ¡Feo!"<br /><br />Y nos reímos. Ah, todo iba tan perfecto...<br /><br /><span style="font-style: italic;"><span style="font-weight: bold;">Lunes, 15 de octubre de 2007. 9:34 am<br /><br /></span><span>9:34 am</span><span style="font-weight: bold;"><br /></span>Sxymike dice: Aaaaaaaay que beeeeelloooooooo...<br /><br />9:35 am<br />Bobby dice: Maricón.<br /><br />9:36 am<br />Sxtmike dice: (K)(K)(K)(K)(K) Ay, pero que BE-IO el Robert... Creo que voy a llorar...<br /><br />9:38 am<br />Bobby: No, deja, que ya vas a llorar...<br /><br /><span style="font-weight: bold;">Sábado, 13 de octubre de 2007. 9:23 pm<br /><br /></span></span>La cola había sido absurda para salir. Pero igualmente absurda era la cola para conseguir puesto en el local de sushi de La Castellana. Claro, había un Subway al lado, y era noche de fiesta. De modo que mi humor ya estaba como tibio, pero no me dejaba dominar. Las ganas de ella de hablar, sin embargo, no se habían parado. Empezó a relacionar la película que acabábamos de ver con toda nuestra sociedad y lo egoístas que éramos como nación. Yo empecé a simplemente asentir, pero cuando empecé a notar como que no me creía que le estaba paranado, añadí mis dos centavos. Eso la activó otra vez.<br /><br />Llegamos al estacionamiento al fin, y como si nada ella cambió el discurso. "¡Ay qué rico, sushi! Tenía AÑOS sin comer, Rober, gracias por traerme. Me encanta."<br /><br />Punto para mí.<br /><br />"Ay pero qué pido..."<br /><br />Ay tan linda... Tan indecisa...<br /><br />Había como cinco personas delante de nosotros, y una enorme pared con fotografías de los diversos platos. Yo ya estaba claro. E hice la pregunta.<br /><br />"¿Qué te provoca?"<br /><br />"Cónchale no sé, todo se ve tan rico..." Y esto dicho mientras se apoyaba de mí. Su perfume era suave y dulce, como deben oler las flores recién picadas. Y ese cuerpecito se sentía calentico... Las joyas de la familia sintieron un lejano cosquilleo, pero mentalmente mandé a la culebra a dormir. Cero pensamientos de hombre por hoy. Eso toca a la tercera cita, si acaso.<br /><br /><span style="font-style: italic;">(Sxymike dice: Si eres marico, muchacho. Bobby dice: Déjame contar mi vaina.)</span><br /><br />Y eso me distrajo de algo muy importante: la cola corría rápido, era sábado en la noche, y la cajera, aunque educada, no sonrió a nadie. Y mi querida compañía, posible novia para la semana que viene si todo iba bien, se estaba tomando su tiempo.<br /><br />Pero yo estaba absorto en la cercanía de este hermoso cuerpo que no me preparé para lo que venía.<br /><br />De repente, la pareja delante de nosotros terminó. Y la cajera --la llamaremos Anabel, por falta de otro nombre-- dijo con su voz mecánica: "Buenas noches bienvenidos qué desean". Así, sin puntuación.<br /><br />Nosotros volvimos a la realidad. Mi acompañante soltó su "ay Dios verdad", yo parpadeé como salido de un sueño. Ordené lo mío, y le pregunté a ella qué quería.<br /><br />Y ella simplemente miró a la pared. "Oye no sé..."<br /><br />Le dije, claro, tómate tu tiempo. Le sonreí a Anabel, y la sonrisa no tuvo vuelta. Ella simplemente miró al espacio.<br /><br />Y empezó la angustia.<br /><br />"Ay si pido..."<br /><br />"¿Qué tal será...?"<br /><br />"No vale, yo comí eso la última vez, y si mejor..."<br /><br />"A ver qué trae..."<br /><br />"¿Qué es lo que vas a comer tú? No, eso no me gusta..."<br /><br />"Ay yo probé esto la última vez y me gustó... Pero no sé si..:"<br /><br />"¿Tiene este en mediano?"<br /><br />"¿Te conté que mi tío viajó a Japón ayer?"<br /><br />La cara de Anabel era indescriptible. Y ni les cuento la de los cuatro que estaban detrás de nosotros. Y yo, bueno, tratando de parecer natural. Pero en realidad ya me estaba angustiando. ¿Quién no? Me acerco y le digo, entre dientes: "Linda, tienes gente atrás que no votaría por ti en una elección..."<br /><br />Y pueden creerlo... se volteó --en serio-- y dijo: "Ay, cinco minuticos, ¿sí? Perdónenme, es que todo es tan rico..."<br /><br />Cinco minuticos. De verdad lo dijo. </span><span style="font-family:arial;">Bueno, no era lo mismo vestirse que escoger qué comer... ¿verdad? </span><span style="font-family:arial;">Yo me devolví al via crucis por el que pasé cuando la fui a buscar. Esos cinco minutos no serían tales. Ni de vaina. Tenía que hacer algo.<br /><br />Pero Dios, ese cuerpo... esa carita... ¿y si se molestaba conmigo? ¿De verdad qué importaban cuatro o cinco clientes y una cajera arrecha? (O seis... o siete...) Yo iba a consegui lo mío, ¿no?<br /><br />Anabel ya empezaba a gruñir. Le sugirió si podía dejar pasar al que estaba detrás. Ella contestó con una dulzura irritante, "ya va, ya va, ya voy, en serio." El viejo que estaba detrás --¿sería italiano también?-- gruñó algo a su vez, por las líneas de abuso de la juventud, falta de respeto, que yo decidí ignorar por sanidad propia. Yo estaba a punto de gritarle a Anabel que nos diera un especial con todo, que le sacara la masa, le quitara los pepinillos, y le echara un extra de queso, lo que fuera antes de que mi cabeza estallara, cuando ella dijo: "Ay, no sé Bobby, pide tú yo confío en ti."<br /><br />La miré estupefacto por un segundo, y voltée rápidamente a Anabel y le pide un combo con todo para dos, y traté de decirme que ese suspiro colectivo que oí a mis espealdas fue mi imaginación.<br /><br />(<span style="font-style: italic;">Sxymike dice: JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAAJAJAJA!!!</span><br /><br /><span style="font-style: italic;">Bobby dice: Vt a kgr. Es más te lo digo completo: VETE A CAGAR.</span><br /><br /><span style="font-style: italic;">Bobby dice: </span><span style="font-style: italic;">*digo</span>)<br /><br />No pude despegarle los ojos ni un instante mientras nos preparaban la comida, no vaya a ser que alguien decidía emitir su opinión físicamente sobre ella. La comida transcurrió con calma tensa, con ella por lo visto ignorante de las malas miradas que le lanzaban. Gracias a Dios sólo eran miradas, porque lo que era yo andaba como un gato, listo para saltarle a cualquiera que se pusiera cómico.<br /><br />En el carro, estaba convencido que mi largo sufrimiento estaba por acabar.<br /><br /><span style="font-weight: bold; font-style: italic;">Lunes, 15 de octubre de 2007. 9:48 am</span><br /><br /><span style="font-style: italic;">Sxymike dice: Chamo, qué buena vaina... Supongo que eso terminó ahí, no? Nada mano, culos sobran...</span><br /><br /><span style="font-style: italic;">9:55 am</span><br /><span style="font-style: italic;">Sxymike dice: O no?</span><br /><br /><span style="font-style: italic;">10:05 am</span><br /><span style="font-style: italic;">Sxymike dice: Epa te moriste o qué???</span><br /><br /><span style="font-style: italic;">10:08 am</span><br /><span style="font-style: italic;">Sxymike dice: Ay chamo qué hiciste...<br /><br />10:09 am<br />Bobby dice: Bueeeno.... :-S<br /></span><br /><span style="font-style: italic; font-weight: bold;">Sábado, 13 de octubre de 2007. 10:35 pm</span><br /><br />Finalmente, llegamos a su casa. Yo estaba mentalmente agotado. Casi que ni me acordaba de la película. Pero la pequeña angustia del restaurant de sushi aún estaba allí, aunque no estaba afectando a mi compañera de ninguna manera evidente. Asumí que era porque estaba tan full que no quería hablar. De todas todas yo estaba seguro que era la última vez que íbamos a salir. Quién se iba a calar ésa. Otra pareja de equivocaciones más de la retahíla que había tenido esa noche.<br /><br />"Felicitaciones, Bobby", dijo ella, y no tenía que verla para saber el tamaño de sonrisa en su cara. No había ironía en esa sonrisa, ni sarcasmo, mucho menos reproche.<br /><br />"¿Felicitaciones por qué?", pregunté extrañado.<br /><br />"¿Sabes que todos esos momenticos incómodos que te hicimos vivir esta noche eran a propósito?"<br /><br />Pausa. No entendí. O no quería entender.<br /><br />"¿Cómo así?", pregunté tratando de controlar el tono de mi voz. Como podía volteaba a verla. Y no sabía si me gustaba lo que veía u oía.<br /><br />"Yo me he conseguido con demasiados hombres que lo único que querían era cojerme y ya", dijo, y yo creí que la cabeza se le iba a partir de tanta sonrisa. "Entonces, he descubierto que sólo los que me quieren de verdad se calan pequeñas tonterías de impuntualidad. Y tú eres el primero que se cala dos. ¡Qué bello eres!"<br /><br />Estaba en la Río de Janeiro hacia el este. Vi un estacionamiento de un edificio. Automáticamente me metí allí. Ella dio un pequño grito, lo que en el momento me hizpo un mundo de bien.<br /><br />"Bobby, ¿qué...?"<br /><br />"¿Tienes... alguna... IDEA... por lo que me hiciste pasar?" le dije en un elevado susrro. Más sonaba como el bufido de una cobra. "La ARRECHERA que agarré en la tarde, la INCOMODIDAD en donde el sushi..."<br /><br />Me miraba como un conejito asustado, pero igual veía los restos de una sonrisa en esa boquita. La había sorprendido, pero igual estaba divertida, más que asustada. Yo empezaba a temblar de la pura arrechera.<br /><br />"Te lo voy a decir así, Ivette --"<br /><br />"Dime Ivecita", trató de endulzarme.<br /><br />"TE LO VOY A DECIR ASÍ, IVETTE", dije, alzando la voz sólo un poco. "Si alguna vez en tu VIDA me vuelves a hacer una vaina así ---si alguna VEZ lo vuelves a siquiera INTENTAR---"<br /><br /><span style="font-style: italic;"><span style="font-weight: bold;">Domingo, 4 de spetiembre de 2018<br /><br /></span></span>"¿Todavía estás con eso, Bobby?", se oyó la voz atrás.<br /><br /></span><img style="font-family: arial;" src="file:///C:/DOCUME%7E1/JCRODR%7E1/CONFIG%7E1/Temp/moz-screenshot.jpg" alt="" /><span style="font-family: arial;">Me estiré la espalda. ¿Cuáto tiempo tenía sentado ahí? Miré la hora, y vi que tenía casi dos horas. Me había entusiasmado. </span><br /><br /><span style="font-family: arial;">"Sí, amor, pero ya casi termino", dijo.</span><br /><br /><span style="font-family: arial;">"Eso lo oí hace como media hora", me dijo, y otra vez oí el sarcasmo más que el reproche. "Sabes que cada evz que montas una historia nueva, el Bobby se pierde en el mundo de Bobby."</span><br /><br /><span style="font-family: arial;">La miré, enamorado como nunca. Y miré la pantalla. Leí la frase final, cuando estaba a punto de comérmela vivo, ahora que sabía que me había manipulado. Y sentí un poquito de culpa, considerando todo lo que había pasado en estos últimos once años. Los recuerdos de Ivette cuando salimos esa primera vez me inundaron como una ola de felicidad, diversión y amor juvenil. Con todo y los treinta encima.</span><br /><br /><span style="font-family: arial;">"No te quejes", le dije, con un poquito del sarcasmo que ella me había pegado, "que la primera vez que tú y yo salimos también me hiciste esperar... IVETTE MARÍA."</span><br /><br /><span style="font-family: arial;">Puso las manos en la cadera y puso una cara de falsa ofendida. "¿Tú vas a seguir reclamándome eso? ¿Después de once años? ¡Qué horroooor!"</span><br /><br /><span style="font-family: arial;">Me tuve que reír. "Dame quince minutos. No, diez. En serio. Y subo."</span><br /><br /><span style="font-family: arial;">Me sonrió otra vez. Miserable sonrisa, que me ponía tan mal. "Bueno. Está bien", ahora con un falso puchero. "Pero mira que tu esposita es impaciente. Y además...", se levantó la batica de algodón que llevaba, mostrando unas delicadas y blancas pantaletas, "hace como calooooor..."</span><br /><br /><span style="font-family: arial;">"Suboencincominutos." Lo dije sin pausar ni nada, y pelando los ojos.</span><br /><br /><span style="font-family: arial;">"Más te valeeee..."</span><br /><br /><span style="font-family: arial;">Mientras subía, me di cuenta de dos cosas: uno, malhaya sea cómo todas las mujeres lo manipulan a uno hasta quedar como un pendejo.</span><br /><br /><span style="font-family: arial;">Y dos: coño, vamos a estar claros, a veces es muy sabroso quedar como un pendejo.</span>Juan Carlo Rodriguezhttp://www.blogger.com/profile/04253084189609245827noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-31371020.post-59503179582176784462007-07-25T16:04:00.000-07:002007-08-28T07:15:24.040-07:00Ella: la búsqueda (II)<span style="font-size:100%;"><em><span style=";font-family:Arial;" lang="ES-VE">Dame cinco minutos, lindo, sí?</span></em></span><span style=";font-family:Arial;font-size:100%;" lang="ES-VE" ><br /><br />Dependiendo de qué clase de persona seas, esas primeras tres palabras o te dan aliento o te desesperan. ¿Yo? Yo creo que deberían ser las peores palabras que un hombre puede escuchar, sólo superadas por <em>Tenemos que hablar.</em> Ningún hombre debería ser sometido a semejante tortura.<br /><br />Pero hombres al fin, jamás aprendemos.<br /><br />Esas inocentes palabras las recibí a las 4:55 de la tarde de un sábado de julio. Había llegado puntual a recoger a la chica de mis sueños. Iba a llevarla a tomar un café, iba a llevarla a ver alguna película que yo esperaba no fuera una basura particular, y después la regresaría aquí. Bueno, esa última parte era algo que cualquier hombre en los inicios de sus veinte años quiere considerar "una posibilidad abierta", pero era la esencia.<br /><br />Yo le había avisado por mensajito que ya había llegado, y esa fue la respuesta. OK, eso lo puedo tolerar, pensé.<br /><br />Poooobre idiota...<br /><br />La señorita en cuestión vive en una calle ciega en una urbanización al este de nuestra querida ciudad. A esa hora, ese día, estaba atestada de caros. Los únicos sitios para parar el caro eran las entradas a los estacionamientos. De modo que maniobré mi Starlet (sí, un Starlet... ya llevaba diez años en mi familia. ¿Y qué?) a la entrada de su edificio, y me senté a esperar. Chequeé mi colonia, aliento, asiento de copiloto. Revisé que el asiento de atrás no estuviera demasiado desastroso. Al ver que todo estaba en orden, me bajé del carro. Tenía todo el show armado: Madame, buenas noches, pase adelante. Entones le abro la puerta y le tomo la mano para que se monte. Y doy la vuelta por detrás, a ver si me abría la puerta. Alguito que aprendí de la película <em><a href="http://www.imdb.com/title/tt0106489/">A Bronx Tale</a>. </em>Gracias, Chazz Palmintieri.<br /><br />Bien, me bajé, y me recuesto del carro. Sabes, tratando de parecer el dueño del mundo. Qué pendejos somos cuando chamos, Dios... Bueno, anyway, de todos modos no bien me recuesto del caro, cuando veo que la reja del garage se está abriendo. Alguien iba a salir de su edificio. Corro a mover el caro, después de hacer el gesto universal de pedir perdón de levantar las manos y sonreír a la señora que está en la camioneta que se dispone a salir. La señora levanta las manos y asiente. <em>Tranquilo, pero dale, muévelo.</em><br /><br />Muevo el carro, y me vuelvo a meter en mi puesto una vez que la camioneta me pasa al lado. Veo el celular. 5:01. Ya pasaron seis minutos. En cualquier momento. Y me paro al lado del carro.<br /><br />Y espero.<br /><br /><br />Y entonces...<br /><br /><em>¡¡¡PE-PEEEEEEEEEEEE!!!</em><br /><br />Casi brinqué fuera de mi piel. 'Na guará de susto. Era un lanchón de carro, un Conquistador, que me pedía paso. Esta vez, sólo levanto las manos para pedir disculpas. El hombre que está manejando se limita a verme. <i>Viejo pajúo</i>, pienso.<br /><br />Muevo el carro de nuevo, esta vez hacia adelante. El viejo mete su lancha, no antes de lanzar una mirada desaprobadora en mi dirección. Una vez adentro, retrocedo de nuevo a mi puesto, y veo el reloj. 5:11. ¿Y entonces?<br /><br />Me volví a bajar del carro y me disponía a mandar un mensaje cuando el viejo se asoma por el estacionamiento. Tendría como unos sesenta y pico de años, calvo y con lentes que parecía habérselos comprado a Héctor Lavoe. Y estaba vestido de beige de pie a cabeza. Y con una voz de notable acento italiano, me dice: "Espero que nadie tenga que salir de emergencia mientras tenga ese carro allí."<br /><br />Levanté la vista, y vi si el hombre iba a seguir con su sermón. El malhumor estaba empezando a gotear dentro de mí, pues nunca me ha gustado esperar. Y este viejo lo estaba pasando de un goteo a un chorrito. Abrí la boca para decirle algo, pero honestamente no quería darle el placer. No iba a dejar que me arruinara la vida<br /><br />(<em>más de lo que ya estaba</em>)<br /><br />de modo que me limité a mirarlo. Hasta traté de sonreír. Y le levanté la mano en paz. Ni mutis de parte del fiero italiano. Y todo hubiera quedado ahí. Hasta que masculló: "Muchachos del coño que no quieren servir para nada..." mientras se alejaba.<br /><br />No soporto, ni he soportado nunca, a los que se creen superiores por su edad. Por lo que han vivido. Por el puesto que tienen. El comentario apretó un botón, y mi sonrisa desapareció en un instante. Además, en ese interín vi el reloj. 5:16. ¿Alguien me dice dónde está esa mujer?<br /><br />Me levanté para defenderme de lo que yo veía como el más injusto e inaceptable de los ataques contra mi condición de juvenil. Me veía reduciendo al viejo a lágrimas, quizá hasta causarle un ataque. Y todo para nada, pues la entrada del garaje empezó a abrirse de nuevo.<br /><br />Me debatí un momento entre mandar al nuevo chofer al carajo y arrancar tras el objeto actual de mi irritación, que el mundo se vaya al Diablo, y devolverme a quitar el carro. Y claro, como siempre, el ser civilizado y pendejo se devolvió al carro a moverse. Pero también, como se había abierto la reja, el dueño del Uno que salía no estaba muy contento.<br /><br />Le grité "Ya voy, ya voy", irritado hasta más no poder. Y cometí el error de ver el reloj otra vez: 5:20. La carajita me tenía esperando ya quince minutos. Había tenido que mover el carro para atrás y adelante tres veces, había pasado calor, y había sido insultado. Quién coño se creía esa niña de papá para --<br /><br />Y en eso, justo antes de que me devolviera al hueco frente al garage, la puerta del edificio se abrió. Y yo nunca me he odiado tanto.<br /><br />El objeto de mis afectos se había puesto un jean azul profundo, perfectamente amoldado a unas piernas que han visto su tiempo en el gimnasio. Tenía un top blanco con delgadas tiras que mostraba hombros acanelados con una ligera escarcha. Y el maquillaje que tenía era el mínimo requerido para lograr resaltar su belleza, no <em>ser</em> su belleza.<br /><br />Y en un instante, yo me olvidé de todo. No solté la rabia del todo, pero sus gruñidos pasaron a susurros. Alguna parte de mí protestó porque estaba dejando que una mujer me sedujera con su aspecto, pero en realidad no tenía razón.<br /><br />Lo que me tenía seducido era la lata de té Lipton que tenía en la mano.<br /><br />Llegó al carro con una sonrisa avergonzada que a mí qué me importó si era verdadera o no. Abrió la puerta, se montó ("Ah pero es que cree que aún nos vamos", protestó alguna parte de mi mente, pero no la oí mucho), y casi sin respirar dio esta excusa:<br /><br />--Ay, mi cielo, discúlpame, soy la peor, de verdad que se me fue la hora arreglándome, es que no quería que me vieras toda sucia como siempre me ves con la cara de estresada...<br /><br />(¡¿ESA es su cara de estresada?!)<br /><br />--...y tú pasando calor acá abajo, mira te traje un té para que no me odies mucho. De verdad discúlpame, ¿sí? Toma.<br /><br />Y me dio el té. Yo aún la veía como quien está en Babia. Y juro que mil cosas me pasaron por la cabeza: poner cara de culo y decir gracias, decir algún chiste irónico después de decir gracias, formar un peo maunque sea educado, lo que sea con tal de reclamar mis derechos.<br /><br />En cambio, simplemente abrí la boca y dije:<br /><br />--Tranquila, linda. Total, tampoco fue tanto así. Gracias por el té. ¿Nos vamos entonces?<br /><br />IDIOTA.</span>Juan Carlo Rodriguezhttp://www.blogger.com/profile/04253084189609245827noreply@blogger.com7tag:blogger.com,1999:blog-31371020.post-65024403259012438382007-04-02T12:56:00.000-07:002007-05-10T09:01:48.140-07:00Ella: la invitación (I)<span style="font-style: italic; font-family: arial;font-family:arial;" >NOTA: Está escrito en primera persona, pero no es una experiencia propia. ES una mezcla de varias, más algunas que me han contado, ante las cuales he sacudido mi cabeza en incredulidad. Pero bueno...<br /><br />OTRA NOTA: Esta historia debe tomarse como lo que es: algo ligero, humorístico y sin mala intención.<br /></span><br /><span style="font-style: italic; font-family: arial;font-family:arial;" >OTRA NOTA MÁS: Cualquiera que se sienta aludid@ en esta historia... ¡que por favor agarre consejo!</span><br /><br /><span style="font-family: arial;font-family:arial;" >Les quisiera empezar a contar la historia de ese día con una nota profunda, pero es que me da tanta risa que no me sale. Claro, me río ahora, que soy un hombre de cuarenta años hecho y derecho. Pero juro que ese día pensé que iba a comprobar si lo que dicen los asesinos en serie más notorios --Jack el Destripador, Ted Bundy, el Unabomber-- es cierto: hay personas que sencillamente merecen morir, o al menos sufrir en la medida que nos han hecho sufrir a nosotros.</span><br /><br /><span style="font-family: arial;font-family:arial;" >Ustedes se preguntarán: ¿qué habrá vivido este hombre que algo albergó semejantes sentimientos dentro de él? ¿Un trámite en un Ministerio? ¿Un error en una nota de examen? ¿La odisea que es sacarse el pasaporte?</span><br /><br /><span style="font-family: arial;font-family:arial;" >No mis amigos: salí con una mujer.<br /><br />Ese solo comentario podría provocar sospecha, ira, o burla, o una clara furia por parte de ustedes que algún día lean esto. Pero pido que sólo déjense llevar por mi historia, y al final ya verán si tenía razón o no.<br /><br /></span><div style="text-align: center; font-family: arial;">-oOo-<br /><br /><div style="text-align: left;">--Claro que saldré contigo, tonto. ¿A dónde me llevas?<br /><br />La frase me había agarrado tan desprevenido que por un momento no supe qué contestar. Ella era hermosa, simpática, estudiosa --mucho de lo que yo no me consideraba. Bueno, hermoso no era, eso es seguro, quizá "no feo"...<br /><br />--¿Robert? ¿Estás ahí?<br /><br />Empecé a sentir una ligera ansiedad. Había querido invitarla a salir desde inicios del semestre. La veía caminando por todo el campus de la universidad cada mañana. No entendía cómo una estudiante de Derecho podía sonreír tanto, sabiendo como sabía por mis hermanos que la carrera en la Metropolitana era lo que era. Yo sé que los estudios de Psicología me tenían ya mal a mí. Así que no sé cómo logré siquiera llegar a hablarle, hace ya dos meses, y ahora la invité a salir, convencido de que me iba a decir que no, pero ahora me dijo que sí, y yo estaba ahí viéndola como un pendejo, habla animal, junta palabras, asiente, sonríe, di <span style="font-style: italic;">ALGOOOOO...</span><br /><br />--No... ejem... no lo sé, tú dime...<br /><br />Me sonó supremamente estúpido, pero lo rematé con una sonrisa que se sintió tan natural como un caballo de esponja. Pero ella levantó la ceja, y me dio una sonrisa propia. Yo sentí mis entrañas convertirse en flan.<br /><br />--Bueno sí, supongo que estás aquí, bobote. Cuéntame, ¿a dónde vamos?<br /><br />Me di cuenta que no había exactamente planeado la velada. Empecé ya no a sentirme inquieto, sino entrando en pánico. De modo que abrí la boca y no controlé mucho lo que dije. Sabía que iba a regresar y picarme en una nalga, como dicen los gringos, pero estaba demasiado nervioso para detenerme ahora.<br /><br />--Bueno pensaba llevarte al cine, de repente a ver <span style="font-style: italic;">Milagros Inesperados</span>...<br /><br />--Ay esa no es de miedo, ¿verdad? ¡Ay me da pánico!<br /><br />No estaba demasiado seguro si lo era o no, pero como dije, ya estaba en piloto automático. --No vale, no creo. Bueno después de repente a comer, sushi, o pizza, tú me dirás...<br /><br />--¡Ay sushi, Robert, sushi, me fascina!<br /><br />--Y bueno, a menos que extiendan la noche otras doce horas a tu casa...<br /><br />Demasiado tarde me di cuenta del chinazo y la lectura secundaria que se podría hacer de esa última parte. Ya, listo, cualquier buena imagen que tuviera de ti se fue por el bajante como la basura de una semana. La ofendiste, viejo, animal de monte, cómo coño se te ocurre decir esa <span style="font-style: italic;">VAINA</span>...<br /><br />--¡O sea, quiero decir que... Bueno, que yo te LLEVO a tu casa, sabes... Y yo me voy a la mía, y bueno...<br /><br />Sentía que en cualquier momento me iba a desmayar, o sudar como un cochino, o que la vena en la sien me iba a estallar.<br /><br />Pero ella peló los ojos y rió como una niña. --¡No, claro, ni modo que voy a dormir en la tuya!<br /><br />La idea me era muy atractiva por supuesto, y era una oportunidad perfecta para que un ser humano normal dijera algo gracioso, pero ya no confiaba en poder hacer un comentario inteligente. De modo que me limité a reírme del suyo y dije algo como "sí, claro, tienes razón..." Me sentía como el propio Hugh Grant en cualquiera de sus mejores películas.<br /><br />--¿Entonces a qué hora me cojes?<br /><br />Por un momento el shock me iba a hacer botar mis libros. Eso no fue lo que dijo, ¿verdad?<br /><br />--¿Perdón?<br /><br />--¿Que a qué hora me recojes?<br /><br />--¡Ah! A ver... eh... ¿te parece como a las cinco bien? La película es a las siete y media, de repente podemos tomarnos un café o algo antes del cine.<br /><br />--¡Ah chévere! Así si es muy aburrida no me duermo, jejejeje...<br /><br />La idea de que la primera vez que saliera con esta mujer la llevo para un bodrio de película era algo que yo no quería ni considerar, menos ahora que estaba montado en el aparato. Así que le di mi risita de Hugh Grant, le confirmé su dirección, y listo. Había logrado invitarla a salir a pesar de mis nervios de carajito. Lo peor había pasado...<br /><br />...¿verdad?<br /><br /></div></div><span style="font-family: arial;font-family:arial;" ><br /><br /></span>Juan Carlo Rodriguezhttp://www.blogger.com/profile/04253084189609245827noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-31371020.post-2024945952560598992007-02-23T06:09:00.000-08:002007-04-02T12:56:16.354-07:00El Reencuentro (y III)<div style="font-family: arial;font-family:arial;" align="justify">La cola avanzó sólo un poco más. Si el galán volteaba un poco a la derecha, vería el carro de Alberto, y éste estaba convencido que lo reconocería y sumaría dos y dos en un segundo. Alberto no había estado en una pelea desde primer año. Y en ese entonces hacía algo de deporte y el otro pesaba lo mismo que él. Este tipo le llevaba al menos media cabeza, y se veía un asiduo al "gym". ¿Iba a hacer el ridículo de esa manera, ahí, después de una noche mágica, y por <span style="font-style: italic;">Alicia</span>? Se rehusaba a pensar eso. Miró a su alrededor, buscando alguna salida, algún alivio, algo.<br /><br />El celular le recordó que tenía un mensaje sin leer. La sollozante Alicia estaba aún tendida sobre sus piernas, sobre el celular. Ya habían pasado cinco minutos desde que le había llegado el mensaje, si duda de Helena. ¿Qué le iba a decir? Pero pensó que debía ser lo primero en atender.<br /><br />--Alicia, dame un ladito para agarrar el cel--, dijo. Pero Alicia no se movió.<br /><br />--Anda, Lici, dame un ladito--, insitió. Creyó que llamándola por su apodo de cariño la lograría calmar. Mala idea.<br /><br />--¡POR FAVOR NO ME DIGAS ASÍ!-- berreó. --¡AHORITA NO!<br /><br />Alberto casi la deja allí. Tuvo que hacer un acopio de fuerzas para no molestarse, recordar que esta mujer estaba pasando por algún trauma. --Está bien, disculpa-- dijo con tono resignado--. ¿Me puedes entonces por...<br /><br />Alicia metió la mano rápidamente debajo de su cuerpo sin levantarse un ápice. Tomó el celular y casi se lo lanzó a Alberto en el regazo. --Toma. Mata tu angustia--, gruñó Alicia.<br /><br />Alberto no le dijo nada. Movió el carro unos metros más allá. El galán vociferó una vez más el nombre de su acompañante, quien esta vez no se inmutó. Había un grupo tratando de calmar al galancito, pero no con mucho éxito. Se concentró en el mensaje que, en efecto, era de Helena.<br /><br /><span style="font-style: italic;">Bebé, no has llegado? Te estás tardando, amor. Todo bien?</span><br /><br /><span style="font-style: italic;">No amor</span>, pensó Alberto. <span style="font-style: italic;">NADA bien. Pero al menos estás tú.</span><br /><br />Pensó brevemente decirle por lo que pasaba. Pero nunca le había mentido a Helena (o a Alicia tampoco, si a ver vamos) y no quería empezar ahora. Pero obvio, no era idiota, no podía echarle el cuento completo. Así que fue sincero y breve.<br /><br /><span style="font-style: italic;">Sí, mi cielo, todo bien. Pasa que me desvié, tenía de todo menos sueño, por culpa tuya. Y si supieras lo que vi. Ya te cuento! :-)</span><br /><br />Al menos la sonrisa al final no sonaba demasiado falsa. Y esperaba que la tranquilizara un poquito. La respuesta llegó casi de inmediato: <span style="font-style: italic;">Ok amor. Pero seguro todo bien, bebé? No te ha pasado nada en serio? Mira que me da y me pongo fea! :-D</span><br /><br />A pesar suyo, Alberto sonrió discretamente, asegurándose que Alicia no lo viera. A menos que le dieran verdadera razón, Helena siempre era de espíritu alto. Era una de las cosas que le fascinaba de ella: cómo siempre trataba de mantenerse de buen humor. No sabía si era realmente optimisita o muy ingenua, pero era increíble que eran las dos de la mañana, él le estaba diciendo algo que pondría a cualquier cuaima en alerta, y ahí estaba Helena, tan tranquila. La amó profundamente, y el recuerdo combinado de su vientre desnudo y sus brazos a su alrededor de su cuello cuando lo saluda lo llenaron de una paz que hizo que todo se le resolviera. De verdad tuvo que hacer milagros para que Alicia no le viera la cara. Lo hacía más por consideración que por otra cosa, pero igual quería evitar avivar la candela.<br /><br />Le contestó rápidamente: <span style="font-style: italic;">Jajajaja, no, no estoy bien, porque te tuve que dejar en la casa. Te llamo cuando llegue, al cel para no despertar a nadie en tu casa, sí? Te amo mucho, bebé. Mucho!</span><br /><br />Esperó la respuesta, y cuando llegó cerró su cel. Alicia masculló algo de que por qué no lo había sacado de allí, qué hacía que no lo ayudaba, y Alberto nuevamente estuvo tentado a mandarla a que se bajara del carro. Su tristeza había sido reemplazada por una creciente irritación, pero estaba decidido a seguir pareciendo el bueno de la partida. Le dijo que había mucha cola, pero ya estaban por salir.<br /><br />"¡Lárgate de aquí, pedazo de perra!"<br /><br />Era el galancito. Le estaba hablando a una mujer con una cara de bichita que no les puedo ni contar. Un vestido muy corto y pegado con media teta al aire de lado y lado decía que de <span style="font-style: italic;">high-class</span> no era. Y menos cuando vociferó:<br /><br />--¡¿Perra?! ¡Perra la bichita con la que estabas tú metido en esta vaina! ¡Claro, a mí me cojes una noche y ya! ¿Pues sabes cómo es la vaina?<br /><br />Alberto no quería oir más, pero igual sintió un ligero alivio cuando creyó empezar a entender cómo había sido todo. Subió el vidrio, prendió el aire, y finalmente pudo cruzar a la derecha y escapar de una situación muy incómoda.</div><div style="font-family: arial;" align="center">-oOo-<br /><br /></div><div style="font-family: arial;" face="arial" align="justify"> </div><div style="font-family: arial;" face="arial" align="justify">Por unos minutos, manejaron en un silencio que a Alberto se le hizo pesado. Alicia se había incorporado, y miraba por la ventana. Alberto le lanzaba furtivas miradas, esperando alguna reacción de alguna especie. Cuando no vio ninguna --de verdad ninguna, ni siquiera un respiro--, volvía a mirar la calle. Después de diez minutos de este baile, no aguantó más.<br /><br /></div><div style="font-family: arial;" face="arial" align="justify"> </div><div style="font-family: arial;" face="arial" align="justify">--Alicia, ¿me quieres contar qué pasó?--, dijo, con tacto pero sin pena.<br /><br /></div><div style="font-family: arial;" align="justify"> </div><div style="font-family: arial;" align="justify">--No-- fue la respuesta, sin ningún titubeo, seco como una hoja. Después se encerró en su concha. Tanto que Alberto decidió que simplemente la llevaría a su casa y ya. Estaba cansado de sentirse como el güevón, el que se preocupaba por los demás y recibía el coñazo, el que--<br /><br /></div><div style="font-family: arial;" align="justify"> </div><div style="font-family: arial;" align="justify">--Él trabaja conmigo-- dijo Alicia, tan repentinamente que Alberto casi salta en el asiento. --Tenía más de un año cayéndome, invitándome a salir, pero estaba tan segura que lo único que quería era cojerme que siempre decía que no...<br /><br /></div><div style="font-family: arial;" align="justify"> </div><div style="font-family: arial;" align="justify">Se quedó callada un momento, sin que Alberto supiera si estaba agarrando aire, resistiendo las ganas de llorar o disimulando su vergüenza por lo que había dicho o hecho al final, y Alberto lo aprovechó.<br /><br /></div><div style="font-family: arial;" align="justify"> </div><div style="font-family: arial;" align="justify">--¿Ese era Esteban Rodríguez?-- preguntó Alberto. Conque era de ahí que lo conocía. Había ido con Alicia a una fiesta de la compañía, y Alberto le había caído como una pastilla de cianuro. El hombre se creía el regalo de Dios a las mujeres, y siempre se le "escapaba" una mirada, un gesto, incluso Esperaba que la crítica que había en su cabeza no se oyera en su voz.<br /><br /></div><div style="font-family: arial;" align="justify"> </div><div style="font-family: arial;" align="justify">--Sí--, dijo Alicia, simplemente. Por lo visto no se oía. --La semana pasada me estaba volviendo loca de estrés en el trabajo, y de verdad necesitaba salir a despejarme. Bueno, Esteban como que lo sintió, y dijo que iba a salir con un grupo a la noche, que si quería venir. Como era un grupo, acepté. Total, con otra gente ahí la cosa podría ser más segura, ¿no?<br /><br /></div><div style="font-family: arial;" align="justify"> </div><div style="font-family: arial;" align="justify">Acompañó esto con una amarga sonrisa. A pesar suyo, Alberto empezaba a sentir lástima, y una parte suya se odió por ello. Era esa compasión por los demás que se estaba reprochando hace menos de cinco minutos, y aquí estaba cayendo en ella otra vez. Le iba a traer problemas un día de estos. Esperaba que éste no fuera ese día.<br /><br /></div><div style="font-family: arial;" align="justify"> </div><div style="font-family: arial;" align="justify">Alicia había vuelto a su concha, y lo hizo por tanto tiempo que Alberto empezaba a pensar que no iba a continuar. Pero sí lo hizo. Y cuando volvió a hablar, había un ligero tono de sollozo en su voz, junto con un no tan ligero dejo de vergüenza. La lástima de Alberto subió otro peldaño. Se estaba empezando a odiar a sí mismo. Miserable bondad.<br /><br /></div><div style="font-family: arial;" align="justify"> </div><div style="font-family: arial;" align="justify">--Bueno, pasó lo que pasó, claro, idiota yo... y de repente, en... en pleno beso... yo siento que alguien me agarra y me voltea... y de repente siento un coñazo... no una cachetada, sino un <em>coñazo</em>... en la cara...-- y se toca la marca en su mejilla, ausentemente-- que del tiro me sentó... cuando miro para arriba, el otro animal lo que hace es mirar a la tipa con cara de pendejo... la tipa parece la cachifa que se disfrazó para salir...<br /><br /></div><div style="font-family: arial;" align="justify"> </div><div style="font-family: arial;" align="justify">Alberto tuvo que morderse la lengua para no reírse. La descripción era cercana.<br /><br /></div><div style="font-family: arial;" align="justify"> </div><div style="font-family: arial;" align="justify">--Y antes de que pudiera decir nada, la bicha le lanza una cachetada... creo que hasta le cortó la mejilla... y la tipa ha empezado a pegar unos gritos... y yo lo que sentía era todo el mundo mirándome... ni siquiera esperé a que alguien se ocupara de mi. Me paré y salí... y bueno, ahí me viste. Qué bolas tengo yo...<br /><br />No habló más, y miró hacia adelante. Mil cosas le pasaron por la cabeza a Alberto. Decir algún cliché. Suspirar y decir tranquila, eso pasa. Tocarle el hombro en señal de consuelo. Algo. Optó por guardar silencio un rato. De repente volteó a ver a Alicia, y vio que había empezado a llorar otra vez. No creyó el silencio fuera una opción ya. Y se arriesgó. --Lo siento, Lici.<br /><br />Esperaba que le soltara una arenga como antes. Pero la reacción fue menos intensa. --Gracias, Beto--, dijo ella.<br /><br />Otros cinco minutos pasaron. La casa de Alicia, en El Paraíso, estaba cerca. Helena debía estar dormida, pero con el celular al lado, esperándolo. Alberto ya sentía que su hermosa noche había sido el mes pasado. Y honestamente, ya tenía sueño. Pero algo que Alicia dijo lo trajo un poco de vuelta al aquí y ahora.<br /><br />--Discúlpame Beto, por lo de antes... por el arranque cuando me dijiste Lici.<br /><br />--Tranquila, vale. Bajo las circunstancias, se entendía.<br /><br />--No, no entendías-- dijo Alicia, pero con suavidad. --En ese momento no me sentía ni merecedora de ningún cariño. Bueno, aún no me siento... Y además, tú eres el único que me dice así, me daba como dolor oírlo. De verdad, discúlpame.<br /><br />--Claro vale, no te preocupes--, dijo Alberto, mirándola a los ojos, y sonriendo. Los ojos de Alicia estaban rojos, pero aún logró una sonrisa. Se veía muy cansada, y un poco mayor. Pero Alberto creía que iba a estar bien. El sentimiento paternal se apoderaba de él, y quería darle un abrazo. Pero no pensaba hacerlo. Ya con haberla rescatado como un héroe de película era suficiente. Además... algo le decía que no confiara en un contacto tan cercano con su ex. Algo le decía que no confiara en sí mismo.<br /><br />Para más señas, el hecho de que Alicia no le hubiera preguntado por Helena... ¿Acaso no lo sabía? ¿O no le importaba? ¿O...? Alberto no quería pensar en nada más.<br /><br />Finalmente llegaron a casa de Alicia, una de las pocas calles cerradas de El Paraíso, cerca del estadio. La casa donde alquilaba un anexo estaba toda a oscuras, el carro de los dueños no estaba en el garaje. Alberto recordaba a la pareja, unos españoles de mente curiosamente abierta. La evidencia estaba en que más de una vez la pareja había tenido encuentros... íntimos, y ellos no habían botado a Alicia, ni le habían reclamado. Hasta cariño le habían tenido a Alberto. La señora (¿Roberta? ¿Federica?) hasta se había mostrado triste un día que se habían encontrado en un centro comercial, cuando supo que habían terminado. Debían estar de viaje. Algo no le entusiasmaba dejar a Alicia sola, pero no veía otro remedio. ¿Qué iba a hacer? ¿Quedarse allí? Sí vaaaaleeee....<br /><br />Paró el carro enfrente de la casa, y esperó a que Alicia hiciera algo. Parecía otra vez abstraída. Volteó hacia la casa, y tomó aire. Alberto pensó que simplemente iba a darle las gracias. Pero sólo le dijo una palabra, aguada por las lágrimas.<br /><br />--Quédate.<br /><br />El tiempo se paralizó. Alberto sintió un géiser de adrenalina recorrer todo su cuerpo. Sólo pudo preguntar: --¿Perdón?<br /><br />--Quédate Beto. Por favor.<br /><br />Por al menos cinco segundos, Alberto no pudo hablar. De casualidad pudo parpadear. Que la casa cobrara vida lo hubiera impactado menos. <span style="font-style: italic;">Esto no estaba pasando</span>, se dijo por segunda vez esa noche.<br /><br />--Lici... --tragó fuertemente, no lo logró, lo intentó otra vez--... Alicia, ¿sabes lo que me estás pidiendo?<br /><br />Alicia volteó lentamente hacia el frente. Las lágrimas empezaron a correr de nuevo. Alberto no recordaba sentirse así de asustado en mucho tiempo. Era incapaz de moverse. Mucho menos hablar. --Te estoy pidiendo... te estoy <span style="font-style: italic;">suplicando</span>...--volteó hasta ver a Alberto de frente-- que por favor... por todo lo que vivimos, por todo lo que <span style="font-style: italic;">yo</span> he pasado, que te quedes conmigo esta noche.<br /><br />--Lici--<br /><br />--Por favor, Beto. Cuando terminé contigo mi vida estaba cambiando de una forma que yo no me esperaba. Que yo ciertamente no planeaba. Y no me gustó. Me asustó. Me asustó depender de alguien como lo estaba haciendo de ti, yo con mi independencia y mi vaina. Pero mira, ya ha pasado más de un año y mi vida está peor que cuando nos separamos. Eso fue un error. Un error mayúsculo. Necesito esa vida de vuelta, Beto. Necesito esa paz, esa felicidad, esa tranquilidad.<br /></div><div style="font-family: arial;" align="justify"> </div><div style="font-family: arial;" align="justify"><br />--Pero--<br /><br />--Por lo menos esta noche--. Ya Alicia empezaba a adquirir un tono de súplica que Alberto sabía que ella sabía que él no podía resistir--. Dame esta noche, Beto, por favor. Mañana en la mañana piensas lo que quieras, pero por favor... esta noche quédate. No quiero que me dejes sola, ¡por favor!<br /><br />Estaba empezando a acercarse. Con las últimas palabras le tomó su mano. Estaba tan cerca que Alberto podía oler su perfume ligado con su sudor. Estaba aterrado. Cerró los ojos...<br /><br />...<span style="font-style: italic;">y se dejó llevar, el beso fue largo, furioso, desesperado, la mano de ella buscaba su cierre, la otra le tomaba del pelo, las manos de él entraron debajo de la blusa, no tenía sostén, eso estaba fuera del camino, como pudo apagó el carro, los dos se bajaron y corrieron a la casa, ya en la puerta se arrancaron las camisas, y se desabrocharon los pantalones, y Helena no estaba, Helena esperaba, pero no importaba, la deseaba, la necesitaba, la...<br /><br />--</span>No.<br /><br />Alicia estaba a pocos centímetros de su cara. La mirada de repente se le endureció, pero luego bajó a súplica otra vez. --Beto...<br /><br />--Alicia...-- Alberto suspiró profundo. Esto no podía seguir. Este era el momento crucial. Después de esto no había para ningún otro lado a donde voltear. --Lo siento mucho, pero no. No puedo hacerlo. Y la verdad... --cerró los ojos, respiró profundo, y volteó a su dirección y los abrió--- no va a pasar ya más.<br /><br />Alicia no se movió, no le quitó la vista de encima, pero las lágrimas empezaban a aflorar otra vez. --¿Es por Helena?-- preguntó silenciosamente.<br /><br />Muy lentamente, contestó: --En parte. Pero es más por... --tragó duro-- por mí, Alicia. Nuestro barco ya zarpó. Y no volverá. Lo siento mucho, Lici. Lamento todo lo que te ha pasado, ciertamente no te lo mereces... pero tú tomaste tu decisión... y yo la mía. Lo siento.<br /><br />Alicia lo miró, y Alberto hubiera preferido no ver el odio, la rabia, la desilusión, la tristeza y la necesidad en esos ojos. Pero le mantuvo la mirada. De repente, Alicia retrocedió, agarró su cartera, se secó una lágrima con furia, y dijo: --La próxima vez déjame en la calle, Alberto. No quiero volver a verte.<br /><br />Alberto no dijo nada. Alicia le dirigió una última mirada, y abrió la puerta del carro. --Gracias. Que tengas una buena vida-- dijo amargamente. Se bajó, y por supuesto, le dio un portazo al carro. Alberto la miró hasta que abrió la reja de la casa. Ella no miró atrás. Arrancó el carro, y tampoco se volteó. Si lo hubiera hecho, habría visto a Alicia sentarse en el porche de la casa, llorando amargamente, llorando como si su corazón se fuera a desgarrar, llorando hasta que algún vecino la mandó a callar. La habría visto entonces entrar a su anexo, bañarse como pudo, y llorar hasta que durmió.<br /><br />Alberto llegó a su casa en Santa Fe veinte minutos después. Llamó a Helena, quien claro, no estaba dormida. Estaba ciertamente molesta, pero por preocupación. --Cielo esa vuelta estuvo demasiado larga. ¿Me quieres decir qué pasó ahora?-- le preguntó.<br /><br />--Ahora no, que es demasiado largo, amor, lo siento-- le dijo Alberto--. Pero sí te puedo decir esto: te amo, Helena. Te amo muchísimo.<br /><br />Silencio al otro lado de la línea. Cuando volvió a hablar, Helena había perdido parte de su rabia. --Bebé, ¿estás bien? ¿De verdad?<br /><br />--Sí, amor. Claro que sí. Mañana te lo voy a contar todo, te lo prometo.<br /><br />Silencio. --Yo también te amo, mi cielo. Más que eso... eres el hombre de mi vida. ¡Nunca lo olvides, me oíste! O si no... ¡te saco la lengua!<br /><br />Alberto rió. Se sentía tan bien después de todo lo que pasó. Estaba seguro que todo estaría bien.<br /><br />No volvió a ver a Alicia hasta el día de la boda.<br /><br /></div>Juan Carlo Rodriguezhttp://www.blogger.com/profile/04253084189609245827noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-31371020.post-78920595407565587112007-01-19T07:22:00.000-08:002007-02-16T12:30:58.808-08:00Reencuentro (II)<div align="justify"><span style="font-family:arial;">Una vez, Alberto se encontró a sí mismo pensando en qué momento su vida se había convertido en un cliché. Ese pensamiento volvió con la misma amarga ironía. Hasta hace veinte minutos estaba por las nubes por su encuentro amoroso con Helena. Ahora había aterrizado con la fuerza de un Boeing sin tren de aterrizaje.<br /><br />Había olvidado cuándo fue la última vez que vio a Alicia. Dios, se había olvidado de la última vez que había <span style="font-style: italic;">pensado </span>en ella. Estaba entregado a su relación con Helena, y no iba a rumiar el pasado como mocho mirándose el tocón. Total, en ese sentido le había crecido un brazo nuevo, ¿no?<br /><br />Pero ahora, ahí estaba. La que había sido el amor de su vida. Y en la peor situación que la había visto.<br /><br />Alicia estaba vestida con un pantalón negro muy ajustado, y una blusa que sólo tenía frente, no espalda. Algo muy en el interior de Alberto se agitó como en recuerdo al ver la blanca piel de Alicia, pero en seguida se fue. Estaba sentada en la acera de Las Mercedes, por la zona de la Cueva del Oso. No hacía frío, pero temblaba de todos modos, porque estaba llorando silenciosamente. Tenía una marca roja debajo del ojo izquierdo que era demasiado parecida a un golpe para no serlo.<br /><br />El shock de verla dio lugar a una profunda tristeza en Alberto. Jamás pensó que la vería tan vulnerable como hoy, siendo ella tan confiada en sí misma, tan alegre. <span style="font-style: italic;">Dios, que sea una tontería</span>, pensó.</span></div><div align="justify"><span style="font-family:Arial;"></span> </div><div align="justify"><span style="font-family:Arial;"><br />Llevaba casi un minuto simplemente viéndola, vidrios abajo, música apagada, y por supuesto un carro parado en la vía de Las Mercedes durante tanto tiempo no pasa desapercibido en la ciudad del estrés que es Caracas. El carro que estaba detrás, un destartalado Chevette, tocó su corneta, regresando a Alberto a la realidad. También sobresaltó a Alicia, y volteó hacia el origen del sonido. Antes de que Alberto pudiera hacer nada, sus ojos se encontraron.</span></div><div align="justify"><span style="font-family:Arial;"></span> </div><div align="justify"><span style="font-family:Arial;"><br />En pocos segundos, los ojos de Alicia demostraron un arcoiris de emociones. Pasó de terror, a confusión, a incredulidad, a sorpresa, a vergüenza, a alivio y a tristeza con la velocidad del rayo. Alberto no se movió, estaba absolutamente aterrado, y la irritación del chofer del carro que tenía detrás aumentó. No sólo tocó corneta, sino que se asomó por la ventana y vociferó: "¡Muévete, m'ijo, despierta!"<br /><br />Pero quien se me movió fue Alicia. Se levantó de un salto, y mientras empezaba a llorar corrió al carro de Alberto. Pareía una niña de siete años que se acababa de caer y corría a los brazos de la mamá. De hecho, en una forma muy real eso fue lo que hizo: en lo que llegó al lado del carro de Alberto, y le agarró fuertemente la mano, mientras le decía entre sollozos: "Beto, te lo pido por favor, sácame de aquí, te lo suplico, llévame a mi casa, llévameyaporfavortelopidoporlo queMÁSQUIERAAAS..." Habló tan rápido que lo último le salió como una sola palabra, a la vez que alzó la voz hasta un plañidero lamento.<br /><br />Alberto la miró por exactamente dos segundos antes de abrir la puerta de su carro y decirle que se montara. El hombre del Chevette tocó su corneta una vez más, añadiendo algunos coloridos insultos encima para sabor. Alicia corrió para montarse. La cola avanzó más.<br /><br />"Gracias, Beto", dijo ella. No lo miró a los ojos; vergüenza, quizá. Alberto abrió la boca para preguntarle qué pasó, la cerró, y la volvió a abrir. Pero en eso oyó un hombre que la llamaba fuertemente. Al mismo tiempo, y Alberto nuevamente pensó en una niña asustada, Alicia se escondió acostándose sobre sus piernas. Ese "algo" se alborotó otra vez dentro de Alberto al sentir su boca tan cerca de sus partes íntimas, pero esta vez no esperó a que se alejara; lo espantó de un manotazo mental. Total, estaba demasiado perplejo para estar pendiente de más sexo. Y menos de Alicia. O al menos eso pensaba él.<br /><br />El hombre que había causado la extrema reacción de Alicia salió de uno de los locales nocturnos. Parecía un galán de novela: pelo largo y lacio, camisa blanca y larga, chaqueta negra con una pinta de Casablanca que no se la quitaba nadie, y zapatos de marca parecida. Era alto, quizá le llevaba una cabeza a Alberto, bronceado, formado... y evidentemente tomado. "¡Aliciaaaa!", vociferó. "¿Qué te hiciste amor? ¡Coño mamita perdónameeee!"<br /><br />Alberto volteó, y vio que Alicia sollozaba en silencio. Volteó a ver al galancito, y fue cuando le vio una pequeña herida justo debajo del ojo derecho, que se notaba algo fersca. Por lo visto Alicia aún se daba a respetar, pero es evidente que había llegado al punto de quiebre.<br /><br />"¡Aliciaaaaa! ¡¿Qué coño te hicisteeeee?!" bramó el galán. Alberto creía que lo conocía; pero, ¿de dónde?<br /><br />"Beto te lo pido", sollozó Alicia entre sus manos, "no sé cómo, pero por favor, sácame de aquí antes de que me vuelva loca..."<br /><br />La cola no se movía con suficiente celeridad para eso. Y Alberto no tenía para dónde escaparse, pues era una calle de un sentido. El cruce más cercana estaba aún a 50 metros, hacia la prinicpal. Los dientes de la angustia empezaron a hacer su primer rasguño en alguna parte del corazón de Alberto. Algo le decía que si galancito se acercaba lo suficiente y veía a Alicia, las cosas iban a pasar de tensas a peores. Y para rematar, su celular vibró. Helena, seguramente, extrañada que no le había avisado dónde estaba.<br /><br /><span style="font-style: italic;">Coño de la madre, ¿cómo me metí en este peo?</span>, pensó Alberto. <span style="font-style: italic;">Y lo más importante, ¿cómo </span>carajo <span style="font-style: italic;">voy a salir?</span><br /></span></div>Juan Carlo Rodriguezhttp://www.blogger.com/profile/04253084189609245827noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-31371020.post-1157641623408261262006-09-07T08:06:00.000-07:002007-01-10T12:15:19.318-08:00Reencuentro (I)<div style="text-align: justify;font-family:arial;">Flotando. Livianito. En las nubes. Cualquier cosa cursi, insértela aquí. Alberto no hallaba suficientes epítetos para calificar como se sentía en ese momento. "Bien" no lo cubría. Era como un escarpín en el pie del increíble Hulk. Simplemente, se sentía como el niño que había sido hace quince años.<br /><br />Cuando se había enamorado por primera vez.<br /><br />Y ahora lo estaba de nuevo.<br /><br />Y de <span style="font-style: italic;">Helena</span>, por todos los santos... de quien nunca se lo hubiera esperado.<br /><br />Ellos habían sido amigos desde la universidad. Hasta habían logrado trabajar en el mismo sitio, por casualidades de la vida. Y durante todo ese tiempo, había visto a Helena como una hermana menor (bueno ni tan menor), como alguien en quien podría decirle lo que fuera. Eso probó útil cuando Alicia, la que había sido el gran amor de su vida, por la que él consideraba un antes y un después, lo había dejado, por razones que aún no comprendía.<br /><br />Y que ahora no le importaban.<br /><br />De hecho, ni las estaba pensando.<br /><br />Alicia y Alberto terminaron hace dos años, y en ese momento, él creía que le habían arrancado un testículo. Y Helena había estado allí todo el tiempo, pendiente de él. Nunca lo buscó, nunca se le insinuó; fue la perfecta amiga. Y pasaron cuatro meses, y Alberto se empezó a sentir mejor. Y pasaron seis meses, y sintió que algo cambió entre Helena y él. No; fue como si algo se despertara entre ellos, que tenía todos los cinco años de amistad dormido. Y pasaron nueve meses, y vino el primer beso. Y el segundo. Y el tercero. Y el vigésimo. Y pasaron dos años desde que él y Alicia habían terminado, y... esto.<br /><br />Alberto acababa de dejar a Helena en su casa de Palo Verde. No era precisamente una zona para quedarse en el carro despidiéndose, pero ninguno de los dos tenía demasiados deseos de dejar la compañía del otro. "¿Para qué te tienes que ir?", preguntó él, suspirando en medio de los besos. "¿Para qué me traes, malo?", le contestó ella en falso reproche. Rieron, y se besaron una vez más. Y sólo entonces Helena se bajó del carro.<br /><br />Eran las dos de la mañana de un viernes, unos días después de la quincena de agosto. Había gente en la calle, celebrando vacaciones y el dinero. Pero Alberto lo único que quería era llegar a su casa y dormir plácidamente, como no lo había hecho en dos años. Sería una de dos sequías que habrían de terminar esa noche. Alberto no era un tipo que se buscara a cualquiera para "matar necesidades". Por consiguiente, sí, había tenido dos años de sequía casi completa -- si no incluíamos las visitas de tía Manuela, ayudadas por las fotos de ciertos catálogos y anuncios.<br /><br />Alberto se avergonzó de pensar en eso, aunque sabía que era bien natural. Además, esas memorias no habían sido necesarias esa noche, ¿verdad?<br /><br />Algo se le agitó en la entrepierna, y sabía que no iba a conciliar el sueño en un rato. Estaba como un niño. <span style="font-style: italic;">Muchacho güevón, contrólate, tienes veintiocho años</span>, pensó. Eso pareció aliviar la tensión en sus pantalones. Pero decidió que manejaría sin rumbo por un rato. De modo que se metió en Las Mercedes, nada más porque sabía que igual iba a ver gente.<br /><br />Y gente había: en una de las calles por las que se metió había una cola de carros típicamente caraqueña, y muchachos de veintitantos años deambulando en la acera, algunos más allá que de acá por alcohol, droga, cansancio, o todas tres. Alberto siempre había tenido una extraña fascinación por observar a la gente, por razones que aún no entendía por qué. De modo que empezó a fijarse en los deambulantes, por ninguna razón en particular. Total, estaba en una cola, de alguna forma tenía que matar el tiempo.<br /><br />Un muchacho moreno alto, con el pelo parado en pinchos, con una chama de largos cabellos negros y un bronceado que Dios se lo guarde. Caminando juntos, agarrados de la mano, pero las tensas miradas decían que esa noche no iba a terminar bien.<br /><br />Pasaron al lado de una muchacha alta, sentada en el piso con la cara entre las piernas, vestida totalmente de negro. Su pelo rubio caía sobre sus hombros ayudando a ocultar más la cara. Por el movimiento de lso hombros parecía estar llorando. Estaba sola y la gente la evitaba. Pobre, pensó Alberto.<br /><br />Un grupo de cuatro muchachas, cada una en competencia a ver cuál estaba menos vestida, y más prendida. Alberto apostaba que una pequeña pero bien dotada pelirroja se llevaría ambos premios. Cantaban alegremente un reggaeton. Miserable música, Alberto pensó con fingido desdén.<br /><br />Un grupo de tres chamos que todos estaban igualmente prendidos. Uno gritó a las chicas: "¡De las cuatro marías, la que voltee es míaaaaa!" Los otros tres lo que hicieron fue reírse. Y más cuando las cuatro muchachas levantaron su brazo derecho, y al unísono el dedo medio de las manos. Alberto rió por lo bajo.<br /><br />Una pareja que...<br /><br />Alberto se olvidó de la pareja que se comía a besos en un rincón, en evidente preparativo para el hotel más cercano. De hecho, se olvidó de casi todo lo que le había pasado esa noche.<br /><br /><span style="font-style: italic;">No.</span><br /><br /><span style="font-style: italic;">Mentira.</span><br /><br />La rubia alta había alzado la cabeza, y en efecto había estado llorando. Desde hacía rato por lo visto; tenía los ojos hinchados. El hecho de que tenía una enorme marca roja debajo de su ojo izquierdo no la ayudaba. Pero eso no fue lo que impresionó a Alberto.<br /><br />Era Alicia.<br /></div>Juan Carlo Rodriguezhttp://www.blogger.com/profile/04253084189609245827noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-31371020.post-1153344736015181972006-07-19T14:31:00.000-07:002006-12-21T12:08:31.615-08:00La cita, segunda parte<p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><i><span style="font-family:Arial;">Si puedes por q no te traes una botellita de vino? Me da cosa agarrar las de ak, como es mi papá con ellas.</span></i><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">Héctor simplemente sonreía. Ya a estas alturas se sentía, no como el gato que se tragó al canario, sino a la pajarera completa. ¿Alcohol? ¿Solos? ¿En SU casa? ¡Sí va!</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><i><span style="font-family:Arial;">Seguro corazón. Deja que pase por el Prolicor. </span></i><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">Marjorie le respondió que OK, dale, y Héctor prendió la radio. Willie Colón le cantó: "Yo no quiero molestarte, perdona la necedad...", y Héctor se le unió, sintiéndose muy bien consigo mismo, pensando que la noche no podría seguir mejor: "Pero mi cielo... algunas veces necesito que me des segurida-a-ad.."</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: center;" align="center"><span style="font-family:Arial;">-o-o-o-</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br />El mensaje que había recibido era preocupante. Se había formado una imagen, quizá ingenua, y esto la tumbaba completa. Pero era una fuente confiable. Tendría que llegar al fondo.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: center;" align="center"><span style="font-family:Arial;">-o-o-o-</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br />Llegó al Prolicor de <st1:personname productid="La California" st="on"><st1:personname productid="La California" st="on">La California</st1:personname></st1:personname> unos minutos después, pensando en todo lo que le había aprendido sobre vino, que la verdad era bien poco. ¿Rojo? ¿Rosado? ¿Blanco? Coño, hubiera preguntado qué prefería. Pero bueno, macho que se respeta adivina lo que quiere la mujer. Busquemos.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">Cuando se bajó del carro, Héctor casualmente volteó al carro de al lado. Había una morenaza sentada en el asiento del copiloto, con una cara de ladillada única. Capaz iba con el novio a verlo jugar dominó, o algo así. Héctor se apiadó de ella y a la vez supuso que cualquier mujer que saldría con él estaría en las mismas. Claro, él lo compensaba con realmente atender a sus novias, ¡pero por Dios, estamos hablando de un juego de <i>dominó</i>!</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">La morena volteó hacia donde estaba él, y vio que la miraba. Héctor se hizo el loco un segundo, pero por el rabillo del ojo vio que la chica no había vuelto a voltear. La miró y ella desvió la mirada, apenada. ¡<i>Ajá! ¡Nos hemos ganado una admiradora más, men! ¡Héctor Andrade fan club!</i>, dijo la voz de Zeus en su cabeza. Héctor decidió probar su suerte sólo un poquito, y dio lo que esperaba pareciera una tímida sonrisa cuando la niña volteó hacia él otra vez, tratando desesperadamente de parecer casual. Pero la sonrisa que le devolvió era de una timidez auténtica... pero no era una sonrisa casual.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">—¿Se te perdió una igual, men?</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">El novio, por supuesto. No era moreno, sino más bien catire, y parecía el propio trol. Era más bajo que Héctor, pero era el doble de ancho. No se había afeitado como en una semana, y llevaba una botella de Ye Monks en la mano y las llaves del carro en la otra, la cual había cerrado en un puño. Héctor no perdió el tiempo en parecer ofendido, sino que se hizo el sorprendido, como si estuviera volviendo de pensamientos profundos. — ¿Perdón?</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">—Que me parece que estabas mirando mucho a mi geva, cabrón. ¿O era el carro?<br /><br />Héctor miró al carro, miró a la morena (que convenientemente miró hacia adelante), y miró al trol. Sonrió su mejor sonrisa tipo "chispas señor no sabía lo que hacía". —Coye, viejo, de verdad disculpa. Me quedé pegado pensando una vaina, y no había visto que había una señorita ocupada en el carro de adelante. Entiendo tu arrechera, pero tranquilo. Cero malas intenciones.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">El trol lo miró de arriba a abajo, decidiendo si la botella de whisky chimbo que había comprado era lo bastante barata para rompérsela a Héctor en el cráneo. Por suerte para Héctor, el tipo debía ser tan agarrado como lento. —'Cho cuidao con una vaina—, gruñó, y se volteó y se montó en el carro.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">Héctor se dirigió a comprar su botella, pero no pudo resistir voltear a ver al trol con su novia la morena salir del estacionamiento. El carro retrocedió, y giró a la izquierda para salir. Y Héctor se infló por dentro cuando vio que la morena lo estaba mirando, discretamente.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><i><span style="font-family:Arial;">Definitivamente, los güevones más grandes tienen a las mejores gevas</span></i><span style="font-family:Arial;">, pensó. Y luego, pensando en Marjorie, añadió. <i>Bueno... con una excepción.<u1:p></u1:p></i></span><o:p></o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: center;" align="center"><span style="font-family:Arial;">-o-o-o-</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br />Mientras llegaba a su destino, la angustia se apoderaba de su corazón como un león agarra un conejo. Ya se había desilusionado antes; no podría tolerar algo así de nuevo. Pero ya era hora de que dejara de convertirse en la víctima.<br /><br />Esta vez al menos sería verdugo.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: center;" align="center"><span style="font-family:Arial;">-o-o-o-</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br />El momento de la verdad había llegado. Héctor no podía creer que sentía mariposas en el estómago. Eso tiene que ser buena señal. Estaba tan emocionado que la botella de vino casi se le cae. Pero a pesar de saberse vulnerable, Héctor se sentía de muy buen humor. Total, Marjorie no tendría por qué darse cuenta de lo... ansioso que estaba.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">A menos que mirara para abajo, claro.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">Marjorie vivía en una casa relativamente grande, de lo más americana ella, con un jardincito en frente y un caminito hasta la puerta. Héctor respiró profundo, y caminó hasta la puerta. Coño, lo que me faltan son las flores y los bombones, pensó, y eso lo relajó un poco. La presión en sus pantalones no se relajó, sin embargo. Sólo esperaba que no se le notara. Con una sonrisa de Hollywood, llegó y tocó la puerta.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">— ¡Voy!— gritó Marjorie desde adentro. Héctor casi sudaba en anticipación, pero se mantenía calmado. Total, ni que fuera la primera vez. Cuántas veces no se lanzaba a casa de Liliana cuando sus papás no estaban y sus hermanos se iban de farra. Hasta cuando estaban, de hecho — los chamos eran panas.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">Pensar en Liliana le dio un momentáneo respingo. Se lo sacudió rapidito.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">Y Marjorie abrió la puerta. Tenía un mono de lana ajustado puesto, y una franela corta que mostraba parte de su vientre. Héctor no recordaba haberle tenido tantas ganas a una mujer en su vida, pero hizo un acopio por mantener una sonrisa elegante. Y la saludó cortés, casi indiferentemente. —Hooola, cariño, tanto tiempo.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">—Hola tú, chico, estás igualito—, respondió ella, sonriendo su sonrisa repleta de frenillos. ¿Qué tienen las mujeres con aparatos que tanto lo enloquecen? ¿O es ÉSTA mujer con aparatos nada más? —Pasa, y ponte cómodo. ¿Quieres que sirva el vino ahorita?</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">—Como tú quieras, corazón—, contestó, entrando mientras le daba la botella de vino. La casa era muy clásica, espaciosa. Marjorie fue a la cocina, alegando que para qué esperar, si ya estaba fría. Tenían un televisor grande en la sala, y Héctor vio la película que Marjorie había alquilado. <i>Amor en Juego</i>, con Drew Barrymore y otro huevón que no conocía. Comedia romántica. Oh yes. Otra buena señal.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">—Dame dos segundos y estoy allá—-, le dijo ella desde la cocina.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">— ¿Te ayudo con la botella?—, preguntó Héctor. Todo un caballero.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><i><span style="font-family:Arial;">Pop</span></i><span style="font-family:Arial;">. El sonido de un corcho destapado. —Tarde piaste, pajarito—, dijo ella, burlonamente.<br /><br />—Oh, excuse me—, contestó él, en el mismo tono burlón. El inquilino de sus pantalones protestaba. <i>Quieto, nene, que ya vas a comer,</i> pensó en su propia voz. Zeus y él eran panas, pero su relación no había llegado al punto en que él iba a permitirle hablar con su pene.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">Marjorie entró cargando una hielera con la botella adentro y le pasó una copa vacía, y Héctor la tomó junto con la hielera. Se sentaron un ratico en el sofá mientras ella servía. Brindaron mirándose a los ojos. Héctor no iba a poder mantener la fachada de caballero suave por mucho tiempo más. Así que abrió conversación. — ¿Y eso tan raro que me llamaste?</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">—Me perdonas: te escribí, no te llamé.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">—Está bien, pues, me escribiste.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">—Te encantaría que te dijera que me moría por verte, ¿verdad?</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">— La frase pasó por mi cabeza, sí—, con una sonrisa pícara para acentuar.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">Marjorie tomó de su copa viéndolo por encima del borde. Unos inspirados ojos color miel que le estaban diciendo a Héctor todo lo que él quería oír. —Pues no, no era eso. Simplemente... te quería ver.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">— ¿Que no es lo mismo?</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">—En lo absoluto, señorito. Morirse por ver a alguien es llorar en las esquinas, chillando tu nombre. Yo simplemente tenía deseos de verte. De hecho, se acaba la botella, se acaba la película, se acaba la visita, ¿me oíste?</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">—Cónchale... y yo con una maleta en el carro... me hubieras dicho.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">—Cónchale... qué mala verdad.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">—Cónchale.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">Se rieron. Un momento de silencio. Y se quedaron mirando. ¿Tan rápido? Héctor lo intentó. Se acercó tentativamente. Cuando ella no se echó para atrás, Héctor llegó completo, pero el beso fue corto pero suave. El inquilino ya chillaba por su libertad. Pero Héctor tenía demasiadas ganas, había esperado demasiado tiempo, como para arruinarlo. Iba a esperar, aunque sus pantalones estallaran.<br /><br />—Eres un abusador—, dijo ella, pero sonreía mientras lo dijo.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">—Uy. Sí, lo soy. Pégame pues—, dijo él, y se volteó para mostrarle sus nalgas. Ella sonrió más.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">—Dame un segundo que voy al baño. ¿Por qué no vas poniendo la película?</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: center;" align="center"><span style="font-family:Arial;">-o-o-o-</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br />Sabía que era el momento, pero no sabía si podía hacerlo. Pero cuando llegó, también supo que le habían dicho la verdad.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">Los guantes salen, junto con las garras.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">Al ataque.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: center;" align="center"><span style="font-family:Arial;">-o-o-o-</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br />—Dale, seguro— dijo él.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">Marjorie se paró y se dirigió adentro. <i>¿Y si la sigues, papa? ¿Sales de esa vaina?</i>, dijo Zeus, pero Héctor lo ignoró. Tampoco iba a ser cual cavernícola.<br /><br />—Ah por cierto—dijo ella—, pedí una pizza hace rato. Si llega ahorita, ¿abres la puerta por fa?</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">—Cónchale, yo pensaba dejar al tipo afuera—, dijo, mientras prendía el televisor y buscaba cómo operar el DVD.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">—Bobo— se oyó la respuesta.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">Y en ese momento, como si lo hubiera invocado, sonó el timbre. Héctor esperaba que fuera una sola pizza; tenía hambre, pero comer mucho le bajaba la lujuria. Un pecado capital a la vez, por favor.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">Siguiendo su costumbre, Héctor sacó mil bolívares de la cartera y los metió en el bolsillo para darle al pizzero. A lo mejor podrían criticar cómo trataba a las mujeres, pero nunca sería mal cliente.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">Héctor fue directo, pensó en pedir la llave, y luego la vio pegada a la puerta. La pasó, y abrió la puerta con una sonrisa de gerente magnánimo que quedó congelada en su cara.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">Erika estaba parada en el portal.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">Erika.<br /><br /><i>E-RI-KA.</i><br /><br />No hubo tiempo de moverse, esconderse, volver a cerrar la puerta, no hubo tiempo de hacer nada más que pararse ahí y verse como un idiota. Nunca, en la historia de la humanidad, había sido alguien descubierto con los pantalones abajo de manera más evidente, clara y sin forma de refutarlo. Simplemente, estaba jodido. Bien jodido.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: center;" align="center"><span style="font-family:Arial;">-o-o-o-</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br />Después que Héctor la llamó, Erika se disponía a desvestirse, triste de que no lo iba a ver, pero resignada. No conocía lo suficiente de él, pero le había demostrado lo suficiente como para confiar en él. No que a ella le costara mucho; siempre había sido de naturaleza confiada. Así que se había desvestido e instalado a ver televisión, mientras esperaba que Héctor le avisara que llegó a su casa. Cuando le llegó un mensaje, brincó, segura que era él. Pero era de Marjorie, una chama que había conocido en la uni que le juraba que conocía a Héctor. Y aunque era bien pana, el día que le dijo que Héctor la había estado rondando fue cuando empezó a evitarla. Se rehusaba a creer que Héctor era esa clase de hombre. Hasta que esa noche, Marjorie le preguntó si quería averiguar esa clase. Erika estaba aterrada, pero dijo que estaba bien, si acaso para demostrar lo equivocada que ella estaba. Marjorie le dijo que fuera a su casa en media hora, más o menos. Ella le avisaba.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">Erika se vistió con un suéter y un blue jean y esperó. Cuando Marjorie le dijo para salir, lo hizo. Cuando llegó y vio el carro de Héctor, juró dos cosas: no iba a llorar, y era la última vez que le verían la cara de idiota.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">Al menos por esa noche, la dulce Erika desapareció.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: center;" align="center"><span style="font-family:Arial;">-o-o-o-</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br />Tenía un suéter puesto, pero Erika estaba temblando. Y era una noche calurosa. Héctor vio que temblaba, pero de la rabia. Nunca pensó ver tal odio en un rostro normalmente tan dulce. Y menos pensó en ver tanto odio dirigido hacia él. <i>¿Ahora sí no tienes nada que decir, huevonzón?</i>, le reprochó a Zeus en su cabeza. Pero Zeus estaba callado. Completamente en shock.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><u1:p></u1:p>—Te odio—, susurró Erika.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><u1:p></u1:p>—Ah por cierto— dijo una voz detrás de él. Héctor volteó lentamente (si volteaba demasiado rápido, iba a salir corriendo a matarla), y vio que Marjorie se había cambiado a una bata y, hasta donde él pudiera ver, nada más, si acaso la ropita interior que Héctor ahora sabía que nunca le quitaría él mismo. Jamás sospechó que podría detestar de tal manera a una mujer que hace cinco minutos había deseado de esa manera. Y la odiaba no tanto por la situación en que lo había puesto, sino porque a pesar de todo la admiraba. Lo había jodido de la mejor y más completa manera. Tenía que admitirlo.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br />Nunca lo admitiría en su cara, claro está.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br />— ¿Te conté que Erika y yo estudiamos en la misma uni? Es increíble la paja que puede llegar a hablarse en un baño de damas. Imagínate cuando me enteré que ustedes estaban saliendo juntos. Y chico... justo cuando estábamos saliendo tú y yo. Malo, malo.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><u1:p></u1:p>Héctor apretaba la puerta. Tenía que haber una forma de salir de esta vaina sin que se le cayera el pene para siempre. Volteó a Erika. Respiró profundo. Abrió la boca.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br />— ¿Te vas a atrever a hablarme, poco hombre?</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br />Héctor cerró la boca otra vez. Pero lo intentó una vez más. —Erika...</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br />Craso error.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br />No recibió una cachetada. Erika le dio un gancho izquierdo muy poco femenino. No fue tanto lo duro, pero el anillo que cargaba le dio una cortada pequeña pero profunda. Fue tal la sorpresa que Héctor no volteó la cara otra vez, y cayó en una rodilla. La humillación se mezcló con la más absoluta arrechera. Ahora si miraba a Erika la mataría a ella también.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><u1:p></u1:p>— ¡MALDITO! ¡POCO HOMBRE! ¡DESGRACIADOOO!— le gritó Erika. Héctor sólo respiraba, esperando el segundo. Pero cuando Erika empezó a llorar (rompiendo el primero de dos juramentos, aunque Héctor no lo sabía), también corrió a su carro, se montó y se alejó. Sólo entonces Héctor se atrevió a pararse.<br /><br />Marjorie seguía parada en el pasillo. Estaba evidentemente aguantándose la risa, y la furia de Héctor subió otro escaño. Pensó que ahora la podría ver sin matarla, aunque el deseo estuviera. Se le plantó delante, respirando pesado.<br /><br />—Chamo, qué ganas—, dijo ella.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">—Eres...una... PERRA de MIERDA— dijo Héctor. Nunca había insultado así a una mujer en su vida. Bueno, nunca había odiado a una mujer así en su vida, tampoco.<br /><br />Pero Marjorie como si nada. Su sonrisa se veía muy sincera. La mirada en los ojos era de gran triunfo. —Uy pero qué grosero, Hectorcito. Mejor te vas a casita y te lavas la boquita, ¿sí?</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br />Aún sin poder creer que este demonio vestido de mujer lo había jodido de tal manera, Héctor le dedicó una larga mirada de odio. Quizá si la volviera a ver, le pasaría el carro encima. Pero por ahora debía admitir derrota completa. Se dirigió a su carro, y justo cuando llegó a él Marjorie lo llamó desde una ventana que estaba al lado de la puerta. No quería voltearse, pues sabía que sería otra sorna, pero a estas alturas, ¿qué más le quedaba?</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><u1:p></u1:p>Cuando se volteó, en efecto era otra sorna, pero nunca pensó que Marjorie llegaría a eso. Se había abierto la bata, mostrando su diminuta ropa interior. Los pantalones de Héctor se volvieron a hinchar, y se odió por ello.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><u1:p></u1:p>—La próxima vez, piensa con una sola cabecita, cariño, que ésa es la que cuenta. Que pases buenas noches, y aprende—, le dijo Marjorie. Y cerrando la ventana, se metió a la casa. Héctor no la ha vuelto a ver.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br /><i>Chaaaamo... te jodieron feo....</i>, le dijo Zeus en su cabeza.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br />—Cállate la jeta, maricón de mierda—, gruñó Héctor en voz alta. La verdad es que ya no quería oír a Zeus, ni en su cabeza, ni en persona. Mientras pudiera, esta desgracia no iba a salir a luz pública.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br />Tardó una hora en llegar a su casa, dando vueltas por Caracas, tratando de calmarse. Cuando llegó a su casa, su madre no salió a recibirle, como era su costumbre. Eso le extrañó.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><u1:p></u1:p>— ¿Mamá?<br /><br />—En el cuarto, mijo— le respondió.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br />Su madre estaba acostada en la cama viendo TV. Tenía una cara que a la vez confortaba y alarmaba a Héctor. Su mirada le mandaba olas de ternura reconfortante, pero a la vez su sonrisa pícara no le agradaba del todo.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><u1:p></u1:p>—Buena varilla que te echaron las chamas, ¿no?</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br />Héctor se quedó helado. — ¿Y tú como sa...?</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br />—Marjorie me acaba de llamar, pidiendo disculpas por el trauma que acaba de dejarle a mi muchachito, como dijo ella.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br /><i>La voy a matar</i>, pensó Héctor, sabiendo que no sería así.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;">—Espero que después de esta, te des cuenta que no todas las mujeres están tan dispuestas a ser aventurita de una noche contigo, hijo.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br />Héctor no lo podía creer. Él quizá era malvado, pero Marjorie había llegado a maquiavélica. ¡Involucrar a su propia madre! Era simplemente increíble.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br />—Me voy a dormir, mamá. Mañana tengo cosas que hacer.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><u1:p></u1:p>Aún sin dejar de sonreír, la señora Rojas, viuda desde hace diez años, con una hija casada desde hace tres y un hijo de veinticuatro delante de ella madurando ante sus ojos, le contestó: —Claro, mi amor. Descansa. Que Dios te bendiga.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br />Acostado en su cama, Héctor le daba vueltas a toda su noche. Se daba cuenta que ahora tenía dos opciones: podía superar su humillación, volver a la vida que estaba viviendo antes de hoy, teniendo más cuidado con quién salía, o podía empezar a portarse bien como lo medio hacía con Liliana. En eso, le llegó un mensaje. Era Zeus.</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br /><i>Que paso, diablo??? Estas en pleno mete y saca con la gva, o ya puedes contar al pana???<u1:p></u1:p></i></span><o:p></o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br />Héctor leyó el mensaje. Vio el celular con calma. Pensó en qué escribir. Y esto fue lo que salió:</span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Arial;"><br /><i>Hola Liliana. Despierta?</i></span><o:p></o:p></p> <u1:p></u1:p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p>Juan Carlo Rodriguezhttp://www.blogger.com/profile/04253084189609245827noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-31371020.post-1153344673913166332006-07-19T14:30:00.000-07:002007-08-24T19:08:20.338-07:00La cita, primera parte (o por qué se debe pensar con una sola cabeza)<p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Héctor salió del baño silbando alegremente. Su madre lo vio pasar por el pasillo y levantó una ceja en suspicacia. Cará con estos muchachos, pensó. Dos meses que está soltero y ya se está entusiasmando. Sonrió y siguió viendo televisión.</span><?xml:namespace prefix = o /><o:p></o:p></p><?xml:namespace prefix = u1 /><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Mientras tanto, Héctor procedió a vestirse. En efecto, estaba entusiasmado, pero no era por las razones que su madre pensaba. Sí, estaba por salir con una muchacha a la que le tenía el ojo puesto desde hace rato. Sí, le agradaba saber que podía salir sin pensar en Liliana, sin que le remordiera la conciencia. Pero de ahí a que estaba entusiasmada con Erika, como para algo más que aquello... Héctor lo que pretendía era mostrarle una buena noche a Erika. De ser posible, que fuera para él más que para ella.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">La verdad era que la relación con Liliana lo había terminado por agotar emocionalmente. Casi un año de semi fidelidad, padres, cariños y todo eso, agotan a un hombre. En el último mes, ya se había convencido de que ya no quería a Liliana. O por lo menos, ya no quería estar con ella. Así que comenzó a distanciarse. Fingió no ver los ojitos tristones de Liliana cuando le decía que no podía salir. Se hacía de oídos sordos ante las indirectas que le lanzaba cuando hablaban. Finalmente, cuando salió una noche y le presentaron a Marjorie, decidió que lo más decente era terminar con ella. Una vez más, fingió que no le dolieron las lágrimas que Liliana botó ese día.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Así que salió con Marjorie una vez. Química casi instantánea, pero la chama le metió un freno tal que todavía se ven las marcas de cauchos sobre sus partes privadas. <em><span style="font-family:Arial;">Me gustas burda, Hectorcito</span></em>, le dijo, <em><span style="font-family:Arial;">pero yo jamás he besado en una primera cita. Mucho menos acostarme. Así que... si quieres, te aguantas.</span></em></span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><em><span style="font-family:Arial;">Ño 'e la madre...</span></em><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Algo le decía a Héctor que lo más lógico sería esperar. Pero, ¿quién dijo que un pene era lógico? Agarró con calma la situación, y decidió que no la pujaría. Pasó cierto tiempo sin escribirle a Marjorie, hasta que Erika se le atravesó. La conoció un día en la playa con unos panas, y por lo visto, si Erika no era de las que besaba en una primera cita, sí era de las que se podía convencer.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Mientras se ponía la camisa, Héctor se recordaba de cómo había logrado hablarle a Erika, y se dio un golpecito a sí mismo en el hombro. Había ido directo, aprovechado un momentico que el tipo con el que andaba se desapareciera, y llegó directo a decirle que cómo era que alguien que se veía así en traje de baño andaba con uno que no fuera él. Sabía que ni Marjorie ni Liliana hubieran caído con esa. Y cuando la niña le dijo que bueno, que era su mejor amigo, FIESTA. A la media hora, los dos estaban sentados hablando paja, y a la hora ya le había sacado el teléfono. Cuando se regresó con los panas, él se ganó la última cerveza. Regla de los panas.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">El celular le sonó, indicando mensaje. Héctor se sonrió, y los dientes blancos perfectos brillaron sobre la oscura tez. Lo agarró y leyó. <em><span style="font-family:Arial;">Hola lindo. Ya estoy lista. Avísame cuando estés saliendo. :-)</span></em> Sí, era Erika.<em><span style="font-family:Arial;"> </span></em>Estaba que se moría por verlo. Hasta mal se sentía. Pero bueno. Quizá hasta se portara bien. Si ella se dejaba, claro.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">En cinco minutos terminó de vestirse, perfumarse y emperifollarse, como decía su vieja. Agarró su chaqueta, cartera, celular, y se despidió de ella. Bajó al carro, y se disponía a avisarle a Erika que ya iba saliendo cuando el aparato sonó otra vez: otro mensaje. Mi madre, pero qué desespero, pensó. Y leyó este mensaje:</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><em><span style="font-family:Arial;">Hola, Héctor.</span></em><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">¿Marjorie?</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Lo agarró tan de sorpresa que se quedó parado en el pasillo del edificio. Era la primera vez que Marjorie le escribía. Y tuvo un momento de pánico. ¿Le escribía? ¿Se hacía el loco? ¿La llamaba? Coño, ¿QUÉ HACÍA?</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><i><span style="font-family:Arial;">Pero bueno, huevonzón, ¿qué te pasa? ¿Eres una geva o qué?</span></i><span style="font-family:Arial;"> Era la voz de Zeus, su mejor amigo. Cuando hacía algo que se podría considerar estúpido, Zeus le daba un lepe y lo hacía entrar en razón, aderezado con un "huevonzón". De modo que esa parte de su conciencia siempre le hablaba con la voz del pana. Aparte, cuando te llamas igual que el rey de los dioses griegos, carajo, haces caso cuando te habla.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Respiró profundo, y antes de montarse en el carro le escribió. <i>Hola, belleza. Tanto tiempo. Y eso?</i> Suponía que lo que quería era hablar paja, así que no le dio mayor importancia. Total, ella que se ubique, y después que lo buscara. Terminó de escribirle a Erika para decirle que ya había salido. Cuando salió del estacionamiento, le llega otro mensaje.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Y frenó en seco. Si hubiera sido de día, cualquiera que estuviera detrás o le volaba el parachoques o mínimo le mentaba la madre. Pero al diablo. Héctor no se lo creyó.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><i><span style="font-family:Arial;">Ah qué no te puedo escribir? ;-) Nada, que todo el mundo está de viaje en mi ksa y yo me tuv que qdar estudiando. Y me acordé de tí. Quieres venir, q alquilé una pelicula?</span></i><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Fiel a su tradición, Héctor fingió no darse cuenta de cómo las palmas le empezaban a sudar. Lo volvió a leer.<i> Quieres venir? </i>Lo vio una y otra vez. <i>Quieres venir? Quieres venir? Quieres venir? </i>No podía creer lo que estaba leyendo. En su cabeza, Zeus había montado una fiesta. Pero en otra parte de su organismo, el mensaje de Erika — <em><span style="font-family:Arial;">Hola lindo. Ya estoy lista. Avísame cuando estés saliendo. :-)</span></em> — retumbaba como un tambor en la noche.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Una persona normal y decente habría pedido disculpas, diciendo que iba a salir y que no podía. Una persona normal, decente e <i>inteligente</i> habría dicho que tenía algo que hacer y que iba más tarde. Héctor era muy inteligente, y se podía decir que dentro de los parámetros establecidos por la sociedad era normal. Pero lo compensaba con una enorme cantidad de testosterona. El único problema era su conciencia, repitiéndole el mensaje de Erika, una y otra vez: </span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><em><span style="font-family:Arial;">HolalindoHolalindoHolalindoHolalindoHolalindoHolalindoHolalindoHolalindoHolalindoHolalindoHolalindoHolalindoHolalindoHolalindoHolalindoHolalindoHolalindoHolalindoHolalindo...</span></em><em><span style="FONT-STYLE: normal;font-family:Arial;" >¡¡¡¡¡¡¡¡</span></em><span style="font-family:Arial;">AAAAAAAAAH!!!!!!!!!!!.<br /><br />¿Qué iba a hacer? Pero de repente, su faz de angustia se transformó en una sonrisa. Ya se había formulado un plan. Si le salía bien, tendría el chivo de lujo amarrado con un mecate de fibra de oro. Y la voz de Zeus en su cabeza le dijo: <i>Chamo, yu ar goin tu jel</i>. Pero Héctor sentía que su pana destapaba una cerveza en su honor. Ni corto ni perezoso, le escribió a Marjorie: <i>Ah caray! Bueno sí va. Pero tengo algunas cosas que hacer primero. Dame unos minutos y te aviso cuando salga, sí?</i> La respuesta llegó unos minutos después: <i>OK. Te espero. =)</i><br /><br />Ahora el plan. Primer paso: llamó a su casa. Cuando su mamá le atendió, le dijo que si alguien llamaba alguien, que tranquila que estaba bien, pero que no dijera para dónde salió.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Ay muchachito. ¿Qué te estás inventando?</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—No vale, mamá, nada. Pero hazme esta segunda, vieja, ¿sí?</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Hmf. Yo no voy a estar mintiéndole a nadie, Héctor Arturo, ¿me oíste?<br />—No vale, vieja, no que mientas, sino que no des, eh, información pertinente, ¿sabes?<br />—Hmf. — El eterno sonido de desaprobación de su mamá. —'Ta bien. Pero me haces el favor y no estés inventando, m'ijo. Mira que hay mucho loco en la calle.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—No vale mamá, — el tercero era como el ratificante de que sí estaba tramando algo, pero lo negaría para toda la vida—, yo llego a la misma de siempre.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Bueno, te me andas con cuidado. Y tranquilo que te alcahueteo de ésta. Pero no se me malacostumbre, ¿oyó?</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Jajajaja, tranquila, mi vieja, yo sé como es todo. Gracias, ¿oíste? ¡Bendición!</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Dios te bendiga, míjo. Cuidado.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Okay, fase uno cubierta: coartada. Ahora segundo paso. Héctor manejó a un sitio cerca de la autopista donde se oyeran los carros. Erika vivía como a quince minutos de su casa, y ya habían pasado cinco. Perfecto. Y esperó. Cuando pasaron dos minutos más, vio pasar el carro de un chamo de su edad que conocía de vista en el edificio de vista y saludo. Pero ni que lo hubiera planificado. Le hizo señas, y le pidió un favor. El chamo se extrañó, pero aceptó. Cuando estaba todo cuadrado, llamó a Erika.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">— ¿Aló?— Tono de ligera preocupación.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">— ¿Aló Lili?— Gritado, asegurándose de que los carros se oyeran.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">— ¿Gordo qué te pasó?</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">— Coño linda, ¡qué arrechera! ¡Me acaban de chocar!</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">— ¡QUÉ! Dios mío, ¿estás bien?</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">— ¡Sí vale, Lili, estoy bien, quédate tranquilita! Pero el cab... bueno el idiota me dio duro, y...</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><br />Le hizo señas al vecino, que dijo: "Epa más respeto, ¿sí?”</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Le hizo la señal de aprobación con el dedo, y siguió: —Ajá, sí, whatever. Bueno, igual, me tengo que quedar acá para resolver este rollo, así cónchole mi amor, me da mucha rabia, ¡pero lo nuestro se va a tener que retrasar!</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">— ¡No vale, mi lindo, tranquilo! Ni que lo hubieras hecho a propósito. No vale, resuelve tranquilo lo tuyo y dejamos lo nuestro para después. Pero igual me avisas cuando llegues a tu casa, ¿sí?</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Héctor tenía la idea de que cuando llegara a su casa en lo que menos estaría pensando es en avisarle a Erika, pero bueno, tenía que montar el show completo. — ¡Seguro mi linda, no te preocupes! Coye vale, y perdóname, ¿sí? ¿No estás molesta?</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">— Pero vale, no seas bobito, ¿cómo voy a estar molesta? No vale, recibe un besito, tranquilo y que la cosa sea leve. ¿Seguro que estás bien?<br /><br />— ¡Te lo juro que sí, mi vida, gracias por preocuparte! Un poco, pues, eh, molesto por decirlo así pero...— Le hizo otra seña al chamo, que ni corto ni perezoso, y muerto de la risa, dijo, de la manera más neutra posible: —Mira chamo, ya llegó el fiscal.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Mira amor te dejo que llegó el fiscal. Hasta rápido llegaron los tipos, aleluya. ¡Hablamos rápido, y coye, de verdad disculpa!</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Quédate tranquilo, mi lindo. Un beso grande. ¡Hablamos mañana! ¡Me avisas por fa!</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Se terminó de despedir, y el chamo le dijo lo que Zeus le hubiera dicho: —Mariiicooo, eres el peor. ¿Esa era tu geva?</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Héctor, con la gran sonrisa del gato que se comió al canario, le dijo: "No chico, nada que ver, una caraja con la que me iba a ver esta noche. Y bueno, me salió otra cosa... mejor pues."</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">— ¿La otra está más buena?—- El chamo resultaba ser más perspicaz de lo que se aparentaba. Total, era hombre también.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Alguito. Digamos que lo que está mejor es la situación. Gracias por la segunda viejo. — Y le chocó la mano.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—No vale, tranquilo, pero igual... ¡qué bolas tienes tú!</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Héctor sonrió. Quizá las tenía, pero como dicen, ojos que no ven, corazón que no siente. Lo que Erika no sabía no podía lastimarla. Y todas esas vainas. Total, esta noche Héctor consolidaría su posición de hombre, y confirmar que el que espera, vence. Le volvió a dar las gracias, se montó en su carro, y fue a cumplir con la tercera parte de su plan. Le escribió a Marjorie: <i>Voy saliendo cariño. ¿Quieres que lleve algo?<u1:p></u1:p></i></span><o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">El chamo lo vio alejarse, y pensó en el pana suyo que había sido ridículamente fiel a su novia por dos años hasta que un día la tipa decidió que ya no lo quería. Y ahora que estaba saliendo con otra, la ex lo estaba rondando. Y ahora veía a éste viejo que estaba buscando resolver con dos carajas a la vez. Mientras se montaba en su carro y volvía a su casa, pensó: <i>Coño, ¿será que somos nosotros los que andamos buscando calidad que cantidad los que estamos pelando bolas?</i></span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: center" align="center"><b><span style="font-family:Arial;">ESTA HISTORIA CONTINUARÁ. NO ME ODIEN</span></b><o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="MARGIN-BOTTOM: 12pt; TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><br /><!--[if !supportLineBreakNewLine]--><br /><!--[endif]--></span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal"><o:p></o:p></p>Juan Carlo Rodriguezhttp://www.blogger.com/profile/04253084189609245827noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-31371020.post-1153344624349683532006-07-19T14:29:00.000-07:002011-11-14T07:09:56.123-08:00Un año después<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">Alicia maldijo como no recordaba haberlo hecho cuando el despertador sonó. Era sábado, y se le había olvidado quitar la alarma. Le extrañó muchísimo, pues desde que no tenía que trabajar los fines de semana eran sagrados, y religiosamente desactivaba el que normalmente era su fiel aliado. Anoche no salió, llegó del trabajo, habló un rato con su mamá, chequeó su e-mail y se durmió, plácidamente, a las once. ¿Qué le pasó anoche?</span><o:p></o:p></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;"></div><div style="text-align: left;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Arial;">Eran las 6:00 am. No tenía absolutamente nada que hacer. Se asomó a la ventana, y vio que ya había claridad. Iba a ser un día espectacular. De playa quizá. Eso la entusiasmó. </span><i style="font-family: Arial;">Oye, buena idea, pensó. A ver si llamo a</i><span class="Apple-style-span" style="font-family: Arial;">...</span></div><span style="font-family: Arial;"><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;">Frenó en seco el pensamiento. Lo que la friqueó fue lo involuntario que había llegado a su cabeza, completamente automático. Y volteó al calendario de Miró que tenía en la pared de su cama para ver el día. Se odió a sí misma, no tanto por saber qué día era hoy, sino por como la hacía sentir. Hace un año exacto había terminado con Alberto. Y era la primera vez que había pensado en llamarlo.</div><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;">Obviamente, una relación como la de ellos no se bota a la basura así como así; sí habían hablado una o dos veces desde que terminaron. Una vez fue porque Alberto la llamó, sólo para saber de ella. Ella le atendió con educación, tratando de no sonar demasiado fría, ni de demostrar lo mucho que la estaba afectando oírle la voz. Por alguna razón, lograron no discutir ni nada, y la llamada duró menos de dos minutos. La siguiente vez fueron unos meses después, que él la había llamado para pedirle un favor por un familiar de ella. Y el último contacto había sido hace dos meses, el día del cumpleaños de Alberto. Ella le había enviado un mensaje de texto, disculpándose que no lo llamaba porque estaba de viaje, pero que esperaba que lo pasara muy bien. El mensaje de respuesta que había recibido era lo bastante "él" como para pensar que en efecto le había alegrado saber de ella, pero como era el primero que le llegaba desde que habían terminado, Alicia igual sintió un respingón de tristeza al ver que faltaba el cariño de antes. Y esa fue la primera vez que se recriminó su estupidez — estaba segura que no quería volver con él, se quería concentrar en otras cosas en su vida, entonces, ¿qué tal si se dejaba de ridiculeces y se portaba como una mujer de 26 años y no una muchachita de 19?</div><div style="text-align: left;"><br />
</div></span><o:p></o:p><br />
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">Y ahora realmente había pensado en llamar a Alberto para ver si se lanzaban a la playa, como en los viejos tiempos, yupi.</span><o:p></o:p></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">El mal humor la estaba invadiendo, de modo que se paró de la cama para sacudírselo. Además, el día estaba como muy bonito para desperdiciarlo. No iría a la playa, sola no, pero el Ávila sería una muy buena segunda opción. Es más, lo podía agarrar de hábito. <em><span style="font-family: Arial;">Bastante buena que me estoy poniendo como para no lucir esta figurita</span></em>, se dijo, y el tono de sorna en su mente la hizo sentir mejor. Buscó su licra, y se metió al baño.</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-family: Arial;">-o-O-o-</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">Rodando hacia Altamira (había considerado brevemente subir hacia Los Venados, pero la idea de hacerlo sola no le apetecía), Alicia sentía una extraña e inquietante mezcla de alegría y tristeza. Siempre había sido una mujer muy independiente, algo que le traía a veces frecuentes altercados, no sólo con Alberto, sino con todos los novios que había tenido, de modo que salir sola no era algo desconocido para ella. Pero la parte más sensible de su mente repentinamente se dio cuenta que no había salido prácticamente con nadie desde que su relación terminó. Sólo una vez le aceptó una salida a un compañero de trabajo, hace unas semanas, y había sido todo un caballero, pero tan falto de sentido del humor que lo aburría. Había considerado salir con un amigo de ella que tenía un año rondándola, pero era tan claro que lo quería por sexo que se asqueaba de su superficialidad, y lo estaba demorando desde hace rato.</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;"></div><div style="text-align: left;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Arial;">Obviamente sabía por qué se había impuesto este celibato, pero era un asunto que no quería discutir consigo misma. Nunca había sido una muchacha particularmente sentimental, aunque tampoco se consideraba una mujer de piedra. Alberto había cambiado eso. Se emocionaba más, se reía con más facilidad, y no le gustaba hacer cosas sin él (lo cual no le impedía hacerlas). De hecho, ella una vez le dijo que si la muchacha de 17 años que ella había sido llegara a ver en lo que él la había transformado, quizá la cachetearía.</span></div><span style="font-family: Arial;"><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;">¿Era acaso por eso que había terminado por él? ¿Que no le gustaba en lo que la había transformado? ¿Demasiado dependiente, demasiado entregada a él? Ella se había convencido que simplemente lo dejó de amar, eso pasa... o que las cosas estaban saliendo mal por la falta de tiempo que tenían para dedicarse el uno al otro... o—</div></span><o:p></o:p><br />
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">La irritación hacia sí misma estaba volviendo, y se cortó en seco con una sacudida en la cabeza. Pero eso, aunque acabó con su monólogo interior, le trajo un pensamiento nuevo, y lo inesperado y molesto que se escuchaba, francamente, la asustó un poco. <em><span style="font-family: Arial;">Había pasado todo un puto año sin ponerse a pensar en esto, coño de la madre, ahora por qué carajo a mi subconsciente se le antoja empezar a analizar las vainas...</span></em></span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;"></div><div style="text-align: left;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Arial;">¿Pero qué rayos estaba pasando? ¿Todo esto nada más por acordarse de que terminó con Alberto hace un año? Alicia empezaba a sentirse realmente mal. Tenía que hacer algo por su vida. Aprovechó un semáforo, y empezó a hurgar rápidamente entre los CD's que tenía en el carro. Había dos que Alberto le había quemado, claro, pero los pasó sin verlos siquiera. Encontró uno alegre de Los Adolescentes y lo puso. Ideal, música feliz, dinámica. Además, Alberto era más de salsa vieja y rock (tremenda combinación), de modo que eso la distraería algo. Perfecto. Ahora me compro mi Gatorade y se acabó.</span></div><span style="font-family: Arial;"><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;">Cuando se paró en una panadería por Los Palos Grandes diez minutos después, ya Alicia se sentía más tranquila. De hecho, hasta se concentró en las cosas que tenía que hacer en la semana. El olor de la panadería la engatusó tanto que se compró un cachito para comérselo cuando subiera. Nada sano, pero estaba demasiado bueno el olor.</div></span><o:p></o:p><br />
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">Salió de la panadería, con un buen humor equivalente al día, ya sintiéndose más como ella. Cantaba la última canción, que oía, y hasta se sintió halagada —sin demostrarlo— cuando el cajero de la panadería la miró de arriba a abajo. <em><span style="font-family: Arial;">Ahora sí, a subir Ávila, a ver querrequerres, a sonreírle a la vida</span></em>. Prendió el carro, bajó el vidrio, y estaba por arrancar cuando vio un carro muy familiar pararse en una farmacia frente a la panadería.</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><em><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></em></div><div style="text-align: left;"><em><span style="font-family: Arial;">No. No puede ser. No way.</span></em><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;"></div><div style="text-align: left;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Arial;">Era algo como salido de la ridícula imaginación de un escritor. Una absurda historia escrita en un blog, o peor aún, en una telenovela de esas que ella tanto odiaba.</span></div><span style="font-family: Arial;"><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;">Y era inútil decir que no era el carro de Alberto, porque ahí estaba la calcomanía del Pato Lucas que ella le había regalado cuando le devolvieron el carro del taller. "Para que espantes la pava con alguien que tiene peor suerte que tú, mi rey", le había dicho. Y se rió como si fuera chiste de Emilio Lovera.</div></span><o:p></o:p><br />
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><em><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></em></div><div style="text-align: left;"><em><span style="font-family: Arial;">Debe ser la mamá, que le pidió el carro para algo. O el papá. O la hermana. O su tía que vive en el coño de la madre.</span></em><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">Pero aún antes de que se abriera la puerta, Alicia sabía que se estaba cayendo a mojones. Era Alberto. Pero esa no era la sorpresa mayor. No, ella vino en seguidilla junto con otra.</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">Primero, Alberto estaba con una bermuda anaranjada y una franela sin mangas con un Pato Lucas rastafari en el frente, regalo de unos amigos que fueron a Barbados, y una gorra negra. Y sus cholas favoritas. Señal evidente que iba a la playa.</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">Segundo, del asiento del copiloto se bajó Helena. Alicia la había considerado inofensiva, a pesar de sus celos; de hecho, le caía muy bien. Había siempre sido muy buena amiga para Alberto, pero también había defendido a Alicia cuando Alberto hacía algo mal. Las raras ocasiones.</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;"></div><div style="text-align: left;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Arial;">Helena sólo llevaba un pareo verde y una franela blanca corta. </span><em style="font-family: Arial;"><span style="font-family: Arial;">Muy</span></em><span class="Apple-style-span" style="font-family: Arial;"> corta. El piercing que traía en el ombligo destellaba en el Sol. Estaban yendo a la playa, sin duda. De hecho, a </span><st1:personname productid="La Guaira" st="on" style="font-family: Arial;"><st1:personname productid="La Guaira" st="on">La Guaira</st1:personname></st1:personname><span class="Apple-style-span" style="font-family: Arial;">, porque Alberto nunca iría a Higuerote a esta hora (ya eran las siete de la mañana). </span></div><div style="text-align: left;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Arial;">Seguramente iban a comprar algún bronceador o algo. Alberto le abrió la puerta para que Helena pasara primero, y cuando Alicia vio, primero, la sonrisa de agradecimiento (ay pero qué amable) de Helena, aunada al leve toque en el pecho de Alberto, y segundo, cómo Alberto no volteó para bucearle el culo a la niña cuando la tuvo enfrente (de hecho, cómo estaba haciendo un </span><em style="font-family: Arial;"><span style="font-family: Arial;">esfuerzo</span></em><span class="Apple-style-span" style="font-family: Arial;"> —no muy grande, claro— de no hacerlo), Alicia experimentó dos cosas simultáneamente: sintió un ataque de celos tan grande que sintió que iba a llorar, y nunca había querido tanto y de manera tan enferma estar desnuda con Alberto revolcándose —no haciendo el amor, </span><em style="font-family: Arial;"><span style="font-family: Arial;">revolcándose</span></em><span class="Apple-style-span" style="font-family: Arial;">— en donde fuera. Allí mismo, si se pudiera.</span></div><span style="font-family: Arial;"><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;">Alicia se bajó del carro, desoyendo la voz de su conciencia que le decía que era una locura, que se dejara de vainas, y cruzó la calle sin importarle carros ni nada. Cuando entró a la farmacia, Helena fue la primera que la vio, y la cara de susto que puso la putica hipócrita yonofui casi la hace reír, pero Alicia no se ríe. Justo cuando Alberto se da cuenta de quién es la que acaba de entrar Alicia le ha lanzado lo primero que encontró, cree que es una botella de champú, y se lo pegó directo en la cara. Antes que reaccione Alicia se le lanza encima, primero noqueándola con un derechazo que haría a Tyson orgulloso, pero no es suficiente, se le lanza encima, gritándole perra, perra maldita, cómo pudiste, lo venías cocinando, apenas esperaste que terminara con él, puta de mierda, y Alberto trata de separarlas, la agarra, y Alicia casi que se viene en sus pantaletas, nada más porque lo haya tocado, pero es un maldito también, le voltea la cara con una cachetada, perro le dice, poco hombre, seguro que hiciste fiesta nada más terminamos, maldito, y ve que Helena está sangrando, y le cae a patadas, Alberto la agarra otra vez, el farmaceuta grita, viene un tipo de seguridad, Alicia grita, grita—</div><div style="text-align: left;"><br />
</div></span><o:p></o:p><br />
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">Alicia parpadeó. Estaba todavía sentada en su carro, agarrando el volante tan fuerte que sus nudillos están blancos. No puede creer lo que acaba de pasar por su mente. Se obliga a soltar el volante, y ve que se pone a temblar. Respira profundo, trata de componerse, y se pone las manos sobre los ojos. Cuando cree que ya se calmó, los vuelve a abrir.</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">Alberto y Helena salen, él con una bolsa en la mano. No están agarrados de manos ni nada. Él le abre la puerta del carro a ella, le sonríe "gracias", él corre a dar la vuelta, y se va a montar.</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">Y se detiene.</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">Alicia involuntariamente se agacha, y contiene la respiración.</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">Alberto se voltea, como si algo lo hubiera llamado. Mira hacia los lados, y empieza a voltear hacia la panadería. Justo en eso, un carro se para delante del de Alicia y la tapa. Pero Alberto se queda mirando hacia adelante igual. Alicia lo está viendo, pero él a ella no. Pero está casi segura que él sabe que está allí.</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">Inseguro, como si se debatiera entrecruzar la calle o irse, Alberto termina montándose en el carro. Los pulmones de Alicia están gritando por aire, pero ella no respira hasta que ve el Mazda cruzar la calle.</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">Temblando de indignación, de autodesprecio, Alicia finalmente lo asume. Extraña a Alberto. No sabe si quiere volver con él o es que simplemente quiere que haga con ella lo que sólo él sabe hacer, pero lo extraña. Y lo extraña mucho. Como una niñita de 19, está encaprichada.</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">Lo único que puede hacer para evitar volverse loca es ponerse a llorar. Y Alicia llora. Llora como una niña. Llora en silentes sollozos hasta que siente que se secó por completo. Y llora, porque no sabe si va a poder volver a ver a Alberto. Pensar en eso la hace llorar más fuerte.</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-family: Arial;">-o-O-o-</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">— ¿Qué te pasó, lindo?</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">Alberto estaba aún con esa extraña sensación cuando se iba a montar. Volteó a ver a Helena, y la incertidumbre pasó. Se volvió a sorprender —como le había pasado muchas veces en el último mes, que habían empezado a realmente salir— en cómo uno puede cambiar su percepción de alguien.</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">—No, de repente sentí algo raro... Casi que fue tipo <st1:personname productid="la Guerra" st="on"><st1:personname productid="la Guerra" st="on">la Guerra</st1:personname></st1:personname> de las Galaxias... "sentí una perturbación en <st1:personname productid="la Fuerza" st="on"><st1:personname productid="la Fuerza" st="on">la Fuerza</st1:personname></st1:personname>"...</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">Helena sonrió y arrugó la cara. — ¿Qué es eso, chico? ¿Cómo así?</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">Alberto sonrió. —Sabes, como si algo muy malo estuviera pasando... o algo burda de raro... o...</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">Volteó a ver a Helena. Lo estaba mirando fijamente, lista para burlarse. Alberto sonrió, pero creía saber en efecto qué fue lo que sintió. Y no le gustó. Creía que tenía algo que ver con el día, pero...</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">—Ay, Dios mío... el Beto se volvió loquitoooo....</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">Y ahí Alberto se rió. —Presiento que en lo que vea ese traje de baño nuevo, loco voy a quedar.</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: Arial;">La sonrisa de Helena se mantuvo. Y ahí Alberto se olvidó de cualquier cosa que lo hubiera perturbado. Ese día iba a ser perfecto. —Ya veremos, Betico—, le dijo Helena. —Ya veremos.</span><o:p></o:p></div><u1:p></u1:p><br />
<div class="MsoNormal"><o:p></o:p></div>Juan Carlo Rodriguezhttp://www.blogger.com/profile/04253084189609245827noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-31371020.post-1153344472225243242006-07-19T14:27:00.000-07:002012-03-22T11:04:33.064-07:00Moscas en el carro<i><span style="font-family: Arial;"></span></i><o:p></o:p><u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">La mosca se golpeaba contra el vidrio del carro con tal fuerza que sonaba como piedras cayendo sobre techo de zinc. Para Armando, sonaba como piedras en su cerebro. Y cada una parecía quitarle un poco más de su sanidad. Armando se hablaba a sí mismo, en un desesperado intento por calmarse. Estaba en su carro, luchando contra su pie, convenciéndolo de que no pisara el acelerador, convenciéndolo de que era inútil, igual iba a llegar tarde al trabajo. En ese momento se imaginaba como una versión más despreocupada de sí mismo, que se lo tomaba todo de lo más "light". <i><span style="font-family: Arial;">Relájate, viejo</span></i>, le decía el "Light", <i><span style="font-family: Arial;">es preferible que llegues diez minutos tarde al trabajo que cincuenta años temprano al Cielo... si es que llegas, perrote, ja ja ja</span></i>...</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">La tensión en sus hombros aflojó un ápice. Se había estado acumulando allí desde que se dio cuenta que entraba en diez minutos a su trabajo que le quedaba a veinte de su casa. Como pudo se vistió y salió a su carro, con el fantasma del mal humor rondando por encima de su hombro, con la bestia de la arrechera agarradita de la mano. Prendió el aire, y el carro le dio un ligero temblor que enseguida desapareció. Odiaba ir en silencio en el carro, de modo que prendió la radio, pero a los cinco minutos se anunció una cadena. No gracias. Y ahora apareció la mosca en el carro. Y era constante, la pajúa. <i><span style="font-family: Arial;">Tac, tac, tac.... tac... tac, tac....</span></i> No podía creer que se estaba amargando tanto por una pe'azo 'e mosca. <i><span style="font-family: Arial;">Pajúo tú, que no bajas el vidrio y la dejas salir...</span></i></span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;"><br />Armando respiró profundo, y empezó a bajar el vidrio. Hace rato, por recurrentes cortos circuitos, cambió el sistema automático por uno manual, por muy arcaico que se viera. La mosca redobló sus esfuerzos —<i><span style="font-family: Arial;">tac, tac, tac, tactactactactac</span></i>— como apurándolo a que lo deje salir. <i>Ya voy, coño</i>... Agarró la manilla, y justo cuando se le salió de la mano estaba el "Light" diciéndole <i><span style="font-family: Arial;">Viste, men... cosas pequeñas, todo suave, todo—-</span></i> <i><span style="font-family: Arial;">¡CRAC! </span></i>El vidrio apenas bajó unos milímetros. El aire entraba de afuera, pero no era suficiente para que la mosca saliera. Y la manilla se salió como si nunca hubiera estado bien sujeta a la puerta. Armando sólo tuvo tiempo de mirarla estúpidamente por un segundo. Justo antes de que, una vez rodada la autopista hacia su trabajo, veía el estacionamiento en que ésta se había convertido. La cola se perdía en el horizonte.<br /><br />"¡COÑO!", gritó, soltando la manilla y pisó los frenos. Si hubiera estado húmedo, su Corolla se hubiera montado sobre el Minicord que tenía delante. Pero había sol desde hace tres días seguidos, y el piso estaba bien seco. Los cauchos dejaron una ligera marca en el piso, y el Corolla se detuvo a unos centímetros del Mini. La mosca zumbó una vez en protesta <i><span style="font-family: Arial;">— ¿es que acaso la oí gritar?</span></i>— y se golpeó contra el parabrisas. Armando miró hacia adelante con una estúpida expresión compuesta de desconcierto, incredulidad y una sombría y creciente rabia. Cualquier posibilidad que tuviera de llegar medianamente a tiempo se esfumó como una vela en medio del huracán Katrina. Pero el "Light" seguía tratando de controlar la situación. <i><span style="font-family: Arial;">Tranquilo viejo</span></i> —le decía, y Armando encontraba divertido, a pesar de sí mismo, que esa parte de su mente hablaba como un negociador tratando de bajar a un suicida de una ladera—, <i><span style="font-family: Arial;">tranquilo... llama al jefe, explícale, avísale que vas tarde... y todo fino.</span></i></span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<i><span style="font-family: Arial;">Claro bolsa, tú no eres el que se lo va a calar,</span></i><span style="font-family: Arial;"> pensó, con una mueca de resignación. Agarró su celular y se dispuso a llamar a la oficina. Estaba medio rayado con su jefe, porque la semana pasada había llegado ya tarde un par de veces, una de las cuales no avisó. Iba ya a ser la tercera, pero su jefe siempre pedía que le avisaran cuando iba a llegar tarde. Al menos una. Marcó la oficina y se lo puso al oído. Una voz femenina demasiado familiar le habló. </span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">—Usted no dispone de saldo suficiente para realizar esta llamada. Por favor...</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">—¿¿¿QUEEEE???? ¿¿Qué vaina es ésta???— Armando gritó. Y entonces se acordó que no había cargado saldo en un buen rato. <i><span style="font-family: Arial;">La madre que parió a todos, esta vaina no me puede estar pasando.... </span></i>Y mientras tanto, la cola avanzaba, sí, pero a razón de centímetros. A este paso llegaría una hora tarde. Y su amiga la mosca seguía dándose topetazos como una mini cabra voladora. <i><span style="font-family: Arial;">Tac, tac tac tac, tac.... tac....</span></i> Y ahora Armando escuchaba los zumbidos. En ese momento en que el estrés le agarraba por el cuello como la mano de un zombie, el zumbido sonaba como un taladro de dentista directo en su cerebro: <i><span style="font-family: Arial;">zzzzzzzzzzzzzzzzzz (tac) zzzzzzzzzzzzzzzz (tac)...</span></i> Esto no podía ser bueno para su salud mental.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i><span style="font-family: Arial;">Chamo, tranquilo, relájate, ya se soluciona....</span></i><span style="font-family: Arial;"> le decía el "Light", pero el tono de preocupación en la voz hizo de todo menos calmarlo. Toda la frustración de la semana, cuanto pleito hubiera tenido, cuanta arrechera hubiera agarrado, todos estaban alimentando el estrés que tenía allí. Pero estaba decidido a no dejarse llevar, no iba a terminar de activar la úlcera. Se llevó las manos al cabello y se apoyó del volante, mientras respiraba profundamente. Oía a lo lejos —por Júpiter, quizá, o tal vez Plutón— una corneta insistente. Pero ahora se daba cuenta que la corneta no estaba tan lejos. Y ahora escuchaba voces: "¡Señor! ¡Señor, señor!" </span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i><span style="font-family: Arial;">OK, ya, me volví loco</span></i><span style="font-family: Arial;">, pensó, y ese pensamiento, más que preocuparle, le agregó una cuota más a la arrechera. ¿Encima de todo, voy a parar al manicomio? ¿Con qué derecho? Pero como tanto voces como corneta seguían sonando, se dio cuenta que no lo estaba imaginando. Además, escuchó claramente: "¡Señor, señor, el del Corolla!" ¿<i><span style="font-family: Arial;">O sea, es conmigo la vaina?</span></i> Levantó la mirada para ver qué rayos pasó. A su lado izquierdo, se había parado por la cola un Ford K morado, o quizá fucsia (<i>ay, mana... fuczia...me-ze-ZER</i>, dijo el "Light", con una voz afeminada, pero Armando lo ignoró), y al frente iban dos mujeres. ¿Mujeres? Niñas, más bien — la que manejaba tendría unos veinte años, la copiloto dieciocho. Su vestimenta decía mujer, ciertamente; escotes que no dejaban mucho a la imaginación. La piloto era rubia, aparentemente natural, la copiloto, de pelo castaño. Bajo otras condiciones, Armando estaría fascinado, un hombre de 28 abordado de esa manera por dos niñas bien maduritas. </span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">Pero Armando en ese momento tenía el sexo muy lejos de sus prioridades. Era la copiloto la que estaba gritando para llamar su atención. Estaba prácticamente fuera del vidrio, que demostraba que tenía un top blanco, escotado y además con el ombligo al aire. El sol del mediodía tocó un piercing que llevaba en esa zona del cuerpo. Algo por las entrañas de Armando registró eso, pero fue aplacado por su creciente irritación. Cuando vio que le había llamado la atención, lo saludó con un entusiasmo demasiado grande para ser cierto. Y con una amplia sonrisa, la niña empezó a hablarle con una alegría de niñita."¡Hola señor! ¡Señor, no se ponga bravo, señor! ¡Es sólo una cola, señor! ¡Ríase, ríase con nosotros!"</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">Armando la miraba con una expresión de incredulidad. Normalmente un tipo bien humorado, en este momento era el Grinch. ¿De verdad esta perrita esperaba que me riera y ya? ¿Y que le haga el juego? O sea, ¿qué le pasa? Muchacha del—</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">La piloto gritó, — ¡CUIDADO, SEÑOR!</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i><span style="font-family: Arial;">¡TUN!</span></i><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">El golpe aventó a Armando hacia adelante. Como estaba volteado hacia la izquierda, el volante le dio de lleno en el cachete, que le envió un cohetón de dolor al cerebro. Se mordió la lengua. Y esta vez la mosca le pasó al lado del oído, pero no chocó contra nada. Él, en cambio, finalmente chocó contra el Mini por estar pendiente de las niñas del K.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">No iba a más de cinco, pero el Mini estaba hecho de fibra de vidrio. Vio un ligero hundido y el stop izquierdo roto. Vio el conductor del Mini levantar las manos en el aire, y empezar a bajarse. Vio a la copiloto del K volver a meterse, con la boca tapada para reprimir una carcajada. Vio al tipo del Mini bajarse —era un hombre cuarentón, bien vestido, y ya tenía un celular en la oreja. <i><span style="font-family: Arial;">Ese seguro no se preocupa por saldo, mardito,</span></i> pensó amargamente. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">Y en eso, la mosca chocó directo contra su cabeza.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">El "Light" intervino. O lo intentó, más bien. <i><span style="font-family: Arial;">Viejo, quieto, no hagas lo que creo que vas a—</span></i> "Vete bien lejos a la mierda", Armando dijo, aunque fue más un gruñido. Y sintió al "Light" esfumarse como un espejismo. Ya no era la frustración de la semana; era la del año. La de toda su vida. La que estaba por venir. Algo en su mente se apagó como un breaker, y entonces Armando Suárez, 28 años, teleoperador, soltero, simplemente empezó a navegar por instrumentos. </span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">El dueño del Mini estaba al lado. —Mira, amigo, ¿no crees que te deberías bajar a resolver esto?—, le dijo. Armando simplemente volteó y lo miró a los ojos. El hombre vio algo allí que no le gustó, porque su rostro se ablandó. Pero se mantuvo firme. Armando le dio una sonrisa de oreja a oreja, y mientras le seguía mirando a los ojos, abrió su puerta de un empujón que agarró al hombre completamente fuera de guardia. Lo tumbó al piso. — ¡EPA! Pero bueno, mijo, qué carajo te has— </span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">El hombre vio a Armando bajarse del carro, y vio que le duplicaba en tamaño, tanto hacia arriba como hacia los lados, y empezó a balbucear. — ¡Mira, déjate de vainas, esto fue culpa tuya, para qué carajo me vas a dar, qué te pasa, hijo, relájate un poquito cálmate <i><span style="font-family: Arial;">mano por favor NO ME PEGUES</span></i>— </span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">—Cállate la jeta, idiota, ya vamos a hablar. Párate y espérame, gruño Armando.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">El hombre no esperó a que se lo repitieran. Se escabulló hacia su Mini, y esperó a que esta pesadilla parara.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">Armando, mientras, tenía muy claro su destino.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">El Ford K sólo había avanzado unos metros. Michelle —la copiloto— estaba muerta de risa, pero de nervios. Erika, la piloto, estaba simplemente muerta de la risa. </span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">— ¡Marica, lo hice chocar, o sea!— dijo Michelle, entre risas. </span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">— ¡Chama que riñones tienes tú! ¡No puedo creer esta vaina!—le replicó Erika, limpiándose una lágrima. </span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">— ¿Chama, se habrá arrechado mucho? ¡Chama yo lo que quería era jugar con él! ¡Lo veía tan estresado el pobre! ¡Y tan bueno que estaba!</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">— ¡No vale, qué crees! ¿Por qué se habrá arrechado? ¡No vaaaleee! ¡Lo que te debe querer es medio matar! ¡Si fuera yo—</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">—Para el carro.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">Michelle gritó. Erika no tuvo tiempo, porque una enorme mano se le cerró sobre el cuello. Cuando volteó, vio al hombre del Corolla caminando al lado de su ventana. La risa se murió en un instante.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">—Para el carro, coño— dijo.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">— ¡Señor, por favor, esto fue culpa mía! ¡Yo no—</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">—Cállate la jeta. Para el puto carro. Páralo. ¡YA!— bramó.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">Esta vez Erika acompañó a Michelle en gritar, y pisó el freno con fuerza. Michelle se pegó contra el tablero, y las dos empezaron a llorar.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">El tipo se agachó al lado de la ventana, soltando a Erika. Ella no recordaba estar así de asustada. El examen que tenían en la universidad ya no parecía tan importante —ya lo que quería era borrar los últimos diez minutos y buscar a su novio en lo que llegara a la universidad. Si llegamos. El hombre ignoró las cornetas airadas que estaban detrás de ellos. <i><span style="font-family: Arial;">Dios mío, ¿dónde está la policía cuando una la necesita?</span></i></span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">Trató de mantener cordura. —Señor, en serio, lo que estábamos era jugando, no queríamos que—</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">—Tranca la jeta, carajita. Tú no querías, tú no pretendías, todo eso es paja. Tienes razón, era un jueguito, pero por tu maldito jueguito, mi carro se jodió y el de otro también. Y ustedes, de lo más bien gracias.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">Michelle intervino, sollozando, —Señor... por favor... yo...</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">—Y a ustedes les sabe a MIERDA todo lo que los demás estén pasando en ese momento. Les voy a dar un consejo, carajitas: la próxima que se quieran hacer las cómicas, déjenlo para algún pajúo que esté como para esas vainas.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">Se metió un poco dentro del carro. Erika le olió la colonia, ligada con sudor. En medio de su susto, pensó desquiciadamente, <i>Esto es un hombre</i>... Pero él ni la miraba ya. Tenía los ojos fijos en Michelle, quien en cambio, no quería siquiera voltear a verlo.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">—Mírame.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">—Señor... por favor... en serio que yo— balbuceó Michelle, entre lágrimas.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">—QUE ME MIRES, CARAJO.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">Michelle volteó a mirar al tipo a la cara. <i><span style="font-family: Arial;">Coño, quién me manda a pajúa</span></i>, pensó. Cuando miró a los ojos al tipo, lo que vio fue rabia intensa, rabia que esperaba no ver nunca. Erika, en cambio, no le quitaba los ojos de encima. Michelle en un instante volteó hacia ella y pensó, <i>¿¿¿Esta caraja se lo está BUCEANDO???<u1:p></u1:p></i></span><o:p></o:p></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">— ¡¿Me estás mirando, coño?!</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">Volteó de inmediato. — ¡Ay, sí, señor, sí!</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">— ¿Qué habrías hecho si yo tenía una pistola?</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">—Yo—</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">—Te hubieras MUERTO como una bolsa, eso es lo que hubiera pasado.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">Volteó a ver a Erika. Estaba casi encima de ella, y Erika, en medio de su mezcla de sensaciones, se fijó en cómo su mirada se detuvo un instante en su escote. La miró a los ojos, y la misma rabia que vio Michelle la llenó de temor... pero también algo más. Leve y lejano.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">—Lárguense.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">Se paró, dio media vuelta y se devolvió. Erika se relajó. Michelle rompió en llanto por completo. Erika se limitó a manejar. Esa noche, cuando estaba con su novio, se imaginó al hombre de la autopista, poseyéndola con furia. Tuvo el más intenso de los orgasmos.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">Cuando Armando caminó de vuelta al carro, sentía una extraña calma. La gente le tocaba corneta, reclamándole, mentándole la madre, gritándole loco 'e mierda, pero él no las escuchaba. Sólo pretendía hacer dos cosas antes de resolver su choque. El hombre del Mini le dijo, no sin cierto temor: "Mire amigo, no es gran cosa, si quiere—"</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">— ¿Me podría prestar su celular, por favor?</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">Esta solicitud vino tan de ninguna parte, y fue hecha con tal ecuanimidad, tal educación, que el hombre parpadeó en incredulidad. Miró a Armando con extrañeza, como si esperaba que fuera una treta para que se descuidara y le volteara la cara, pero igualmente le dio su celular.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">Armando marcó rápidamente el teléfono de la oficina. Le atendió la recepcionista de la compañía. "Irene, es Armando. Pásame a Walter, por favor." En eso, recordó algo. Con el teléfono en la mano pegado a la oreja, fue a su carro. Se asomó en la ventana. </span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">Y ahí estaba la mosca.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">Justo en ese momento, su jefe estaba al teléfono. "¿Se puede saber donde carajo estás, mijito?" </span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">Armando fue a abrir la puerta. La mosca se movía impaciente, como si supiera que iba a ser libre al fin. La sonrisa volvió a la cara. El hombre del Mini dijo luego a su esposa que esa no era la sonrisa de un hombre cuerdo. Armando le dijo a su jefe: "Walter, acabo de chocar el carro."Su jefe. "Coño de la madre... ¿Y ahora qué vas a hacer?" Malhumor escondido.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">Armando entreabrió la puerta. La mosca voló hacia él.</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">Sonriendo triunfante, Armando contestó: "Renunciar."</span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial;">Y metiendo el brazo, moviéndose a toda velocidad, aplastó la mosca contra el vidrio. </span><o:p></o:p></div>
<u1:p></u1:p><br />
<div class="MsoNormal">
<o:p></o:p></div>Juan Carlo Rodriguezhttp://www.blogger.com/profile/04253084189609245827noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-31371020.post-1153344386329383992006-07-19T14:25:00.000-07:002007-08-24T19:04:54.490-07:00Un día más<p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Siempre que empezaba un curso nuevo, Malena últimamente tenía la misma sensación. Una mezcla de una puerta abriéndose a un mundo nuevo y el nerviosismo de que hay un tigre detrás de esa puerta. Y últimamente, las veces en que se equivocaba con el tigre se emparejaban con las veces que tenía razón. Hace tres años que daba clases en el mismo instituto, y empezaba a afectarla. La rutina de dar la misma clase al mismo ritmo la estaba desesperando.<br /><br />Llegó al instituto cinco minutos antes de la hora, saludando con su acostumbrada ternura. Excepto por un muchacho que tenía allí un año antes que ella, el cual definía <em><span style="font-family:Arial;">extrovertido</span></em>, Malena era la favorita del personal del instituto, profesores y alumnos. Además que era atractiva —alta, morena, con un cuerpo que atestiguaba un riguroso régimen de ejercicio— era fácil para sonreír, y lo hacía mucho, dado su visión optimista de la vida y su sentido del humor que ella comparaba con el de cualquier hombre. Para tristeza de éstos últimos, tenía cinco años de casada, y por eso trataba de ignorar la forma en que compañeros de trabajo y alumnos mayores la miraban.</span><?xml:namespace prefix = o /><o:p></o:p></p><?xml:namespace prefix = u1 /><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><br />A esta hora quizá no tendría ese problema. Al principio de la tarde, lo normal es que le tocaran muchachos de bachillerato. Ese hecho la llenaba de sentimientos encontrados: era lo bastante alegre para mantener a los muchachos interesados, pero estaba conciente de que muchos de ellos estaban allí porque (a) sus padres sabiamente los ponían a estudiar inglés mientras tuvieran el disco duro fresco, (b) sus padres querían mejorar sus notas de inglés del colegio, o (c) sus padres no los querían en casa y se los botaban a los profesores que los toleraran como mejor ellos pudieran. Malena podía imaginárselos: <em><span style="font-family:Arial;">Okay, ¿saben qué? Nosotros los hemos tolerado, todos los días, durante los últimos catorce años. Los vimos cagarse, vomitarse, y contestarnos de más. El hecho que estén con ustedes una hora y media, dos veces a la semana no los va a matar. </span></em>Sí, a nosotros no, pensó Malena, pero no les puedo prometer que a ellos no...</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><br />Tomó la carpeta del grupo, la abrió y la leyó. Un nivel uno. Buena señal: los adaptaría a su estilo. Al mismo tiempo, probables vagos. Al menos eran pocos: cinco, tres varones y dos hembras. Una hembra y un varón eran hermanos. ¿Qué tal serían?</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><br />Entró al salón, que tenía una mesa redonda y ocho sillas, y cosa curiosa estaban todos ya allí. Estaba una linda muchacha de unos quince años y un muchacho de veinte que era demasiado parecido a ella como para no ser su hermano. Al lado de éste había una muchacha, de unos diecinueve, muy linda, que estaba demasiado cerca de él como para no ser su novia, y tendría dieciocho o diecinueve. Cerrando el alegre grupo, un muchacho —más bien un niño— de doce años ataviado con el uniforme completo de los Leones de Caracas (Malena, siendo fan de los Navegantes del Magallanes, eternos rivales, se sonrió) y otro, un poco mayor, con la cabeza rapada, cual neo-nazi y con una carita de maluco para rematar. Todos callaron cuando ella entró. Novia tenía una cara de nerviosismo que cualquiera diría que acababa de entrar Hitler en persona. El caraquista se notaba que quería estar en todos lados excepto aquí. Los dos hermanos fueron los únicos que sonrieron en saludo. El <em><span style="font-family:Arial;">skinhead </span></em>estaba a dos parpadeos de quedarse dormido.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Good afternoon!—, dijo Malena de la forma más alegre que pudo. Los hermanitos cruzaron una mirada, la novia se acercó más a su pareja, sin mirar a Malena, y los otros dos estaban muy interesados en la decimoquinta raya de sus cuadernos abiertos. <em><span style="font-family:Arial;">Hmmm, ya se empieza a ver la clase de público.</span></em></span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Uy, como que me equivoqué de salón, este es el de los zombies...—, dijo, y con satisfacción vio que el caraquista se rió discretamente. Igual Novia y los hermanos. <em><span style="font-family:Arial;">Skinhead </span></em>se limitó a sonreír. — ¿Será que salgo y resucitan? A ver...</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Tomó su maletín y salió. Al llegar a la puerta, con la misma se devolvió y entró de nuevo. Con la misma alegría de antes dijo "Good afternoon!", y esta vez todos —hasta el <em><span style="font-family:Arial;">skinhead</span></em>— le respondieron casi al unísono. </span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">— ¡Ah, tú ves así sí! Bueno, bienvenidos... Mi nombre es María Elena Altúnez. El que me diga señora Altúnez será lo último que diga. O me dicen Malena, o me dicen teacher. Yo no califico para "señora" sino hasta después de los cuarenta y cinco, y para eso no les importa cuánto falta. Cualquier otra cosa que no sea Malena o teacher, agradezco no me la digan en mi cara.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Daba ese pequeño discurso siempre. Justo allí sabía quién la aceptaría y con quién pelearía. Novia comenzaba a relajarse, al igual que el leoncito. <em><span style="font-family:Arial;">Skinhead</span></em> aunque sea la miraba cuando hablaba. Tal vez iba a ser un buen grupo después de todo. Tal vez...</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Después de su discurso, preguntó a quién le gustaba el inglés y a quién no. No le sorprendió que a <em><span style="font-family:Arial;">Skinhead</span></em> no le gustara. A Novia tampoco. Al leoncito sí, y a la hermana también, pero fue rápida para aclarar. "¡Y soy malísima! ¡Doy pena!"<br /><br />—Bueno, ahora vamos a averiguarlo—, dijo Malena. Se volteó al skinhead. —Hello. What is your name?— Era su método para romper el hielo: mientras se equivocaban, ella sabía cuánto iba a trabajar. Novia dio un respingo. <em><span style="font-family:Arial;">Bastante trabajo con ésta, </span></em>pensó. Tuvo que morderse el labio para no reírse.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><br />—¿¿¿Qué <em><span style="font-family:Arial;">qué</span></em>???—, replicó el peladito.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Malena sonrió, y repitió la pregunta, más despacio. — ¡Ah!—, dijo el peladito. —Mai neim is Alejandro.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Bastante bien. Malena le contestó. </span><span lang="EN-US" style="font-family:Arial;">"Thank you, Alejandro. And now, what is <em><span style="font-family:Arial;">your</span></em> name?", le preguntó al leoncito.</span><span lang="EN-US"><o:p></o:p></span></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span lang="EN-US" style="font-family:Arial;">—Eh... My-my name is... </span><span style="font-family:Arial;">Asdrúbal.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Caray, eso es muy fácil, pero son mejores de lo que pensaba, pensó Malena. Su inicial predisposición casi desapareció. Sólo después recordó que es en lo que uno afloja, cuando más rápido... entra.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span lang="EN-US" style="font-family:Arial;">—Thank you, Asdrúbal! Very good! I am impressed! Ok, let's see... </span><span style="font-family:Arial;">What's your name, my friend?</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Silencio.<br /><br />Malena contó hasta cinco, y carraspeó.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Novia levanta la mirada. Es un conejo que ve al águila pasarle por encima. Malena no dejó de sonreír, pero su sensación de complacencia se fue a dormir. Cuando Novia preguntó, "¿Es conmigo?", la sensación empacó y se mudó a un hotel. <em><span style="font-family:Arial;">No puede seeer....</span></em> La cara del novio era todo un poema —Sí, es medio brutita, pero es MI brutita—, pero un aplauso por no decirle nada directamente. <em><span style="font-family:Arial;">Hay esperanza para el sexo débil.</span></em></span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Yes, dear. What is your name?</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Ay no, disculpe, sabe, pero yo no sé nada de inglés— fue la respuesta, con una risita nerviosa.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Malena seguía sonriendo, pero esta vez parpadeó incrédula. ¿Será que oyó bien? En tres años creía haberlo oído todo: excusas para no hacer tareas, vivezas para no quedar mal parados, respuestas insólitas en los exámenes. Pero ésta era la primera vez que se veía ante un caso de nerviosus brutis: los nervios son tales que afectan el coeficiente intelectual. ¿Que no escuchó lo que los otros dos contestaron? La cara del novio y la cuñada demostraban que compartían la idea. En particular, la mirada de paciente exasperación del novio era conmovedora. Malena tenía ganas de reírse a carcajadas. Pero ante todo, profesionalismo. Intentemos de nuevo.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><br />—A ver, si es muy fácil, escucha: <em><span style="font-family:Arial;">What is your name</span></em>?</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><br />Novia se detuvo a analizar lo que había oído. Miró a su pechugo, que se limitó a animarla con los ojos. Me miró de nuevo, con una sonrisa nerviosa. Pensó otro poco más, y sacudió la cabeza.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—De verdad, lo siento, no entiendo. ¡No sé nada de inglés!</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Malena ya empezaba a sudar. En ningún colegio del mundo hispano puede pasar una clase de inglés sin que enseñen a contestar "what is your name". Dios, ¡si los dos pichones de al lado de ella la contestaron sin problemas! Y estaba eso, había habido no una, sino DOS respuestas iguales antes que ella. ¡Y que no me diga que nunca vio clases de inglés, que con la pinta que trae no estaba en Misión Robinson! El novio empezaba a frotarse los ojos, como tratando de meter la paciencia por allí. Novia lo ve, y hace una pregunta que Malena detestaba: "¿QUE-eee?"</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Decidió darle la vuelta al asunto. —A ver, presta atención.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Pero teacher...—- empezó la niña genio.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">— ¡E-EH! ¡Aguántate, amiga! Listen! — y se señaló la oreja, para que entendiera la palabra. Se dirigió a Alejandro, que había salido de su letargo y estaba dispuesto a gozar a costillas de alguien. —What is your NEEEEIM?—, le preguntó, afincando la última palabra.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Alejandro, que se notaba una ñoñita digna de su comparación con un skinhead, volteó hacia la novia y contestó: —My NEEEEIM is A-le-JAN-dro.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span lang="EN-US" style="font-family:Arial;">Malena luego se dirigió a Asdrúbal. —And what is YOUR name?— </span><span style="font-family:Arial;">El niño la miró y le dijo simplemente: — Is Asdrúbal.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Y miró a la novia. —¿Ves? Espera un poco. — Volteó a la hermana, quien estaba haciendo un magnífico trabajo de no disimular su risa. —And what is YOUR name, dear?</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Con casi perfecta fluidez, la hermana contestó: —My name is Anibel, teacher. — Impresionante, pero Malena no podía detenerse ahora. Tenía un alma que salvar. Volteó al novio. —And what is your name, handsome?</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">El novio empezó a contestar mirando a Malena. —My NAME— dijo tambien de modo casi sin fallas, afincándolo, y se volteó hacia la novia— is Jonathan. —Hasta se tocó el pecho con la mano abierta, lo que hizo a Malena pensar: <em><span style="font-family:Arial;">Mi Tarzán, tú Jane</span></em>. La imagen era tan divertida que los esfuerzos por no reírse estaban cerca de fallar. Esto no podía seguir por más tiempo.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">— ¿Viste? — La cara de la novia indicaba que vio algo, quizá un elefante o un pony, pero el punto de todo el ejercicio, parecía que no. — Now tell me — y se agachó delante de la novia, y pronunció todo muy despacio—: What... is... your… NAME?</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Novia mira a Malena. Miró al novio. Novio le anima. Novia ve a la cuñada. Cuñada sólo ve. Novia ve a los niños. Los niños están que lloran de la risa. Novia mira a Malena. Malena espera. Novia mira hacia arriba. Malena va a llorar ella misma. Novia de repente la mira otra vez. Malena en serio contiene la respiración. No puede creer que haya llegado a este punto. Novia de repente sonríe.<br /><br />— ¡Aaaaaaah okeeeey!</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><em><span style="font-family:Arial;">¡Sí! ¡Lo logré!, </span></em><span style="font-family:Arial;">pensó Malena.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span lang="EN-US" style="font-family:Arial;">—¡¡¡¡Mai neim is JONATHAN!!!!</span><span lang="EN-US"><o:p></o:p></span></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><em><span lang="EN-US" style="font-family:Arial;">¡AAAAAAAAAAAAH!</span></em><span lang="EN-US" style="font-family:Arial;"><br /><br /></span><span style="font-family:Arial;">El novio no pudo más. "¡Por amor a CRISTO!", exclamó. La cuñada se ríe de una forma demasiado sabrosa. Los niños están que se caen al piso de la risa. Y la novia no puede decir otra cosa que su "¿QUE-eee?" Malena está volteada a la pared, mordiéndose los cachetes con fuerza, porque no puede soltar la carcajada atómica que se le está cocinando. Además que no la puede humillar así como así. La va a hacer llorar si hace eso. Profesionalismo por delante, ante todo.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Pero Jonathan sí puede. "Mi vida, TU NOMBRE. Quiere que le digas TU NOMBRE. No el mío, no el de Alejandro, no el de Asdrúbal, sino el tuyo. EL TU-YO."<br /><br />—Aaaaah, perdón. María Karina, teacher.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Malena la ve con una mezcla de lástima y diversión. Pobrecita, debe ser que nunca ha querido aprender inglés. O es particularmente bruta. De todas maneras, Malena se sintió un poquito mal por haberla querido poner así al descubierto. Alejandro y Asdrúbal se la comerían viva si estuviera sola. <em><span style="font-family:Arial;">Recuerda, Male; sólo hay tanto malo como tú te dediques a dejarlos ser malos.</span></em><br /><br /></span><span lang="EN-US" style="font-family:Arial;">—Thank you, María Karina. Thank you very much. It's very nice to meet you, es un placer conocerlos a todos. </span><span style="font-family:Arial;">Now, can I begin?</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Y María Karina levantó la mano. Malena, a pesar suyo, se sintió intrigada. No era la primera vez que alguien le preguntaba algo antes de empezar una clase, pero sí era muy raro. ¿Será que está más interesada de lo que parece? Como que no iba a ser un día más después de todo.</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Yes, María Karina? ¿Tienes una pregunta?</span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Sí, eeem... ¿Qué fue todo eso que dijo después de mi nombre?<br /><br />O quizá sí. </span><o:p></o:p></p><u1:p></u1:p><p class="MsoNormal"><o:p></o:p></p>Juan Carlo Rodriguezhttp://www.blogger.com/profile/04253084189609245827noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-31371020.post-1153344269657816072006-07-19T14:23:00.000-07:002007-08-24T19:00:33.137-07:00Ruptura<p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Tenemos que hablar.<?xml:namespace prefix = o /><o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Y así fue como la vida de Alberto se convirtió, sin él siquiera darse cuenta, en un cliché. Él siempre había dicho que las tres palabras que habían salido de la boca de Alicia eran las tres peores que un hombre podría escuchar. Nadie "tiene" que hablar, así como nadie "necesita" hablar. Es el mundo de la sabiduría Seinfeld: "tener" que hablar es señal casi segura que quieren terminar contigo. Y lo más grave, no hay nada que uno pueda hacer sino... una <em><span style="font-family:Arial;">cita</span></em> para hablar. Y eso es otro chiste. Estas "citas" consisten en un minuto de habladera de paja, cinco minutos de la parte que hizo la proposición explicando por qué "tenía" que hablar, y los siguientes minutos u horas pueden irse entre el delicado intento de convencer a la ex-pareja de desistir de sus intentos o un menos delicado agarre del orgullo para limpiar la mierda que ha quedado debajo de ellos y suplicar que reconsideren.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Alberto estaba decidido a evitar esto último, pero luego de tres años de aparente estabilidad con Alicia y aún más años que era él el que "necesitaba hablar", sabía que nadie podía predecir eso. Además, una vez que se decían las terribles tres palabras, no es uno el que controla la situación.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Él dijo que la buscaría pues, y hablaran. ¿A las ocho estaba bien? "No", dijo Alicia. "Yo te espero en McDonald's, cuando salgas del trabajo". Alberto se acomodó en su silla. Primera mala señal (o segunda, de hecho). Evitó la mirada de Helena, su vecina de escitorio, que por su cara se veía que sospechaba que algo no estaba color de rosa. Y el hecho que quería que fuera un McDonald's, en vez de un café o algo... <o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Bueno, está bien. Eeeh... ¿Estás segura?<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Pausa. Ligero suspiro. —Sí. Te espero. Porfa, no llegues tarde, ¿sí?<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><em><span style="font-family:Arial;">¿Qué le pasa a ella? </span></em><span style="font-family:Arial;">En tres años y tanto, Alberto había buscado a Alicia siempre a la hora, sin desviarse dos minutos. Era el raro caraqueño puntual. Fue la primera vez que se molestó en la breve conversación, y a pesar de todo le dio la bienvenida al sentimiento. Lo hizo sentirse un poco más en control. Pero no quería exagerar.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Gorda, ¿qué te pasa? Sabes que voy a llegar a tiempo—. Pausa. —A pesar de todo. —Bueno, es por si acaso. Disculpa si te molestó. —No vale, tranquila, pero... ¿Cielo qué pasa? ¿Está todo bien?<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Debió preguntar eso hace un mes, cuando veía que todo empezaba a cambiar: ella un poquito más ocupada, de modo que se veían menos, las conversaciones un poco más frías, los besos menos apasionados. Era como si tuviera una máscara que le tapaba ojos y orejas.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Pausa. Un suspiro, ligeramente pasado por agua. —No, gordo. No todo está bien. De eso te quiero hablar. Lo siento mucho.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Bueno, eso terminó de arrancar la máscara, con un añadido de pelos. Alberto sintió la primera verdadera punzada de dolor. Y cerró los ojos. Helena lo estaba mirando con mayor interés, pero trataba de no mostrarlo. Dios la guarde. Pero Alberto no estaba listo para ceder su orgullo. Miró al frente de nuevo. <o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—No te disculpes, gorda. Cualquier cosa hablamos ahora. Te amo, cielo.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Pausa. Otra vez. —Okey. Te amo-, se oyó. Corto y seco. Sin ningún nombre cariñoso. Ya Alberto no tenía rabia; lo que lo estaba lentamente suplantando era el dolor. <o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Hablamos. Chao. — Y colgó. Alberto miró el teléfono como si estuviera tratando de pedirle que le contara qué cara tenía Alicia ahorita. Helena estaba sentada al lado con un cliente, pero seguía lanzando miradas furtivas al escritorio de Alberto. En él, el teléfono sonó, y Helena no pudo sino sentir lástima del respingo que Alberto dio. <em><span style="font-family:Arial;">Alicia</span></em>, pensó. <em><span style="font-family:Arial;">Quiere terminar con él.</span></em> —¡¿Señorita, usted me está escuchando?!—, gritó la señora que estaba al teléfono. Helena rápidamente volvió a lo suyo. <o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Alberto no había atendido el teléfono, que ya iba por el tercer repique. Reinaldo, el supervisor, le dijo desde su escritorio, en su acostumbrado tono burlón y juguetón:<span style="font-size:+0;"> </span><o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Alberto, si lo atiendes, te lo juro que deja de sonar.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Alberto no le contestó. Respiró profundo, y con su mejor voz atendió y dijo lo mismo que había hecho desde hace dos años: "Gracias por llamar a Movilnet, le habla Alberto Andrade. ¿En qué puedo servirle?" Mientras escuchaba a un anónimo quejarse porque no le llegaban los mensajes de su teléfono a su novia (<em><span style="font-family:Arial;">novia… novia... novia... novia...</span></em>), Alberto miró el reloj. 2:53. Le faltaban dos horas y siete minutos para (redoble de tambores por favor) encontrarse con su destino (entran trompetas). <em><span style="font-family:Arial;">¿En qué momento mi vida se volvió un cliché?</span></em>, volvió a pensar.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Ese día, aparte de todo, ocurrió una primicia: Alberto salió más temprano de su trabajo. A las 4:55, le pidió a Reinaldo si se podía ir cinco minutos antes. Sí, vale, le dijo Reinaldo. ¿Todo bien? Alberto dijo que sí, que lo único tenía que resolver unas cosas y no quería esperar más.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Imagínate, y cinco minutos te van a matar... Alberto se rió como pudo. <o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Bueno, sabes como es todo. Mañana te llego cinco antes. <o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—'Magínate tú. Anda vete de una vez, coño.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">Alberto se despidió de sus compañeros, pero una parte de él quería evitar a Helena. Era quien mejor lo conocía, y no tenía que contarle lo que le pasaba. Una parte le decía que si Helena le salía con uno de esos clichés (más clichés) tipo "Todo saldrá bien", "Dios proveerá", "Lo mejor es lo que pasa", le arrancaría los ojos. Pero por supuesto que fue a ella, y por supuesto que la abrazó. Cuando se iban, Helena le apretó la mano y le dijo: "Llámame para que hablemos después."<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">A las ocho, Helena estaba en su apartamento de Palo Verde, estudiando para sus clases de contaduría. Pero no se concentraba; pensaba mucho en Alberto. Eran amigos muy cercanos desde hace dos años, y era la primera vez que conocía a un chamo que no quería acostarse con ella. El hecho de que se veía de verdad enamorado de Alicia ayudaba. Por eso, sabía que si eso se terminaba, decir que le iba a pegar era decir poco. Muy poco. Y como si fuera una invocación, el teléfono sonó. Su papá atendió. Y le pasó a Alberto.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Aló.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Hola chamita.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Hola, hermanito.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Se acabó.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><em><span style="font-family:Arial;">Coño. Así no más</span></em><span style="font-family:Arial;">. <o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—¿En serio, chamito?<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Oh sí. Bien en serio. Bien, bien... —un momento de silencio, como si quisiera disimular las lágrimas (qué pasa, eso <em><span style="font-family:Arial;">es</span></em> lo que está haciendo)— ...bien en serio.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Qué vaina, vale... Lo siento, mi vida.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—Gracias por eso. Dios, qué cagada... Tres años y cuatro meses, pa'l carajo...<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—¿Quieres contarme lo que pasó?<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—No, pero qué carajo, aquí estoy. ¿Seguro que quieres oír la triste culebra en la que se ha convertido mi vida?<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;">—No seas así, bobo, que sabes que sí.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="TEXT-ALIGN: justify"><span style="font-family:Arial;"><o:p><br /></o:p></span><span style="font-family:Arial;font-size:12;">Y mientras Alberto le contaba cómo, en medio de miles de disculpa, lo siento, no es culpa tuya y demás, Alicia terminó con él, eficientemente rompiéndole el corazón, Helena se traicionó a sí misma, pensando: <em><span style="font-family:Arial;">Y ahora sí me vas a buscar, desgraciado..</span></em></span><br /></p>Juan Carlo Rodriguezhttp://www.blogger.com/profile/04253084189609245827noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-31371020.post-1153344110164295062006-07-19T14:20:00.000-07:002006-10-26T06:51:38.314-07:00INTRODUCCIÓN<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family: Arial;">Siempre he escrito. Desde las cosas más cursis en una pared, hasta un poema lleno de clichés, hasta muy sinceras reflexiones en un blog. Pero tenía mucho tiempo que no <em><span style="font-family: Arial;">escribía; </span></em>es decir, escribir algo creado para que yo u otra persona lo lea. Y ahora que veo que hay gente cuyos blogs hasta son publicados como libros, el gusanito literario me picó de una vez. Y decidí intentarlo. No creo que vaya a ser toda una novela, no creo tener la disciplina o el tiempo para hacerlo.Más bien, me inspiro en <em><span style="font-family: Arial;">Dublineses, </span></em>de James Joyce, que es una colección de cuentos de personas cuyo único enlace son dos: no son personas grandiosas, grandes aventureros o miembros de <st1:personname productid="la Nobleza" st="on">la Nobleza</st1:PersonName>, sino gente que uno podría encontrarse caminando en la calle, en la ciudad que los abarca a todos: Dublín. Yo vivo en una ciudad menos milenaria que la capital de Irlanda, pero ciertamente es una ciudad cosmopolita. Caracas para mí es una ciudad que casi pide que la odies, con sus infernales colas, su cada día mayor inseguridad, su polarización política que infecta al resto de la nación. Pero al mismo tiempo, es una ciudad llena de lugares de recreación, de sitios de reflexión, de importantes universidades latinoamericanas y, sobre todo, de gente maravillosa y fascinante. Es sobre ellas que quiero escribir, llevarles a cualquiera que esté por allá afuera en el mundo que entienda el idioma un pedacito de mi tierra a la cual tanto quiero y por la que tanto me preocupo. Todas las historias y sus personajes son de ficción, y a la vez, ninguna lo es. Todas son tomadas de cosas que he visto, leído, vivido o presentido de cada día que estoy metido en este rincón de <st1:personname productid="la Tierra" st="on">la Tierra</st1:PersonName> que a la vez parece Cielo e Infierno. Deséenme suerte, y espero que lo disfruten.<o:p></o:p></span></p>Juan Carlo Rodriguezhttp://www.blogger.com/profile/04253084189609245827noreply@blogger.com0