La cola avanzó sólo un poco más. Si el galán volteaba un poco a la derecha, vería el carro de Alberto, y éste estaba convencido que lo reconocería y sumaría dos y dos en un segundo. Alberto no había estado en una pelea desde primer año. Y en ese entonces hacía algo de deporte y el otro pesaba lo mismo que él. Este tipo le llevaba al menos media cabeza, y se veía un asiduo al "gym". ¿Iba a hacer el ridículo de esa manera, ahí, después de una noche mágica, y por Alicia? Se rehusaba a pensar eso. Miró a su alrededor, buscando alguna salida, algún alivio, algo.
El celular le recordó que tenía un mensaje sin leer. La sollozante Alicia estaba aún tendida sobre sus piernas, sobre el celular. Ya habían pasado cinco minutos desde que le había llegado el mensaje, si duda de Helena. ¿Qué le iba a decir? Pero pensó que debía ser lo primero en atender.
--Alicia, dame un ladito para agarrar el cel--, dijo. Pero Alicia no se movió.
--Anda, Lici, dame un ladito--, insitió. Creyó que llamándola por su apodo de cariño la lograría calmar. Mala idea.
--¡POR FAVOR NO ME DIGAS ASÍ!-- berreó. --¡AHORITA NO!
Alberto casi la deja allí. Tuvo que hacer un acopio de fuerzas para no molestarse, recordar que esta mujer estaba pasando por algún trauma. --Está bien, disculpa-- dijo con tono resignado--. ¿Me puedes entonces por...
Alicia metió la mano rápidamente debajo de su cuerpo sin levantarse un ápice. Tomó el celular y casi se lo lanzó a Alberto en el regazo. --Toma. Mata tu angustia--, gruñó Alicia.
Alberto no le dijo nada. Movió el carro unos metros más allá. El galán vociferó una vez más el nombre de su acompañante, quien esta vez no se inmutó. Había un grupo tratando de calmar al galancito, pero no con mucho éxito. Se concentró en el mensaje que, en efecto, era de Helena.
Bebé, no has llegado? Te estás tardando, amor. Todo bien?
No amor, pensó Alberto. NADA bien. Pero al menos estás tú.
Pensó brevemente decirle por lo que pasaba. Pero nunca le había mentido a Helena (o a Alicia tampoco, si a ver vamos) y no quería empezar ahora. Pero obvio, no era idiota, no podía echarle el cuento completo. Así que fue sincero y breve.
Sí, mi cielo, todo bien. Pasa que me desvié, tenía de todo menos sueño, por culpa tuya. Y si supieras lo que vi. Ya te cuento! :-)
Al menos la sonrisa al final no sonaba demasiado falsa. Y esperaba que la tranquilizara un poquito. La respuesta llegó casi de inmediato: Ok amor. Pero seguro todo bien, bebé? No te ha pasado nada en serio? Mira que me da y me pongo fea! :-D
A pesar suyo, Alberto sonrió discretamente, asegurándose que Alicia no lo viera. A menos que le dieran verdadera razón, Helena siempre era de espíritu alto. Era una de las cosas que le fascinaba de ella: cómo siempre trataba de mantenerse de buen humor. No sabía si era realmente optimisita o muy ingenua, pero era increíble que eran las dos de la mañana, él le estaba diciendo algo que pondría a cualquier cuaima en alerta, y ahí estaba Helena, tan tranquila. La amó profundamente, y el recuerdo combinado de su vientre desnudo y sus brazos a su alrededor de su cuello cuando lo saluda lo llenaron de una paz que hizo que todo se le resolviera. De verdad tuvo que hacer milagros para que Alicia no le viera la cara. Lo hacía más por consideración que por otra cosa, pero igual quería evitar avivar la candela.
Le contestó rápidamente: Jajajaja, no, no estoy bien, porque te tuve que dejar en la casa. Te llamo cuando llegue, al cel para no despertar a nadie en tu casa, sí? Te amo mucho, bebé. Mucho!
Esperó la respuesta, y cuando llegó cerró su cel. Alicia masculló algo de que por qué no lo había sacado de allí, qué hacía que no lo ayudaba, y Alberto nuevamente estuvo tentado a mandarla a que se bajara del carro. Su tristeza había sido reemplazada por una creciente irritación, pero estaba decidido a seguir pareciendo el bueno de la partida. Le dijo que había mucha cola, pero ya estaban por salir.
"¡Lárgate de aquí, pedazo de perra!"
Era el galancito. Le estaba hablando a una mujer con una cara de bichita que no les puedo ni contar. Un vestido muy corto y pegado con media teta al aire de lado y lado decía que de high-class no era. Y menos cuando vociferó:
--¡¿Perra?! ¡Perra la bichita con la que estabas tú metido en esta vaina! ¡Claro, a mí me cojes una noche y ya! ¿Pues sabes cómo es la vaina?
Alberto no quería oir más, pero igual sintió un ligero alivio cuando creyó empezar a entender cómo había sido todo. Subió el vidrio, prendió el aire, y finalmente pudo cruzar a la derecha y escapar de una situación muy incómoda.
El celular le recordó que tenía un mensaje sin leer. La sollozante Alicia estaba aún tendida sobre sus piernas, sobre el celular. Ya habían pasado cinco minutos desde que le había llegado el mensaje, si duda de Helena. ¿Qué le iba a decir? Pero pensó que debía ser lo primero en atender.
--Alicia, dame un ladito para agarrar el cel--, dijo. Pero Alicia no se movió.
--Anda, Lici, dame un ladito--, insitió. Creyó que llamándola por su apodo de cariño la lograría calmar. Mala idea.
--¡POR FAVOR NO ME DIGAS ASÍ!-- berreó. --¡AHORITA NO!
Alberto casi la deja allí. Tuvo que hacer un acopio de fuerzas para no molestarse, recordar que esta mujer estaba pasando por algún trauma. --Está bien, disculpa-- dijo con tono resignado--. ¿Me puedes entonces por...
Alicia metió la mano rápidamente debajo de su cuerpo sin levantarse un ápice. Tomó el celular y casi se lo lanzó a Alberto en el regazo. --Toma. Mata tu angustia--, gruñó Alicia.
Alberto no le dijo nada. Movió el carro unos metros más allá. El galán vociferó una vez más el nombre de su acompañante, quien esta vez no se inmutó. Había un grupo tratando de calmar al galancito, pero no con mucho éxito. Se concentró en el mensaje que, en efecto, era de Helena.
Bebé, no has llegado? Te estás tardando, amor. Todo bien?
No amor, pensó Alberto. NADA bien. Pero al menos estás tú.
Pensó brevemente decirle por lo que pasaba. Pero nunca le había mentido a Helena (o a Alicia tampoco, si a ver vamos) y no quería empezar ahora. Pero obvio, no era idiota, no podía echarle el cuento completo. Así que fue sincero y breve.
Sí, mi cielo, todo bien. Pasa que me desvié, tenía de todo menos sueño, por culpa tuya. Y si supieras lo que vi. Ya te cuento! :-)
Al menos la sonrisa al final no sonaba demasiado falsa. Y esperaba que la tranquilizara un poquito. La respuesta llegó casi de inmediato: Ok amor. Pero seguro todo bien, bebé? No te ha pasado nada en serio? Mira que me da y me pongo fea! :-D
A pesar suyo, Alberto sonrió discretamente, asegurándose que Alicia no lo viera. A menos que le dieran verdadera razón, Helena siempre era de espíritu alto. Era una de las cosas que le fascinaba de ella: cómo siempre trataba de mantenerse de buen humor. No sabía si era realmente optimisita o muy ingenua, pero era increíble que eran las dos de la mañana, él le estaba diciendo algo que pondría a cualquier cuaima en alerta, y ahí estaba Helena, tan tranquila. La amó profundamente, y el recuerdo combinado de su vientre desnudo y sus brazos a su alrededor de su cuello cuando lo saluda lo llenaron de una paz que hizo que todo se le resolviera. De verdad tuvo que hacer milagros para que Alicia no le viera la cara. Lo hacía más por consideración que por otra cosa, pero igual quería evitar avivar la candela.
Le contestó rápidamente: Jajajaja, no, no estoy bien, porque te tuve que dejar en la casa. Te llamo cuando llegue, al cel para no despertar a nadie en tu casa, sí? Te amo mucho, bebé. Mucho!
Esperó la respuesta, y cuando llegó cerró su cel. Alicia masculló algo de que por qué no lo había sacado de allí, qué hacía que no lo ayudaba, y Alberto nuevamente estuvo tentado a mandarla a que se bajara del carro. Su tristeza había sido reemplazada por una creciente irritación, pero estaba decidido a seguir pareciendo el bueno de la partida. Le dijo que había mucha cola, pero ya estaban por salir.
"¡Lárgate de aquí, pedazo de perra!"
Era el galancito. Le estaba hablando a una mujer con una cara de bichita que no les puedo ni contar. Un vestido muy corto y pegado con media teta al aire de lado y lado decía que de high-class no era. Y menos cuando vociferó:
--¡¿Perra?! ¡Perra la bichita con la que estabas tú metido en esta vaina! ¡Claro, a mí me cojes una noche y ya! ¿Pues sabes cómo es la vaina?
Alberto no quería oir más, pero igual sintió un ligero alivio cuando creyó empezar a entender cómo había sido todo. Subió el vidrio, prendió el aire, y finalmente pudo cruzar a la derecha y escapar de una situación muy incómoda.
-oOo-
Por unos minutos, manejaron en un silencio que a Alberto se le hizo pesado. Alicia se había incorporado, y miraba por la ventana. Alberto le lanzaba furtivas miradas, esperando alguna reacción de alguna especie. Cuando no vio ninguna --de verdad ninguna, ni siquiera un respiro--, volvía a mirar la calle. Después de diez minutos de este baile, no aguantó más.
--Alicia, ¿me quieres contar qué pasó?--, dijo, con tacto pero sin pena.
--No-- fue la respuesta, sin ningún titubeo, seco como una hoja. Después se encerró en su concha. Tanto que Alberto decidió que simplemente la llevaría a su casa y ya. Estaba cansado de sentirse como el güevón, el que se preocupaba por los demás y recibía el coñazo, el que--
--Él trabaja conmigo-- dijo Alicia, tan repentinamente que Alberto casi salta en el asiento. --Tenía más de un año cayéndome, invitándome a salir, pero estaba tan segura que lo único que quería era cojerme que siempre decía que no...
Se quedó callada un momento, sin que Alberto supiera si estaba agarrando aire, resistiendo las ganas de llorar o disimulando su vergüenza por lo que había dicho o hecho al final, y Alberto lo aprovechó.
--¿Ese era Esteban Rodríguez?-- preguntó Alberto. Conque era de ahí que lo conocía. Había ido con Alicia a una fiesta de la compañía, y Alberto le había caído como una pastilla de cianuro. El hombre se creía el regalo de Dios a las mujeres, y siempre se le "escapaba" una mirada, un gesto, incluso Esperaba que la crítica que había en su cabeza no se oyera en su voz.
--Sí--, dijo Alicia, simplemente. Por lo visto no se oía. --La semana pasada me estaba volviendo loca de estrés en el trabajo, y de verdad necesitaba salir a despejarme. Bueno, Esteban como que lo sintió, y dijo que iba a salir con un grupo a la noche, que si quería venir. Como era un grupo, acepté. Total, con otra gente ahí la cosa podría ser más segura, ¿no?
Acompañó esto con una amarga sonrisa. A pesar suyo, Alberto empezaba a sentir lástima, y una parte suya se odió por ello. Era esa compasión por los demás que se estaba reprochando hace menos de cinco minutos, y aquí estaba cayendo en ella otra vez. Le iba a traer problemas un día de estos. Esperaba que éste no fuera ese día.
Alicia había vuelto a su concha, y lo hizo por tanto tiempo que Alberto empezaba a pensar que no iba a continuar. Pero sí lo hizo. Y cuando volvió a hablar, había un ligero tono de sollozo en su voz, junto con un no tan ligero dejo de vergüenza. La lástima de Alberto subió otro peldaño. Se estaba empezando a odiar a sí mismo. Miserable bondad.
--Bueno, pasó lo que pasó, claro, idiota yo... y de repente, en... en pleno beso... yo siento que alguien me agarra y me voltea... y de repente siento un coñazo... no una cachetada, sino un coñazo... en la cara...-- y se toca la marca en su mejilla, ausentemente-- que del tiro me sentó... cuando miro para arriba, el otro animal lo que hace es mirar a la tipa con cara de pendejo... la tipa parece la cachifa que se disfrazó para salir...
Alberto tuvo que morderse la lengua para no reírse. La descripción era cercana.
--Y antes de que pudiera decir nada, la bicha le lanza una cachetada... creo que hasta le cortó la mejilla... y la tipa ha empezado a pegar unos gritos... y yo lo que sentía era todo el mundo mirándome... ni siquiera esperé a que alguien se ocupara de mi. Me paré y salí... y bueno, ahí me viste. Qué bolas tengo yo...
No habló más, y miró hacia adelante. Mil cosas le pasaron por la cabeza a Alberto. Decir algún cliché. Suspirar y decir tranquila, eso pasa. Tocarle el hombro en señal de consuelo. Algo. Optó por guardar silencio un rato. De repente volteó a ver a Alicia, y vio que había empezado a llorar otra vez. No creyó el silencio fuera una opción ya. Y se arriesgó. --Lo siento, Lici.
Esperaba que le soltara una arenga como antes. Pero la reacción fue menos intensa. --Gracias, Beto--, dijo ella.
Otros cinco minutos pasaron. La casa de Alicia, en El Paraíso, estaba cerca. Helena debía estar dormida, pero con el celular al lado, esperándolo. Alberto ya sentía que su hermosa noche había sido el mes pasado. Y honestamente, ya tenía sueño. Pero algo que Alicia dijo lo trajo un poco de vuelta al aquí y ahora.
--Discúlpame Beto, por lo de antes... por el arranque cuando me dijiste Lici.
--Tranquila, vale. Bajo las circunstancias, se entendía.
--No, no entendías-- dijo Alicia, pero con suavidad. --En ese momento no me sentía ni merecedora de ningún cariño. Bueno, aún no me siento... Y además, tú eres el único que me dice así, me daba como dolor oírlo. De verdad, discúlpame.
--Claro vale, no te preocupes--, dijo Alberto, mirándola a los ojos, y sonriendo. Los ojos de Alicia estaban rojos, pero aún logró una sonrisa. Se veía muy cansada, y un poco mayor. Pero Alberto creía que iba a estar bien. El sentimiento paternal se apoderaba de él, y quería darle un abrazo. Pero no pensaba hacerlo. Ya con haberla rescatado como un héroe de película era suficiente. Además... algo le decía que no confiara en un contacto tan cercano con su ex. Algo le decía que no confiara en sí mismo.
Para más señas, el hecho de que Alicia no le hubiera preguntado por Helena... ¿Acaso no lo sabía? ¿O no le importaba? ¿O...? Alberto no quería pensar en nada más.
Finalmente llegaron a casa de Alicia, una de las pocas calles cerradas de El Paraíso, cerca del estadio. La casa donde alquilaba un anexo estaba toda a oscuras, el carro de los dueños no estaba en el garaje. Alberto recordaba a la pareja, unos españoles de mente curiosamente abierta. La evidencia estaba en que más de una vez la pareja había tenido encuentros... íntimos, y ellos no habían botado a Alicia, ni le habían reclamado. Hasta cariño le habían tenido a Alberto. La señora (¿Roberta? ¿Federica?) hasta se había mostrado triste un día que se habían encontrado en un centro comercial, cuando supo que habían terminado. Debían estar de viaje. Algo no le entusiasmaba dejar a Alicia sola, pero no veía otro remedio. ¿Qué iba a hacer? ¿Quedarse allí? Sí vaaaaleeee....
Paró el carro enfrente de la casa, y esperó a que Alicia hiciera algo. Parecía otra vez abstraída. Volteó hacia la casa, y tomó aire. Alberto pensó que simplemente iba a darle las gracias. Pero sólo le dijo una palabra, aguada por las lágrimas.
--Quédate.
El tiempo se paralizó. Alberto sintió un géiser de adrenalina recorrer todo su cuerpo. Sólo pudo preguntar: --¿Perdón?
--Quédate Beto. Por favor.
Por al menos cinco segundos, Alberto no pudo hablar. De casualidad pudo parpadear. Que la casa cobrara vida lo hubiera impactado menos. Esto no estaba pasando, se dijo por segunda vez esa noche.
--Lici... --tragó fuertemente, no lo logró, lo intentó otra vez--... Alicia, ¿sabes lo que me estás pidiendo?
Alicia volteó lentamente hacia el frente. Las lágrimas empezaron a correr de nuevo. Alberto no recordaba sentirse así de asustado en mucho tiempo. Era incapaz de moverse. Mucho menos hablar. --Te estoy pidiendo... te estoy suplicando...--volteó hasta ver a Alberto de frente-- que por favor... por todo lo que vivimos, por todo lo que yo he pasado, que te quedes conmigo esta noche.
--Lici--
--Por favor, Beto. Cuando terminé contigo mi vida estaba cambiando de una forma que yo no me esperaba. Que yo ciertamente no planeaba. Y no me gustó. Me asustó. Me asustó depender de alguien como lo estaba haciendo de ti, yo con mi independencia y mi vaina. Pero mira, ya ha pasado más de un año y mi vida está peor que cuando nos separamos. Eso fue un error. Un error mayúsculo. Necesito esa vida de vuelta, Beto. Necesito esa paz, esa felicidad, esa tranquilidad.
No habló más, y miró hacia adelante. Mil cosas le pasaron por la cabeza a Alberto. Decir algún cliché. Suspirar y decir tranquila, eso pasa. Tocarle el hombro en señal de consuelo. Algo. Optó por guardar silencio un rato. De repente volteó a ver a Alicia, y vio que había empezado a llorar otra vez. No creyó el silencio fuera una opción ya. Y se arriesgó. --Lo siento, Lici.
Esperaba que le soltara una arenga como antes. Pero la reacción fue menos intensa. --Gracias, Beto--, dijo ella.
Otros cinco minutos pasaron. La casa de Alicia, en El Paraíso, estaba cerca. Helena debía estar dormida, pero con el celular al lado, esperándolo. Alberto ya sentía que su hermosa noche había sido el mes pasado. Y honestamente, ya tenía sueño. Pero algo que Alicia dijo lo trajo un poco de vuelta al aquí y ahora.
--Discúlpame Beto, por lo de antes... por el arranque cuando me dijiste Lici.
--Tranquila, vale. Bajo las circunstancias, se entendía.
--No, no entendías-- dijo Alicia, pero con suavidad. --En ese momento no me sentía ni merecedora de ningún cariño. Bueno, aún no me siento... Y además, tú eres el único que me dice así, me daba como dolor oírlo. De verdad, discúlpame.
--Claro vale, no te preocupes--, dijo Alberto, mirándola a los ojos, y sonriendo. Los ojos de Alicia estaban rojos, pero aún logró una sonrisa. Se veía muy cansada, y un poco mayor. Pero Alberto creía que iba a estar bien. El sentimiento paternal se apoderaba de él, y quería darle un abrazo. Pero no pensaba hacerlo. Ya con haberla rescatado como un héroe de película era suficiente. Además... algo le decía que no confiara en un contacto tan cercano con su ex. Algo le decía que no confiara en sí mismo.
Para más señas, el hecho de que Alicia no le hubiera preguntado por Helena... ¿Acaso no lo sabía? ¿O no le importaba? ¿O...? Alberto no quería pensar en nada más.
Finalmente llegaron a casa de Alicia, una de las pocas calles cerradas de El Paraíso, cerca del estadio. La casa donde alquilaba un anexo estaba toda a oscuras, el carro de los dueños no estaba en el garaje. Alberto recordaba a la pareja, unos españoles de mente curiosamente abierta. La evidencia estaba en que más de una vez la pareja había tenido encuentros... íntimos, y ellos no habían botado a Alicia, ni le habían reclamado. Hasta cariño le habían tenido a Alberto. La señora (¿Roberta? ¿Federica?) hasta se había mostrado triste un día que se habían encontrado en un centro comercial, cuando supo que habían terminado. Debían estar de viaje. Algo no le entusiasmaba dejar a Alicia sola, pero no veía otro remedio. ¿Qué iba a hacer? ¿Quedarse allí? Sí vaaaaleeee....
Paró el carro enfrente de la casa, y esperó a que Alicia hiciera algo. Parecía otra vez abstraída. Volteó hacia la casa, y tomó aire. Alberto pensó que simplemente iba a darle las gracias. Pero sólo le dijo una palabra, aguada por las lágrimas.
--Quédate.
El tiempo se paralizó. Alberto sintió un géiser de adrenalina recorrer todo su cuerpo. Sólo pudo preguntar: --¿Perdón?
--Quédate Beto. Por favor.
Por al menos cinco segundos, Alberto no pudo hablar. De casualidad pudo parpadear. Que la casa cobrara vida lo hubiera impactado menos. Esto no estaba pasando, se dijo por segunda vez esa noche.
--Lici... --tragó fuertemente, no lo logró, lo intentó otra vez--... Alicia, ¿sabes lo que me estás pidiendo?
Alicia volteó lentamente hacia el frente. Las lágrimas empezaron a correr de nuevo. Alberto no recordaba sentirse así de asustado en mucho tiempo. Era incapaz de moverse. Mucho menos hablar. --Te estoy pidiendo... te estoy suplicando...--volteó hasta ver a Alberto de frente-- que por favor... por todo lo que vivimos, por todo lo que yo he pasado, que te quedes conmigo esta noche.
--Lici--
--Por favor, Beto. Cuando terminé contigo mi vida estaba cambiando de una forma que yo no me esperaba. Que yo ciertamente no planeaba. Y no me gustó. Me asustó. Me asustó depender de alguien como lo estaba haciendo de ti, yo con mi independencia y mi vaina. Pero mira, ya ha pasado más de un año y mi vida está peor que cuando nos separamos. Eso fue un error. Un error mayúsculo. Necesito esa vida de vuelta, Beto. Necesito esa paz, esa felicidad, esa tranquilidad.
--Pero--
--Por lo menos esta noche--. Ya Alicia empezaba a adquirir un tono de súplica que Alberto sabía que ella sabía que él no podía resistir--. Dame esta noche, Beto, por favor. Mañana en la mañana piensas lo que quieras, pero por favor... esta noche quédate. No quiero que me dejes sola, ¡por favor!
Estaba empezando a acercarse. Con las últimas palabras le tomó su mano. Estaba tan cerca que Alberto podía oler su perfume ligado con su sudor. Estaba aterrado. Cerró los ojos...
...y se dejó llevar, el beso fue largo, furioso, desesperado, la mano de ella buscaba su cierre, la otra le tomaba del pelo, las manos de él entraron debajo de la blusa, no tenía sostén, eso estaba fuera del camino, como pudo apagó el carro, los dos se bajaron y corrieron a la casa, ya en la puerta se arrancaron las camisas, y se desabrocharon los pantalones, y Helena no estaba, Helena esperaba, pero no importaba, la deseaba, la necesitaba, la...
--No.
Alicia estaba a pocos centímetros de su cara. La mirada de repente se le endureció, pero luego bajó a súplica otra vez. --Beto...
--Alicia...-- Alberto suspiró profundo. Esto no podía seguir. Este era el momento crucial. Después de esto no había para ningún otro lado a donde voltear. --Lo siento mucho, pero no. No puedo hacerlo. Y la verdad... --cerró los ojos, respiró profundo, y volteó a su dirección y los abrió--- no va a pasar ya más.
Alicia no se movió, no le quitó la vista de encima, pero las lágrimas empezaban a aflorar otra vez. --¿Es por Helena?-- preguntó silenciosamente.
Muy lentamente, contestó: --En parte. Pero es más por... --tragó duro-- por mí, Alicia. Nuestro barco ya zarpó. Y no volverá. Lo siento mucho, Lici. Lamento todo lo que te ha pasado, ciertamente no te lo mereces... pero tú tomaste tu decisión... y yo la mía. Lo siento.
Alicia lo miró, y Alberto hubiera preferido no ver el odio, la rabia, la desilusión, la tristeza y la necesidad en esos ojos. Pero le mantuvo la mirada. De repente, Alicia retrocedió, agarró su cartera, se secó una lágrima con furia, y dijo: --La próxima vez déjame en la calle, Alberto. No quiero volver a verte.
Alberto no dijo nada. Alicia le dirigió una última mirada, y abrió la puerta del carro. --Gracias. Que tengas una buena vida-- dijo amargamente. Se bajó, y por supuesto, le dio un portazo al carro. Alberto la miró hasta que abrió la reja de la casa. Ella no miró atrás. Arrancó el carro, y tampoco se volteó. Si lo hubiera hecho, habría visto a Alicia sentarse en el porche de la casa, llorando amargamente, llorando como si su corazón se fuera a desgarrar, llorando hasta que algún vecino la mandó a callar. La habría visto entonces entrar a su anexo, bañarse como pudo, y llorar hasta que durmió.
Alberto llegó a su casa en Santa Fe veinte minutos después. Llamó a Helena, quien claro, no estaba dormida. Estaba ciertamente molesta, pero por preocupación. --Cielo esa vuelta estuvo demasiado larga. ¿Me quieres decir qué pasó ahora?-- le preguntó.
--Ahora no, que es demasiado largo, amor, lo siento-- le dijo Alberto--. Pero sí te puedo decir esto: te amo, Helena. Te amo muchísimo.
Silencio al otro lado de la línea. Cuando volvió a hablar, Helena había perdido parte de su rabia. --Bebé, ¿estás bien? ¿De verdad?
--Sí, amor. Claro que sí. Mañana te lo voy a contar todo, te lo prometo.
Silencio. --Yo también te amo, mi cielo. Más que eso... eres el hombre de mi vida. ¡Nunca lo olvides, me oíste! O si no... ¡te saco la lengua!
Alberto rió. Se sentía tan bien después de todo lo que pasó. Estaba seguro que todo estaría bien.
No volvió a ver a Alicia hasta el día de la boda.
4 comments:
aaaaaaaaaaaaa!!! escribes muy bien juan!! muchas felicitaciones de verdad que si! con respecto a la historia.. aaaa Alicia si es idiota!! bueno mas de una vez las mujeres somos Alicia pero siempre los hombres deberian ser Alberto! te felicito de verdad por la historia.. tiene de todo un poco, y es mucho de lo que podria pasar en caracas la parte de la tipa vestida de cachifa para salir xD con respeto a las que limpian sin las cuales no podria vivir pero saben a q me refiero :).. felicitaciones de nuevo un beso y espero una nueva historia pronto!! besos
Muy buen cuento, socio. Excelente de verdad. Aunque no es por nada, pero Alberto está en el límite entre el hombre bueno y el francamente huevón, jajajajajajajajajaja!
Felicidades.Me gustó mucho el relato y tu escritura es buena. Me pasé un buen momento leyendo. Dentro de un rato leeré más y de manera más escrupulosa y te diré lo que me pareció y si vi algú nerror, si no te molesta.
Un cordial abrazo,
Ana.
PD: A propósito, yo también escribo y tengo un blog. Si l odeseas, puedes pasarte por allí para leer un par de relatos. Espero te gusten, en caso de que te interese. http://elreinoperdido.blogspot.com
Diossssssssssssssss que le paso a Alicia pana?
Alberto se porto a la altura, este relato me dejo con las imagenes proyectadas en la mente....
Que buen relato Juan.
Besos guaros.
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