Sunday, September 09, 2007

Ella: al día siguiente (y III)

Lunes, 15 de octubre de 2007: 9:00 am.

Día libre de clases. Estoy metido en la casa. Es impelable meterse al Messenger. Aunque hayan tres personas. Entro, y en efecto, hay tres personas. No, espérate: hay cuatro. Miguel acaba de meterse.

9:10 am
Sxymike dice:
Q pasó bichiiiitooooo?

9:12 am
Bobby dice:
Aquí, viejito todo fino.Todo tipo normal.

9:14 am
Sxymike dice:
Normal??? (:_D) No m jodas, pana. Antenoche al fin saliste con la jvita que tan babiao te tenía. Escupe.

9:16
Bobby dice:
No me jodas tú, pana. "Never kiss and tell", recuerdas?

9:18
Sxymike dice:
Ah vaaaaaaaaaaainaaaaaaaaa....

9:19
Bobby dice:
(:-S)

9:22
Sxymike dice:
Djate de mariconadas. Escupe.

Mi madre pasa a mi lado. "Un día de estos le vas a dañar el teclado a tu papá, Roberto, te lo juro", se queja. "Buenos días para tí también, mamá", le contesto con una sonrisa. "Amaneciste radiante hoy." Mi señora madre resopla. "No lavaste los platos anoche. Ahí se quedaron", me responde. "Ya bajo y los lavo. Y te hago el almuerzo. Y después salgo a conquistar el mundo, ¿te parece?" Trata. El ceño se mantiene abajo. La boca se arruga. Perdió. Se ríe. "Muchacho gafo..."

9:28 am
Sxymike te ha enviado un ZUMBIDO!

9:29 am
Bobby dice:
Estás ladilla!

9:31 am
Sxymike dice:
M vas a contar o no, carajo?

9:33 am
Bobby dice:
Bueno, 'ta bien pues...

Sábado, 13 de octubre de 2007. 8:54 pm

Salimos del cine con un enorme contraste en rostros. Ella con los ojos hinchados de llorar como una... jeva, pues. Yo con un terrible disimulo de sonrisa. La película había sido buenísima, con un final un tanto desgarrador que luego pasó a enternecedor. ¿Y entonces por qué estaba peleando por no pelear los dientes?

(
Sxymike dice: Cuál fue la que vieron? Bobby dice: Milagros Inesperados. Nada que tú apreciarías, Miguel... Sxymike dice: Vt a kgr, jejeje)

Pues sí, muchachones. En el momento más triste, ella simplemente (1) me agarró la mano, (2) se acomodó en mi hombro, y (3) comenzó a llorar. Pequeños sollocitos, que eran casi lindos. Yo me sentí como el dueño de Garfield cuando al fin sale con la chica de sus sueños: como un idiota sonreí en la oscuridad. En una de esas, la bella señorita me dice: "¿Por qué tienen que pasar estas cosas?" Yo finjo un quiebre de voz y digo: "Sí, vale..." Y ella me aprieta la mano. Y sí, sentí el pulgar pasar por encima de la mía.

Como para efectos dramáticos, aspiro y suelto un suspiro: "¿Todavía quieres comer? ¿O nos llenamos con las cotufas?"

Ella se seca la carita y sonríe. Una perfecta sonrisa. "No vale, si más bien tengo hambre. Supongo que tanta lloradera. Debes pensar que soy una gafa..."

Me sentí envalentonado. "Sí, realmente, pero bueno, no quería decir nada..."

Me pega en el brazo. "¡Necio! ¡Feo!"

Y nos reímos. Ah, todo iba tan perfecto...

Lunes, 15 de octubre de 2007. 9:34 am

9:34 am
Sxymike dice: Aaaaaaaay que beeeeelloooooooo...

9:35 am
Bobby dice: Maricón.

9:36 am
Sxtmike dice: (K)(K)(K)(K)(K) Ay, pero que BE-IO el Robert... Creo que voy a llorar...

9:38 am
Bobby: No, deja, que ya vas a llorar...

Sábado, 13 de octubre de 2007. 9:23 pm

La cola había sido absurda para salir. Pero igualmente absurda era la cola para conseguir puesto en el local de sushi de La Castellana. Claro, había un Subway al lado, y era noche de fiesta. De modo que mi humor ya estaba como tibio, pero no me dejaba dominar. Las ganas de ella de hablar, sin embargo, no se habían parado. Empezó a relacionar la película que acabábamos de ver con toda nuestra sociedad y lo egoístas que éramos como nación. Yo empecé a simplemente asentir, pero cuando empecé a notar como que no me creía que le estaba paranado, añadí mis dos centavos. Eso la activó otra vez.

Llegamos al estacionamiento al fin, y como si nada ella cambió el discurso. "¡Ay qué rico, sushi! Tenía AÑOS sin comer, Rober, gracias por traerme. Me encanta."

Punto para mí.

"Ay pero qué pido..."

Ay tan linda... Tan indecisa...

Había como cinco personas delante de nosotros, y una enorme pared con fotografías de los diversos platos. Yo ya estaba claro. E hice la pregunta.

"¿Qué te provoca?"

"Cónchale no sé, todo se ve tan rico..." Y esto dicho mientras se apoyaba de mí. Su perfume era suave y dulce, como deben oler las flores recién picadas. Y ese cuerpecito se sentía calentico... Las joyas de la familia sintieron un lejano cosquilleo, pero mentalmente mandé a la culebra a dormir. Cero pensamientos de hombre por hoy. Eso toca a la tercera cita, si acaso.

(Sxymike dice: Si eres marico, muchacho. Bobby dice: Déjame contar mi vaina.)

Y eso me distrajo de algo muy importante: la cola corría rápido, era sábado en la noche, y la cajera, aunque educada, no sonrió a nadie. Y mi querida compañía, posible novia para la semana que viene si todo iba bien, se estaba tomando su tiempo.

Pero yo estaba absorto en la cercanía de este hermoso cuerpo que no me preparé para lo que venía.

De repente, la pareja delante de nosotros terminó. Y la cajera --la llamaremos Anabel, por falta de otro nombre-- dijo con su voz mecánica: "Buenas noches bienvenidos qué desean". Así, sin puntuación.

Nosotros volvimos a la realidad. Mi acompañante soltó su "ay Dios verdad", yo parpadeé como salido de un sueño. Ordené lo mío, y le pregunté a ella qué quería.

Y ella simplemente miró a la pared. "Oye no sé..."

Le dije, claro, tómate tu tiempo. Le sonreí a Anabel, y la sonrisa no tuvo vuelta. Ella simplemente miró al espacio.

Y empezó la angustia.

"Ay si pido..."

"¿Qué tal será...?"

"No vale, yo comí eso la última vez, y si mejor..."

"A ver qué trae..."

"¿Qué es lo que vas a comer tú? No, eso no me gusta..."

"Ay yo probé esto la última vez y me gustó... Pero no sé si..:"

"¿Tiene este en mediano?"

"¿Te conté que mi tío viajó a Japón ayer?"

La cara de Anabel era indescriptible. Y ni les cuento la de los cuatro que estaban detrás de nosotros. Y yo, bueno, tratando de parecer natural. Pero en realidad ya me estaba angustiando. ¿Quién no? Me acerco y le digo, entre dientes: "Linda, tienes gente atrás que no votaría por ti en una elección..."

Y pueden creerlo... se volteó --en serio-- y dijo: "Ay, cinco minuticos, ¿sí? Perdónenme, es que todo es tan rico..."

Cinco minuticos. De verdad lo dijo.
Bueno, no era lo mismo vestirse que escoger qué comer... ¿verdad? Yo me devolví al via crucis por el que pasé cuando la fui a buscar. Esos cinco minutos no serían tales. Ni de vaina. Tenía que hacer algo.

Pero Dios, ese cuerpo... esa carita... ¿y si se molestaba conmigo? ¿De verdad qué importaban cuatro o cinco clientes y una cajera arrecha? (O seis... o siete...) Yo iba a consegui lo mío, ¿no?

Anabel ya empezaba a gruñir. Le sugirió si podía dejar pasar al que estaba detrás. Ella contestó con una dulzura irritante, "ya va, ya va, ya voy, en serio." El viejo que estaba detrás --¿sería italiano también?-- gruñó algo a su vez, por las líneas de abuso de la juventud, falta de respeto, que yo decidí ignorar por sanidad propia. Yo estaba a punto de gritarle a Anabel que nos diera un especial con todo, que le sacara la masa, le quitara los pepinillos, y le echara un extra de queso, lo que fuera antes de que mi cabeza estallara, cuando ella dijo: "Ay, no sé Bobby, pide tú yo confío en ti."

La miré estupefacto por un segundo, y voltée rápidamente a Anabel y le pide un combo con todo para dos, y traté de decirme que ese suspiro colectivo que oí a mis espealdas fue mi imaginación.

(Sxymike dice: JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAAJAJAJA!!!

Bobby dice: Vt a kgr. Es más te lo digo completo: VETE A CAGAR.

Bobby dice: *digo)

No pude despegarle los ojos ni un instante mientras nos preparaban la comida, no vaya a ser que alguien decidía emitir su opinión físicamente sobre ella. La comida transcurrió con calma tensa, con ella por lo visto ignorante de las malas miradas que le lanzaban. Gracias a Dios sólo eran miradas, porque lo que era yo andaba como un gato, listo para saltarle a cualquiera que se pusiera cómico.

En el carro, estaba convencido que mi largo sufrimiento estaba por acabar.

Lunes, 15 de octubre de 2007. 9:48 am

Sxymike dice: Chamo, qué buena vaina... Supongo que eso terminó ahí, no? Nada mano, culos sobran...

9:55 am
Sxymike dice: O no?

10:05 am
Sxymike dice: Epa te moriste o qué???

10:08 am
Sxymike dice: Ay chamo qué hiciste...

10:09 am
Bobby dice: Bueeeno.... :-S

Sábado, 13 de octubre de 2007. 10:35 pm

Finalmente, llegamos a su casa. Yo estaba mentalmente agotado. Casi que ni me acordaba de la película. Pero la pequeña angustia del restaurant de sushi aún estaba allí, aunque no estaba afectando a mi compañera de ninguna manera evidente. Asumí que era porque estaba tan full que no quería hablar. De todas todas yo estaba seguro que era la última vez que íbamos a salir. Quién se iba a calar ésa. Otra pareja de equivocaciones más de la retahíla que había tenido esa noche.

"Felicitaciones, Bobby", dijo ella, y no tenía que verla para saber el tamaño de sonrisa en su cara. No había ironía en esa sonrisa, ni sarcasmo, mucho menos reproche.

"¿Felicitaciones por qué?", pregunté extrañado.

"¿Sabes que todos esos momenticos incómodos que te hicimos vivir esta noche eran a propósito?"

Pausa. No entendí. O no quería entender.

"¿Cómo así?", pregunté tratando de controlar el tono de mi voz. Como podía volteaba a verla. Y no sabía si me gustaba lo que veía u oía.

"Yo me he conseguido con demasiados hombres que lo único que querían era cojerme y ya", dijo, y yo creí que la cabeza se le iba a partir de tanta sonrisa. "Entonces, he descubierto que sólo los que me quieren de verdad se calan pequeñas tonterías de impuntualidad. Y tú eres el primero que se cala dos. ¡Qué bello eres!"

Estaba en la Río de Janeiro hacia el este. Vi un estacionamiento de un edificio. Automáticamente me metí allí. Ella dio un pequño grito, lo que en el momento me hizpo un mundo de bien.

"Bobby, ¿qué...?"

"¿Tienes... alguna... IDEA... por lo que me hiciste pasar?" le dije en un elevado susrro. Más sonaba como el bufido de una cobra. "La ARRECHERA que agarré en la tarde, la INCOMODIDAD en donde el sushi..."

Me miraba como un conejito asustado, pero igual veía los restos de una sonrisa en esa boquita. La había sorprendido, pero igual estaba divertida, más que asustada. Yo empezaba a temblar de la pura arrechera.

"Te lo voy a decir así, Ivette --"

"Dime Ivecita", trató de endulzarme.

"TE LO VOY A DECIR ASÍ, IVETTE", dije, alzando la voz sólo un poco. "Si alguna vez en tu VIDA me vuelves a hacer una vaina así ---si alguna VEZ lo vuelves a siquiera INTENTAR---"

Domingo, 4 de spetiembre de 2018

"¿Todavía estás con eso, Bobby?", se oyó la voz atrás.

Me estiré la espalda. ¿Cuáto tiempo tenía sentado ahí? Miré la hora, y vi que tenía casi dos horas. Me había entusiasmado.

"Sí, amor, pero ya casi termino", dijo.

"Eso lo oí hace como media hora", me dijo, y otra vez oí el sarcasmo más que el reproche. "Sabes que cada evz que montas una historia nueva, el Bobby se pierde en el mundo de Bobby."

La miré, enamorado como nunca. Y miré la pantalla. Leí la frase final, cuando estaba a punto de comérmela vivo, ahora que sabía que me había manipulado. Y sentí un poquito de culpa, considerando todo lo que había pasado en estos últimos once años. Los recuerdos de Ivette cuando salimos esa primera vez me inundaron como una ola de felicidad, diversión y amor juvenil. Con todo y los treinta encima.

"No te quejes", le dije, con un poquito del sarcasmo que ella me había pegado, "que la primera vez que tú y yo salimos también me hiciste esperar... IVETTE MARÍA."

Puso las manos en la cadera y puso una cara de falsa ofendida. "¿Tú vas a seguir reclamándome eso? ¿Después de once años? ¡Qué horroooor!"

Me tuve que reír. "Dame quince minutos. No, diez. En serio. Y subo."

Me sonrió otra vez. Miserable sonrisa, que me ponía tan mal. "Bueno. Está bien", ahora con un falso puchero. "Pero mira que tu esposita es impaciente. Y además...", se levantó la batica de algodón que llevaba, mostrando unas delicadas y blancas pantaletas, "hace como calooooor..."

"Suboencincominutos." Lo dije sin pausar ni nada, y pelando los ojos.

"Más te valeeee..."

Mientras subía, me di cuenta de dos cosas: uno, malhaya sea cómo todas las mujeres lo manipulan a uno hasta quedar como un pendejo.

Y dos: coño, vamos a estar claros, a veces es muy sabroso quedar como un pendejo.

Wednesday, July 25, 2007

Ella: la búsqueda (II)

Dame cinco minutos, lindo, sí?

Dependiendo de qué clase de persona seas, esas primeras tres palabras o te dan aliento o te desesperan. ¿Yo? Yo creo que deberían ser las peores palabras que un hombre puede escuchar, sólo superadas por Tenemos que hablar. Ningún hombre debería ser sometido a semejante tortura.

Pero hombres al fin, jamás aprendemos.

Esas inocentes palabras las recibí a las 4:55 de la tarde de un sábado de julio. Había llegado puntual a recoger a la chica de mis sueños. Iba a llevarla a tomar un café, iba a llevarla a ver alguna película que yo esperaba no fuera una basura particular, y después la regresaría aquí. Bueno, esa última parte era algo que cualquier hombre en los inicios de sus veinte años quiere considerar "una posibilidad abierta", pero era la esencia.

Yo le había avisado por mensajito que ya había llegado, y esa fue la respuesta. OK, eso lo puedo tolerar, pensé.

Poooobre idiota...

La señorita en cuestión vive en una calle ciega en una urbanización al este de nuestra querida ciudad. A esa hora, ese día, estaba atestada de caros. Los únicos sitios para parar el caro eran las entradas a los estacionamientos. De modo que maniobré mi Starlet (sí, un Starlet... ya llevaba diez años en mi familia. ¿Y qué?) a la entrada de su edificio, y me senté a esperar. Chequeé mi colonia, aliento, asiento de copiloto. Revisé que el asiento de atrás no estuviera demasiado desastroso. Al ver que todo estaba en orden, me bajé del carro. Tenía todo el show armado: Madame, buenas noches, pase adelante. Entones le abro la puerta y le tomo la mano para que se monte. Y doy la vuelta por detrás, a ver si me abría la puerta. Alguito que aprendí de la película A Bronx Tale. Gracias, Chazz Palmintieri.

Bien, me bajé, y me recuesto del carro. Sabes, tratando de parecer el dueño del mundo. Qué pendejos somos cuando chamos, Dios... Bueno, anyway, de todos modos no bien me recuesto del caro, cuando veo que la reja del garage se está abriendo. Alguien iba a salir de su edificio. Corro a mover el caro, después de hacer el gesto universal de pedir perdón de levantar las manos y sonreír a la señora que está en la camioneta que se dispone a salir. La señora levanta las manos y asiente. Tranquilo, pero dale, muévelo.

Muevo el carro, y me vuelvo a meter en mi puesto una vez que la camioneta me pasa al lado. Veo el celular. 5:01. Ya pasaron seis minutos. En cualquier momento. Y me paro al lado del carro.

Y espero.


Y entonces...

¡¡¡PE-PEEEEEEEEEEEE!!!

Casi brinqué fuera de mi piel. 'Na guará de susto. Era un lanchón de carro, un Conquistador, que me pedía paso. Esta vez, sólo levanto las manos para pedir disculpas. El hombre que está manejando se limita a verme. Viejo pajúo, pienso.

Muevo el carro de nuevo, esta vez hacia adelante. El viejo mete su lancha, no antes de lanzar una mirada desaprobadora en mi dirección. Una vez adentro, retrocedo de nuevo a mi puesto, y veo el reloj. 5:11. ¿Y entonces?

Me volví a bajar del carro y me disponía a mandar un mensaje cuando el viejo se asoma por el estacionamiento. Tendría como unos sesenta y pico de años, calvo y con lentes que parecía habérselos comprado a Héctor Lavoe. Y estaba vestido de beige de pie a cabeza. Y con una voz de notable acento italiano, me dice: "Espero que nadie tenga que salir de emergencia mientras tenga ese carro allí."

Levanté la vista, y vi si el hombre iba a seguir con su sermón. El malhumor estaba empezando a gotear dentro de mí, pues nunca me ha gustado esperar. Y este viejo lo estaba pasando de un goteo a un chorrito. Abrí la boca para decirle algo, pero honestamente no quería darle el placer. No iba a dejar que me arruinara la vida

(más de lo que ya estaba)

de modo que me limité a mirarlo. Hasta traté de sonreír. Y le levanté la mano en paz. Ni mutis de parte del fiero italiano. Y todo hubiera quedado ahí. Hasta que masculló: "Muchachos del coño que no quieren servir para nada..." mientras se alejaba.

No soporto, ni he soportado nunca, a los que se creen superiores por su edad. Por lo que han vivido. Por el puesto que tienen. El comentario apretó un botón, y mi sonrisa desapareció en un instante. Además, en ese interín vi el reloj. 5:16. ¿Alguien me dice dónde está esa mujer?

Me levanté para defenderme de lo que yo veía como el más injusto e inaceptable de los ataques contra mi condición de juvenil. Me veía reduciendo al viejo a lágrimas, quizá hasta causarle un ataque. Y todo para nada, pues la entrada del garaje empezó a abrirse de nuevo.

Me debatí un momento entre mandar al nuevo chofer al carajo y arrancar tras el objeto actual de mi irritación, que el mundo se vaya al Diablo, y devolverme a quitar el carro. Y claro, como siempre, el ser civilizado y pendejo se devolvió al carro a moverse. Pero también, como se había abierto la reja, el dueño del Uno que salía no estaba muy contento.

Le grité "Ya voy, ya voy", irritado hasta más no poder. Y cometí el error de ver el reloj otra vez: 5:20. La carajita me tenía esperando ya quince minutos. Había tenido que mover el carro para atrás y adelante tres veces, había pasado calor, y había sido insultado. Quién coño se creía esa niña de papá para --

Y en eso, justo antes de que me devolviera al hueco frente al garage, la puerta del edificio se abrió. Y yo nunca me he odiado tanto.

El objeto de mis afectos se había puesto un jean azul profundo, perfectamente amoldado a unas piernas que han visto su tiempo en el gimnasio. Tenía un top blanco con delgadas tiras que mostraba hombros acanelados con una ligera escarcha. Y el maquillaje que tenía era el mínimo requerido para lograr resaltar su belleza, no ser su belleza.

Y en un instante, yo me olvidé de todo. No solté la rabia del todo, pero sus gruñidos pasaron a susurros. Alguna parte de mí protestó porque estaba dejando que una mujer me sedujera con su aspecto, pero en realidad no tenía razón.

Lo que me tenía seducido era la lata de té Lipton que tenía en la mano.

Llegó al carro con una sonrisa avergonzada que a mí qué me importó si era verdadera o no. Abrió la puerta, se montó ("Ah pero es que cree que aún nos vamos", protestó alguna parte de mi mente, pero no la oí mucho), y casi sin respirar dio esta excusa:

--Ay, mi cielo, discúlpame, soy la peor, de verdad que se me fue la hora arreglándome, es que no quería que me vieras toda sucia como siempre me ves con la cara de estresada...

(¡¿ESA es su cara de estresada?!)

--...y tú pasando calor acá abajo, mira te traje un té para que no me odies mucho. De verdad discúlpame, ¿sí? Toma.

Y me dio el té. Yo aún la veía como quien está en Babia. Y juro que mil cosas me pasaron por la cabeza: poner cara de culo y decir gracias, decir algún chiste irónico después de decir gracias, formar un peo maunque sea educado, lo que sea con tal de reclamar mis derechos.

En cambio, simplemente abrí la boca y dije:

--Tranquila, linda. Total, tampoco fue tanto así. Gracias por el té. ¿Nos vamos entonces?

IDIOTA.

Monday, April 02, 2007

Ella: la invitación (I)

NOTA: Está escrito en primera persona, pero no es una experiencia propia. ES una mezcla de varias, más algunas que me han contado, ante las cuales he sacudido mi cabeza en incredulidad. Pero bueno...

OTRA NOTA: Esta historia debe tomarse como lo que es: algo ligero, humorístico y sin mala intención.

OTRA NOTA MÁS: Cualquiera que se sienta aludid@ en esta historia... ¡que por favor agarre consejo!

Les quisiera empezar a contar la historia de ese día con una nota profunda, pero es que me da tanta risa que no me sale. Claro, me río ahora, que soy un hombre de cuarenta años hecho y derecho. Pero juro que ese día pensé que iba a comprobar si lo que dicen los asesinos en serie más notorios --Jack el Destripador, Ted Bundy, el Unabomber-- es cierto: hay personas que sencillamente merecen morir, o al menos sufrir en la medida que nos han hecho sufrir a nosotros.

Ustedes se preguntarán: ¿qué habrá vivido este hombre que algo albergó semejantes sentimientos dentro de él? ¿Un trámite en un Ministerio? ¿Un error en una nota de examen? ¿La odisea que es sacarse el pasaporte?

No mis amigos: salí con una mujer.

Ese solo comentario podría provocar sospecha, ira, o burla, o una clara furia por parte de ustedes que algún día lean esto. Pero pido que sólo déjense llevar por mi historia, y al final ya verán si tenía razón o no.

-oOo-

--Claro que saldré contigo, tonto. ¿A dónde me llevas?

La frase me había agarrado tan desprevenido que por un momento no supe qué contestar. Ella era hermosa, simpática, estudiosa --mucho de lo que yo no me consideraba. Bueno, hermoso no era, eso es seguro, quizá "no feo"...

--¿Robert? ¿Estás ahí?

Empecé a sentir una ligera ansiedad. Había querido invitarla a salir desde inicios del semestre. La veía caminando por todo el campus de la universidad cada mañana. No entendía cómo una estudiante de Derecho podía sonreír tanto, sabiendo como sabía por mis hermanos que la carrera en la Metropolitana era lo que era. Yo sé que los estudios de Psicología me tenían ya mal a mí. Así que no sé cómo logré siquiera llegar a hablarle, hace ya dos meses, y ahora la invité a salir, convencido de que me iba a decir que no, pero ahora me dijo que sí, y yo estaba ahí viéndola como un pendejo, habla animal, junta palabras, asiente, sonríe, di ALGOOOOO...

--No... ejem... no lo sé, tú dime...

Me sonó supremamente estúpido, pero lo rematé con una sonrisa que se sintió tan natural como un caballo de esponja. Pero ella levantó la ceja, y me dio una sonrisa propia. Yo sentí mis entrañas convertirse en flan.

--Bueno sí, supongo que estás aquí, bobote. Cuéntame, ¿a dónde vamos?

Me di cuenta que no había exactamente planeado la velada. Empecé ya no a sentirme inquieto, sino entrando en pánico. De modo que abrí la boca y no controlé mucho lo que dije. Sabía que iba a regresar y picarme en una nalga, como dicen los gringos, pero estaba demasiado nervioso para detenerme ahora.

--Bueno pensaba llevarte al cine, de repente a ver Milagros Inesperados...

--Ay esa no es de miedo, ¿verdad? ¡Ay me da pánico!

No estaba demasiado seguro si lo era o no, pero como dije, ya estaba en piloto automático. --No vale, no creo. Bueno después de repente a comer, sushi, o pizza, tú me dirás...

--¡Ay sushi, Robert, sushi, me fascina!

--Y bueno, a menos que extiendan la noche otras doce horas a tu casa...

Demasiado tarde me di cuenta del chinazo y la lectura secundaria que se podría hacer de esa última parte. Ya, listo, cualquier buena imagen que tuviera de ti se fue por el bajante como la basura de una semana. La ofendiste, viejo, animal de monte, cómo coño se te ocurre decir esa VAINA...

--¡O sea, quiero decir que... Bueno, que yo te LLEVO a tu casa, sabes... Y yo me voy a la mía, y bueno...

Sentía que en cualquier momento me iba a desmayar, o sudar como un cochino, o que la vena en la sien me iba a estallar.

Pero ella peló los ojos y rió como una niña. --¡No, claro, ni modo que voy a dormir en la tuya!

La idea me era muy atractiva por supuesto, y era una oportunidad perfecta para que un ser humano normal dijera algo gracioso, pero ya no confiaba en poder hacer un comentario inteligente. De modo que me limité a reírme del suyo y dije algo como "sí, claro, tienes razón..." Me sentía como el propio Hugh Grant en cualquiera de sus mejores películas.

--¿Entonces a qué hora me cojes?

Por un momento el shock me iba a hacer botar mis libros. Eso no fue lo que dijo, ¿verdad?

--¿Perdón?

--¿Que a qué hora me recojes?

--¡Ah! A ver... eh... ¿te parece como a las cinco bien? La película es a las siete y media, de repente podemos tomarnos un café o algo antes del cine.

--¡Ah chévere! Así si es muy aburrida no me duermo, jejejeje...

La idea de que la primera vez que saliera con esta mujer la llevo para un bodrio de película era algo que yo no quería ni considerar, menos ahora que estaba montado en el aparato. Así que le di mi risita de Hugh Grant, le confirmé su dirección, y listo. Había logrado invitarla a salir a pesar de mis nervios de carajito. Lo peor había pasado...

...¿verdad?



Friday, February 23, 2007

El Reencuentro (y III)

La cola avanzó sólo un poco más. Si el galán volteaba un poco a la derecha, vería el carro de Alberto, y éste estaba convencido que lo reconocería y sumaría dos y dos en un segundo. Alberto no había estado en una pelea desde primer año. Y en ese entonces hacía algo de deporte y el otro pesaba lo mismo que él. Este tipo le llevaba al menos media cabeza, y se veía un asiduo al "gym". ¿Iba a hacer el ridículo de esa manera, ahí, después de una noche mágica, y por Alicia? Se rehusaba a pensar eso. Miró a su alrededor, buscando alguna salida, algún alivio, algo.

El celular le recordó que tenía un mensaje sin leer. La sollozante Alicia estaba aún tendida sobre sus piernas, sobre el celular. Ya habían pasado cinco minutos desde que le había llegado el mensaje, si duda de Helena. ¿Qué le iba a decir? Pero pensó que debía ser lo primero en atender.

--Alicia, dame un ladito para agarrar el cel--, dijo. Pero Alicia no se movió.

--Anda, Lici, dame un ladito--, insitió. Creyó que llamándola por su apodo de cariño la lograría calmar. Mala idea.

--¡POR FAVOR NO ME DIGAS ASÍ!-- berreó. --¡AHORITA NO!

Alberto casi la deja allí. Tuvo que hacer un acopio de fuerzas para no molestarse, recordar que esta mujer estaba pasando por algún trauma. --Está bien, disculpa-- dijo con tono resignado--. ¿Me puedes entonces por...

Alicia metió la mano rápidamente debajo de su cuerpo sin levantarse un ápice. Tomó el celular y casi se lo lanzó a Alberto en el regazo. --Toma. Mata tu angustia--, gruñó Alicia.

Alberto no le dijo nada. Movió el carro unos metros más allá. El galán vociferó una vez más el nombre de su acompañante, quien esta vez no se inmutó. Había un grupo tratando de calmar al galancito, pero no con mucho éxito. Se concentró en el mensaje que, en efecto, era de Helena.

Bebé, no has llegado? Te estás tardando, amor. Todo bien?

No amor, pensó Alberto. NADA bien. Pero al menos estás tú.

Pensó brevemente decirle por lo que pasaba. Pero nunca le había mentido a Helena (o a Alicia tampoco, si a ver vamos) y no quería empezar ahora. Pero obvio, no era idiota, no podía echarle el cuento completo. Así que fue sincero y breve.

Sí, mi cielo, todo bien. Pasa que me desvié, tenía de todo menos sueño, por culpa tuya. Y si supieras lo que vi. Ya te cuento! :-)

Al menos la sonrisa al final no sonaba demasiado falsa. Y esperaba que la tranquilizara un poquito. La respuesta llegó casi de inmediato: Ok amor. Pero seguro todo bien, bebé? No te ha pasado nada en serio? Mira que me da y me pongo fea! :-D

A pesar suyo, Alberto sonrió discretamente, asegurándose que Alicia no lo viera. A menos que le dieran verdadera razón, Helena siempre era de espíritu alto. Era una de las cosas que le fascinaba de ella: cómo siempre trataba de mantenerse de buen humor. No sabía si era realmente optimisita o muy ingenua, pero era increíble que eran las dos de la mañana, él le estaba diciendo algo que pondría a cualquier cuaima en alerta, y ahí estaba Helena, tan tranquila. La amó profundamente, y el recuerdo combinado de su vientre desnudo y sus brazos a su alrededor de su cuello cuando lo saluda lo llenaron de una paz que hizo que todo se le resolviera. De verdad tuvo que hacer milagros para que Alicia no le viera la cara. Lo hacía más por consideración que por otra cosa, pero igual quería evitar avivar la candela.

Le contestó rápidamente: Jajajaja, no, no estoy bien, porque te tuve que dejar en la casa. Te llamo cuando llegue, al cel para no despertar a nadie en tu casa, sí? Te amo mucho, bebé. Mucho!

Esperó la respuesta, y cuando llegó cerró su cel. Alicia masculló algo de que por qué no lo había sacado de allí, qué hacía que no lo ayudaba, y Alberto nuevamente estuvo tentado a mandarla a que se bajara del carro. Su tristeza había sido reemplazada por una creciente irritación, pero estaba decidido a seguir pareciendo el bueno de la partida. Le dijo que había mucha cola, pero ya estaban por salir.

"¡Lárgate de aquí, pedazo de perra!"

Era el galancito. Le estaba hablando a una mujer con una cara de bichita que no les puedo ni contar. Un vestido muy corto y pegado con media teta al aire de lado y lado decía que de high-class no era. Y menos cuando vociferó:

--¡¿Perra?! ¡Perra la bichita con la que estabas tú metido en esta vaina! ¡Claro, a mí me cojes una noche y ya! ¿Pues sabes cómo es la vaina?

Alberto no quería oir más, pero igual sintió un ligero alivio cuando creyó empezar a entender cómo había sido todo. Subió el vidrio, prendió el aire, y finalmente pudo cruzar a la derecha y escapar de una situación muy incómoda.
-oOo-

Por unos minutos, manejaron en un silencio que a Alberto se le hizo pesado. Alicia se había incorporado, y miraba por la ventana. Alberto le lanzaba furtivas miradas, esperando alguna reacción de alguna especie. Cuando no vio ninguna --de verdad ninguna, ni siquiera un respiro--, volvía a mirar la calle. Después de diez minutos de este baile, no aguantó más.

--Alicia, ¿me quieres contar qué pasó?--, dijo, con tacto pero sin pena.

--No-- fue la respuesta, sin ningún titubeo, seco como una hoja. Después se encerró en su concha. Tanto que Alberto decidió que simplemente la llevaría a su casa y ya. Estaba cansado de sentirse como el güevón, el que se preocupaba por los demás y recibía el coñazo, el que--

--Él trabaja conmigo-- dijo Alicia, tan repentinamente que Alberto casi salta en el asiento. --Tenía más de un año cayéndome, invitándome a salir, pero estaba tan segura que lo único que quería era cojerme que siempre decía que no...

Se quedó callada un momento, sin que Alberto supiera si estaba agarrando aire, resistiendo las ganas de llorar o disimulando su vergüenza por lo que había dicho o hecho al final, y Alberto lo aprovechó.

--¿Ese era Esteban Rodríguez?-- preguntó Alberto. Conque era de ahí que lo conocía. Había ido con Alicia a una fiesta de la compañía, y Alberto le había caído como una pastilla de cianuro. El hombre se creía el regalo de Dios a las mujeres, y siempre se le "escapaba" una mirada, un gesto, incluso Esperaba que la crítica que había en su cabeza no se oyera en su voz.

--Sí--, dijo Alicia, simplemente. Por lo visto no se oía. --La semana pasada me estaba volviendo loca de estrés en el trabajo, y de verdad necesitaba salir a despejarme. Bueno, Esteban como que lo sintió, y dijo que iba a salir con un grupo a la noche, que si quería venir. Como era un grupo, acepté. Total, con otra gente ahí la cosa podría ser más segura, ¿no?

Acompañó esto con una amarga sonrisa. A pesar suyo, Alberto empezaba a sentir lástima, y una parte suya se odió por ello. Era esa compasión por los demás que se estaba reprochando hace menos de cinco minutos, y aquí estaba cayendo en ella otra vez. Le iba a traer problemas un día de estos. Esperaba que éste no fuera ese día.

Alicia había vuelto a su concha, y lo hizo por tanto tiempo que Alberto empezaba a pensar que no iba a continuar. Pero sí lo hizo. Y cuando volvió a hablar, había un ligero tono de sollozo en su voz, junto con un no tan ligero dejo de vergüenza. La lástima de Alberto subió otro peldaño. Se estaba empezando a odiar a sí mismo. Miserable bondad.

--Bueno, pasó lo que pasó, claro, idiota yo... y de repente, en... en pleno beso... yo siento que alguien me agarra y me voltea... y de repente siento un coñazo... no una cachetada, sino un coñazo... en la cara...-- y se toca la marca en su mejilla, ausentemente-- que del tiro me sentó... cuando miro para arriba, el otro animal lo que hace es mirar a la tipa con cara de pendejo... la tipa parece la cachifa que se disfrazó para salir...

Alberto tuvo que morderse la lengua para no reírse. La descripción era cercana.

--Y antes de que pudiera decir nada, la bicha le lanza una cachetada... creo que hasta le cortó la mejilla... y la tipa ha empezado a pegar unos gritos... y yo lo que sentía era todo el mundo mirándome... ni siquiera esperé a que alguien se ocupara de mi. Me paré y salí... y bueno, ahí me viste. Qué bolas tengo yo...

No habló más, y miró hacia adelante. Mil cosas le pasaron por la cabeza a Alberto. Decir algún cliché. Suspirar y decir tranquila, eso pasa. Tocarle el hombro en señal de consuelo. Algo. Optó por guardar silencio un rato. De repente volteó a ver a Alicia, y vio que había empezado a llorar otra vez. No creyó el silencio fuera una opción ya. Y se arriesgó. --Lo siento, Lici.

Esperaba que le soltara una arenga como antes. Pero la reacción fue menos intensa. --Gracias, Beto--, dijo ella.

Otros cinco minutos pasaron. La casa de Alicia, en El Paraíso, estaba cerca. Helena debía estar dormida, pero con el celular al lado, esperándolo. Alberto ya sentía que su hermosa noche había sido el mes pasado. Y honestamente, ya tenía sueño. Pero algo que Alicia dijo lo trajo un poco de vuelta al aquí y ahora.

--Discúlpame Beto, por lo de antes... por el arranque cuando me dijiste Lici.

--Tranquila, vale. Bajo las circunstancias, se entendía.

--No, no entendías-- dijo Alicia, pero con suavidad. --En ese momento no me sentía ni merecedora de ningún cariño. Bueno, aún no me siento... Y además, tú eres el único que me dice así, me daba como dolor oírlo. De verdad, discúlpame.

--Claro vale, no te preocupes--, dijo Alberto, mirándola a los ojos, y sonriendo. Los ojos de Alicia estaban rojos, pero aún logró una sonrisa. Se veía muy cansada, y un poco mayor. Pero Alberto creía que iba a estar bien. El sentimiento paternal se apoderaba de él, y quería darle un abrazo. Pero no pensaba hacerlo. Ya con haberla rescatado como un héroe de película era suficiente. Además... algo le decía que no confiara en un contacto tan cercano con su ex. Algo le decía que no confiara en sí mismo.

Para más señas, el hecho de que Alicia no le hubiera preguntado por Helena... ¿Acaso no lo sabía? ¿O no le importaba? ¿O...? Alberto no quería pensar en nada más.

Finalmente llegaron a casa de Alicia, una de las pocas calles cerradas de El Paraíso, cerca del estadio. La casa donde alquilaba un anexo estaba toda a oscuras, el carro de los dueños no estaba en el garaje. Alberto recordaba a la pareja, unos españoles de mente curiosamente abierta. La evidencia estaba en que más de una vez la pareja había tenido encuentros... íntimos, y ellos no habían botado a Alicia, ni le habían reclamado. Hasta cariño le habían tenido a Alberto. La señora (¿Roberta? ¿Federica?) hasta se había mostrado triste un día que se habían encontrado en un centro comercial, cuando supo que habían terminado. Debían estar de viaje. Algo no le entusiasmaba dejar a Alicia sola, pero no veía otro remedio. ¿Qué iba a hacer? ¿Quedarse allí? Sí vaaaaleeee....

Paró el carro enfrente de la casa, y esperó a que Alicia hiciera algo. Parecía otra vez abstraída. Volteó hacia la casa, y tomó aire. Alberto pensó que simplemente iba a darle las gracias. Pero sólo le dijo una palabra, aguada por las lágrimas.

--Quédate.

El tiempo se paralizó. Alberto sintió un géiser de adrenalina recorrer todo su cuerpo. Sólo pudo preguntar: --¿Perdón?

--Quédate Beto. Por favor.

Por al menos cinco segundos, Alberto no pudo hablar. De casualidad pudo parpadear. Que la casa cobrara vida lo hubiera impactado menos. Esto no estaba pasando, se dijo por segunda vez esa noche.

--Lici... --tragó fuertemente, no lo logró, lo intentó otra vez--... Alicia, ¿sabes lo que me estás pidiendo?

Alicia volteó lentamente hacia el frente. Las lágrimas empezaron a correr de nuevo. Alberto no recordaba sentirse así de asustado en mucho tiempo. Era incapaz de moverse. Mucho menos hablar. --Te estoy pidiendo... te estoy suplicando...--volteó hasta ver a Alberto de frente-- que por favor... por todo lo que vivimos, por todo lo que yo he pasado, que te quedes conmigo esta noche.

--Lici--

--Por favor, Beto. Cuando terminé contigo mi vida estaba cambiando de una forma que yo no me esperaba. Que yo ciertamente no planeaba. Y no me gustó. Me asustó. Me asustó depender de alguien como lo estaba haciendo de ti, yo con mi independencia y mi vaina. Pero mira, ya ha pasado más de un año y mi vida está peor que cuando nos separamos. Eso fue un error. Un error mayúsculo. Necesito esa vida de vuelta, Beto. Necesito esa paz, esa felicidad, esa tranquilidad.

--Pero--

--Por lo menos esta noche--. Ya Alicia empezaba a adquirir un tono de súplica que Alberto sabía que ella sabía que él no podía resistir--. Dame esta noche, Beto, por favor. Mañana en la mañana piensas lo que quieras, pero por favor... esta noche quédate. No quiero que me dejes sola, ¡por favor!

Estaba empezando a acercarse. Con las últimas palabras le tomó su mano. Estaba tan cerca que Alberto podía oler su perfume ligado con su sudor. Estaba aterrado. Cerró los ojos...

...y se dejó llevar, el beso fue largo, furioso, desesperado, la mano de ella buscaba su cierre, la otra le tomaba del pelo, las manos de él entraron debajo de la blusa, no tenía sostén, eso estaba fuera del camino, como pudo apagó el carro, los dos se bajaron y corrieron a la casa, ya en la puerta se arrancaron las camisas, y se desabrocharon los pantalones, y Helena no estaba, Helena esperaba, pero no importaba, la deseaba, la necesitaba, la...

--
No.

Alicia estaba a pocos centímetros de su cara. La mirada de repente se le endureció, pero luego bajó a súplica otra vez. --Beto...

--Alicia...-- Alberto suspiró profundo. Esto no podía seguir. Este era el momento crucial. Después de esto no había para ningún otro lado a donde voltear. --Lo siento mucho, pero no. No puedo hacerlo. Y la verdad... --cerró los ojos, respiró profundo, y volteó a su dirección y los abrió--- no va a pasar ya más.

Alicia no se movió, no le quitó la vista de encima, pero las lágrimas empezaban a aflorar otra vez. --¿Es por Helena?-- preguntó silenciosamente.

Muy lentamente, contestó: --En parte. Pero es más por... --tragó duro-- por mí, Alicia. Nuestro barco ya zarpó. Y no volverá. Lo siento mucho, Lici. Lamento todo lo que te ha pasado, ciertamente no te lo mereces... pero tú tomaste tu decisión... y yo la mía. Lo siento.

Alicia lo miró, y Alberto hubiera preferido no ver el odio, la rabia, la desilusión, la tristeza y la necesidad en esos ojos. Pero le mantuvo la mirada. De repente, Alicia retrocedió, agarró su cartera, se secó una lágrima con furia, y dijo: --La próxima vez déjame en la calle, Alberto. No quiero volver a verte.

Alberto no dijo nada. Alicia le dirigió una última mirada, y abrió la puerta del carro. --Gracias. Que tengas una buena vida-- dijo amargamente. Se bajó, y por supuesto, le dio un portazo al carro. Alberto la miró hasta que abrió la reja de la casa. Ella no miró atrás. Arrancó el carro, y tampoco se volteó. Si lo hubiera hecho, habría visto a Alicia sentarse en el porche de la casa, llorando amargamente, llorando como si su corazón se fuera a desgarrar, llorando hasta que algún vecino la mandó a callar. La habría visto entonces entrar a su anexo, bañarse como pudo, y llorar hasta que durmió.

Alberto llegó a su casa en Santa Fe veinte minutos después. Llamó a Helena, quien claro, no estaba dormida. Estaba ciertamente molesta, pero por preocupación. --Cielo esa vuelta estuvo demasiado larga. ¿Me quieres decir qué pasó ahora?-- le preguntó.

--Ahora no, que es demasiado largo, amor, lo siento-- le dijo Alberto--. Pero sí te puedo decir esto: te amo, Helena. Te amo muchísimo.

Silencio al otro lado de la línea. Cuando volvió a hablar, Helena había perdido parte de su rabia. --Bebé, ¿estás bien? ¿De verdad?

--Sí, amor. Claro que sí. Mañana te lo voy a contar todo, te lo prometo.

Silencio. --Yo también te amo, mi cielo. Más que eso... eres el hombre de mi vida. ¡Nunca lo olvides, me oíste! O si no... ¡te saco la lengua!

Alberto rió. Se sentía tan bien después de todo lo que pasó. Estaba seguro que todo estaría bien.

No volvió a ver a Alicia hasta el día de la boda.

Friday, January 19, 2007

Reencuentro (II)

Una vez, Alberto se encontró a sí mismo pensando en qué momento su vida se había convertido en un cliché. Ese pensamiento volvió con la misma amarga ironía. Hasta hace veinte minutos estaba por las nubes por su encuentro amoroso con Helena. Ahora había aterrizado con la fuerza de un Boeing sin tren de aterrizaje.

Había olvidado cuándo fue la última vez que vio a Alicia. Dios, se había olvidado de la última vez que había pensado en ella. Estaba entregado a su relación con Helena, y no iba a rumiar el pasado como mocho mirándose el tocón. Total, en ese sentido le había crecido un brazo nuevo, ¿no?

Pero ahora, ahí estaba. La que había sido el amor de su vida. Y en la peor situación que la había visto.

Alicia estaba vestida con un pantalón negro muy ajustado, y una blusa que sólo tenía frente, no espalda. Algo muy en el interior de Alberto se agitó como en recuerdo al ver la blanca piel de Alicia, pero en seguida se fue. Estaba sentada en la acera de Las Mercedes, por la zona de la Cueva del Oso. No hacía frío, pero temblaba de todos modos, porque estaba llorando silenciosamente. Tenía una marca roja debajo del ojo izquierdo que era demasiado parecida a un golpe para no serlo.

El shock de verla dio lugar a una profunda tristeza en Alberto. Jamás pensó que la vería tan vulnerable como hoy, siendo ella tan confiada en sí misma, tan alegre. Dios, que sea una tontería, pensó.

Llevaba casi un minuto simplemente viéndola, vidrios abajo, música apagada, y por supuesto un carro parado en la vía de Las Mercedes durante tanto tiempo no pasa desapercibido en la ciudad del estrés que es Caracas. El carro que estaba detrás, un destartalado Chevette, tocó su corneta, regresando a Alberto a la realidad. También sobresaltó a Alicia, y volteó hacia el origen del sonido. Antes de que Alberto pudiera hacer nada, sus ojos se encontraron.

En pocos segundos, los ojos de Alicia demostraron un arcoiris de emociones. Pasó de terror, a confusión, a incredulidad, a sorpresa, a vergüenza, a alivio y a tristeza con la velocidad del rayo. Alberto no se movió, estaba absolutamente aterrado, y la irritación del chofer del carro que tenía detrás aumentó. No sólo tocó corneta, sino que se asomó por la ventana y vociferó: "¡Muévete, m'ijo, despierta!"

Pero quien se me movió fue Alicia. Se levantó de un salto, y mientras empezaba a llorar corrió al carro de Alberto. Pareía una niña de siete años que se acababa de caer y corría a los brazos de la mamá. De hecho, en una forma muy real eso fue lo que hizo: en lo que llegó al lado del carro de Alberto, y le agarró fuertemente la mano, mientras le decía entre sollozos: "Beto, te lo pido por favor, sácame de aquí, te lo suplico, llévame a mi casa, llévameyaporfavortelopidoporlo queMÁSQUIERAAAS..." Habló tan rápido que lo último le salió como una sola palabra, a la vez que alzó la voz hasta un plañidero lamento.

Alberto la miró por exactamente dos segundos antes de abrir la puerta de su carro y decirle que se montara. El hombre del Chevette tocó su corneta una vez más, añadiendo algunos coloridos insultos encima para sabor. Alicia corrió para montarse. La cola avanzó más.

"Gracias, Beto", dijo ella. No lo miró a los ojos; vergüenza, quizá. Alberto abrió la boca para preguntarle qué pasó, la cerró, y la volvió a abrir. Pero en eso oyó un hombre que la llamaba fuertemente. Al mismo tiempo, y Alberto nuevamente pensó en una niña asustada, Alicia se escondió acostándose sobre sus piernas. Ese "algo" se alborotó otra vez dentro de Alberto al sentir su boca tan cerca de sus partes íntimas, pero esta vez no esperó a que se alejara; lo espantó de un manotazo mental. Total, estaba demasiado perplejo para estar pendiente de más sexo. Y menos de Alicia. O al menos eso pensaba él.

El hombre que había causado la extrema reacción de Alicia salió de uno de los locales nocturnos. Parecía un galán de novela: pelo largo y lacio, camisa blanca y larga, chaqueta negra con una pinta de Casablanca que no se la quitaba nadie, y zapatos de marca parecida. Era alto, quizá le llevaba una cabeza a Alberto, bronceado, formado... y evidentemente tomado. "¡Aliciaaaa!", vociferó. "¿Qué te hiciste amor? ¡Coño mamita perdónameeee!"

Alberto volteó, y vio que Alicia sollozaba en silencio. Volteó a ver al galancito, y fue cuando le vio una pequeña herida justo debajo del ojo derecho, que se notaba algo fersca. Por lo visto Alicia aún se daba a respetar, pero es evidente que había llegado al punto de quiebre.

"¡Aliciaaaaa! ¡¿Qué coño te hicisteeeee?!" bramó el galán. Alberto creía que lo conocía; pero, ¿de dónde?

"Beto te lo pido", sollozó Alicia entre sus manos, "no sé cómo, pero por favor, sácame de aquí antes de que me vuelva loca..."

La cola no se movía con suficiente celeridad para eso. Y Alberto no tenía para dónde escaparse, pues era una calle de un sentido. El cruce más cercana estaba aún a 50 metros, hacia la prinicpal. Los dientes de la angustia empezaron a hacer su primer rasguño en alguna parte del corazón de Alberto. Algo le decía que si galancito se acercaba lo suficiente y veía a Alicia, las cosas iban a pasar de tensas a peores. Y para rematar, su celular vibró. Helena, seguramente, extrañada que no le había avisado dónde estaba.

Coño de la madre, ¿cómo me metí en este peo?, pensó Alberto. Y lo más importante, ¿cómo carajo voy a salir?