Si puedes por q no te traes una botellita de vino? Me da cosa agarrar las de ak, como es mi papá con ellas.
Héctor simplemente sonreía. Ya a estas alturas se sentía, no como el gato que se tragó al canario, sino a la pajarera completa. ¿Alcohol? ¿Solos? ¿En SU casa? ¡Sí va!
Seguro corazón. Deja que pase por el Prolicor.
Marjorie le respondió que OK, dale, y Héctor prendió la radio. Willie Colón le cantó: "Yo no quiero molestarte, perdona la necedad...", y Héctor se le unió, sintiéndose muy bien consigo mismo, pensando que la noche no podría seguir mejor: "Pero mi cielo... algunas veces necesito que me des segurida-a-ad.."
-o-o-o-
El mensaje que había recibido era preocupante. Se había formado una imagen, quizá ingenua, y esto la tumbaba completa. Pero era una fuente confiable. Tendría que llegar al fondo.
-o-o-o-
Llegó al Prolicor de La California unos minutos después, pensando en todo lo que le había aprendido sobre vino, que la verdad era bien poco. ¿Rojo? ¿Rosado? ¿Blanco? Coño, hubiera preguntado qué prefería. Pero bueno, macho que se respeta adivina lo que quiere la mujer. Busquemos.
Cuando se bajó del carro, Héctor casualmente volteó al carro de al lado. Había una morenaza sentada en el asiento del copiloto, con una cara de ladillada única. Capaz iba con el novio a verlo jugar dominó, o algo así. Héctor se apiadó de ella y a la vez supuso que cualquier mujer que saldría con él estaría en las mismas. Claro, él lo compensaba con realmente atender a sus novias, ¡pero por Dios, estamos hablando de un juego de dominó!
La morena volteó hacia donde estaba él, y vio que la miraba. Héctor se hizo el loco un segundo, pero por el rabillo del ojo vio que la chica no había vuelto a voltear. La miró y ella desvió la mirada, apenada. ¡Ajá! ¡Nos hemos ganado una admiradora más, men! ¡Héctor Andrade fan club!, dijo la voz de Zeus en su cabeza. Héctor decidió probar su suerte sólo un poquito, y dio lo que esperaba pareciera una tímida sonrisa cuando la niña volteó hacia él otra vez, tratando desesperadamente de parecer casual. Pero la sonrisa que le devolvió era de una timidez auténtica... pero no era una sonrisa casual.
—¿Se te perdió una igual, men?
El novio, por supuesto. No era moreno, sino más bien catire, y parecía el propio trol. Era más bajo que Héctor, pero era el doble de ancho. No se había afeitado como en una semana, y llevaba una botella de Ye Monks en la mano y las llaves del carro en la otra, la cual había cerrado en un puño. Héctor no perdió el tiempo en parecer ofendido, sino que se hizo el sorprendido, como si estuviera volviendo de pensamientos profundos. — ¿Perdón?
—Que me parece que estabas mirando mucho a mi geva, cabrón. ¿O era el carro?
Héctor miró al carro, miró a la morena (que convenientemente miró hacia adelante), y miró al trol. Sonrió su mejor sonrisa tipo "chispas señor no sabía lo que hacía". —Coye, viejo, de verdad disculpa. Me quedé pegado pensando una vaina, y no había visto que había una señorita ocupada en el carro de adelante. Entiendo tu arrechera, pero tranquilo. Cero malas intenciones.
El trol lo miró de arriba a abajo, decidiendo si la botella de whisky chimbo que había comprado era lo bastante barata para rompérsela a Héctor en el cráneo. Por suerte para Héctor, el tipo debía ser tan agarrado como lento. —'Cho cuidao con una vaina—, gruñó, y se volteó y se montó en el carro.
Héctor se dirigió a comprar su botella, pero no pudo resistir voltear a ver al trol con su novia la morena salir del estacionamiento. El carro retrocedió, y giró a la izquierda para salir. Y Héctor se infló por dentro cuando vio que la morena lo estaba mirando, discretamente.
Definitivamente, los güevones más grandes tienen a las mejores gevas, pensó. Y luego, pensando en Marjorie, añadió. Bueno... con una excepción.
-o-o-o-
Mientras llegaba a su destino, la angustia se apoderaba de su corazón como un león agarra un conejo. Ya se había desilusionado antes; no podría tolerar algo así de nuevo. Pero ya era hora de que dejara de convertirse en la víctima.
Esta vez al menos sería verdugo.
-o-o-o-
El momento de la verdad había llegado. Héctor no podía creer que sentía mariposas en el estómago. Eso tiene que ser buena señal. Estaba tan emocionado que la botella de vino casi se le cae. Pero a pesar de saberse vulnerable, Héctor se sentía de muy buen humor. Total, Marjorie no tendría por qué darse cuenta de lo... ansioso que estaba.
A menos que mirara para abajo, claro.
Marjorie vivía en una casa relativamente grande, de lo más americana ella, con un jardincito en frente y un caminito hasta la puerta. Héctor respiró profundo, y caminó hasta la puerta. Coño, lo que me faltan son las flores y los bombones, pensó, y eso lo relajó un poco. La presión en sus pantalones no se relajó, sin embargo. Sólo esperaba que no se le notara. Con una sonrisa de Hollywood, llegó y tocó la puerta.
— ¡Voy!— gritó Marjorie desde adentro. Héctor casi sudaba en anticipación, pero se mantenía calmado. Total, ni que fuera la primera vez. Cuántas veces no se lanzaba a casa de Liliana cuando sus papás no estaban y sus hermanos se iban de farra. Hasta cuando estaban, de hecho — los chamos eran panas.
Pensar en Liliana le dio un momentáneo respingo. Se lo sacudió rapidito.
Y Marjorie abrió la puerta. Tenía un mono de lana ajustado puesto, y una franela corta que mostraba parte de su vientre. Héctor no recordaba haberle tenido tantas ganas a una mujer en su vida, pero hizo un acopio por mantener una sonrisa elegante. Y la saludó cortés, casi indiferentemente. —Hooola, cariño, tanto tiempo.
—Hola tú, chico, estás igualito—, respondió ella, sonriendo su sonrisa repleta de frenillos. ¿Qué tienen las mujeres con aparatos que tanto lo enloquecen? ¿O es ÉSTA mujer con aparatos nada más? —Pasa, y ponte cómodo. ¿Quieres que sirva el vino ahorita?
—Como tú quieras, corazón—, contestó, entrando mientras le daba la botella de vino. La casa era muy clásica, espaciosa. Marjorie fue a la cocina, alegando que para qué esperar, si ya estaba fría. Tenían un televisor grande en la sala, y Héctor vio la película que Marjorie había alquilado. Amor en Juego, con Drew Barrymore y otro huevón que no conocía. Comedia romántica. Oh yes. Otra buena señal.
—Dame dos segundos y estoy allá—-, le dijo ella desde la cocina.
— ¿Te ayudo con la botella?—, preguntó Héctor. Todo un caballero.
Pop. El sonido de un corcho destapado. —Tarde piaste, pajarito—, dijo ella, burlonamente.
—Oh, excuse me—, contestó él, en el mismo tono burlón. El inquilino de sus pantalones protestaba. Quieto, nene, que ya vas a comer, pensó en su propia voz. Zeus y él eran panas, pero su relación no había llegado al punto en que él iba a permitirle hablar con su pene.
Marjorie entró cargando una hielera con la botella adentro y le pasó una copa vacía, y Héctor la tomó junto con la hielera. Se sentaron un ratico en el sofá mientras ella servía. Brindaron mirándose a los ojos. Héctor no iba a poder mantener la fachada de caballero suave por mucho tiempo más. Así que abrió conversación. — ¿Y eso tan raro que me llamaste?
—Me perdonas: te escribí, no te llamé.
—Está bien, pues, me escribiste.
—Te encantaría que te dijera que me moría por verte, ¿verdad?
— La frase pasó por mi cabeza, sí—, con una sonrisa pícara para acentuar.
Marjorie tomó de su copa viéndolo por encima del borde. Unos inspirados ojos color miel que le estaban diciendo a Héctor todo lo que él quería oír. —Pues no, no era eso. Simplemente... te quería ver.
— ¿Que no es lo mismo?
—En lo absoluto, señorito. Morirse por ver a alguien es llorar en las esquinas, chillando tu nombre. Yo simplemente tenía deseos de verte. De hecho, se acaba la botella, se acaba la película, se acaba la visita, ¿me oíste?
—Cónchale... y yo con una maleta en el carro... me hubieras dicho.
—Cónchale... qué mala verdad.
—Cónchale.
Se rieron. Un momento de silencio. Y se quedaron mirando. ¿Tan rápido? Héctor lo intentó. Se acercó tentativamente. Cuando ella no se echó para atrás, Héctor llegó completo, pero el beso fue corto pero suave. El inquilino ya chillaba por su libertad. Pero Héctor tenía demasiadas ganas, había esperado demasiado tiempo, como para arruinarlo. Iba a esperar, aunque sus pantalones estallaran.
—Eres un abusador—, dijo ella, pero sonreía mientras lo dijo.
—Uy. Sí, lo soy. Pégame pues—, dijo él, y se volteó para mostrarle sus nalgas. Ella sonrió más.
—Dame un segundo que voy al baño. ¿Por qué no vas poniendo la película?
-o-o-o-
Sabía que era el momento, pero no sabía si podía hacerlo. Pero cuando llegó, también supo que le habían dicho la verdad.
Los guantes salen, junto con las garras.
Al ataque.
-o-o-o-
—Dale, seguro— dijo él.
Marjorie se paró y se dirigió adentro. ¿Y si la sigues, papa? ¿Sales de esa vaina?, dijo Zeus, pero Héctor lo ignoró. Tampoco iba a ser cual cavernícola.
—Ah por cierto—dijo ella—, pedí una pizza hace rato. Si llega ahorita, ¿abres la puerta por fa?
—Cónchale, yo pensaba dejar al tipo afuera—, dijo, mientras prendía el televisor y buscaba cómo operar el DVD.
—Bobo— se oyó la respuesta.
Y en ese momento, como si lo hubiera invocado, sonó el timbre. Héctor esperaba que fuera una sola pizza; tenía hambre, pero comer mucho le bajaba la lujuria. Un pecado capital a la vez, por favor.
Siguiendo su costumbre, Héctor sacó mil bolívares de la cartera y los metió en el bolsillo para darle al pizzero. A lo mejor podrían criticar cómo trataba a las mujeres, pero nunca sería mal cliente.
Héctor fue directo, pensó en pedir la llave, y luego la vio pegada a la puerta. La pasó, y abrió la puerta con una sonrisa de gerente magnánimo que quedó congelada en su cara.
Erika estaba parada en el portal.
Erika.
E-RI-KA.
No hubo tiempo de moverse, esconderse, volver a cerrar la puerta, no hubo tiempo de hacer nada más que pararse ahí y verse como un idiota. Nunca, en la historia de la humanidad, había sido alguien descubierto con los pantalones abajo de manera más evidente, clara y sin forma de refutarlo. Simplemente, estaba jodido. Bien jodido.
-o-o-o-
Después que Héctor la llamó, Erika se disponía a desvestirse, triste de que no lo iba a ver, pero resignada. No conocía lo suficiente de él, pero le había demostrado lo suficiente como para confiar en él. No que a ella le costara mucho; siempre había sido de naturaleza confiada. Así que se había desvestido e instalado a ver televisión, mientras esperaba que Héctor le avisara que llegó a su casa. Cuando le llegó un mensaje, brincó, segura que era él. Pero era de Marjorie, una chama que había conocido en la uni que le juraba que conocía a Héctor. Y aunque era bien pana, el día que le dijo que Héctor la había estado rondando fue cuando empezó a evitarla. Se rehusaba a creer que Héctor era esa clase de hombre. Hasta que esa noche, Marjorie le preguntó si quería averiguar esa clase. Erika estaba aterrada, pero dijo que estaba bien, si acaso para demostrar lo equivocada que ella estaba. Marjorie le dijo que fuera a su casa en media hora, más o menos. Ella le avisaba.
Erika se vistió con un suéter y un blue jean y esperó. Cuando Marjorie le dijo para salir, lo hizo. Cuando llegó y vio el carro de Héctor, juró dos cosas: no iba a llorar, y era la última vez que le verían la cara de idiota.
Al menos por esa noche, la dulce Erika desapareció.
-o-o-o-
Tenía un suéter puesto, pero Erika estaba temblando. Y era una noche calurosa. Héctor vio que temblaba, pero de la rabia. Nunca pensó ver tal odio en un rostro normalmente tan dulce. Y menos pensó en ver tanto odio dirigido hacia él. ¿Ahora sí no tienes nada que decir, huevonzón?, le reprochó a Zeus en su cabeza. Pero Zeus estaba callado. Completamente en shock.
—Te odio—, susurró Erika.
—Ah por cierto— dijo una voz detrás de él. Héctor volteó lentamente (si volteaba demasiado rápido, iba a salir corriendo a matarla), y vio que Marjorie se había cambiado a una bata y, hasta donde él pudiera ver, nada más, si acaso la ropita interior que Héctor ahora sabía que nunca le quitaría él mismo. Jamás sospechó que podría detestar de tal manera a una mujer que hace cinco minutos había deseado de esa manera. Y la odiaba no tanto por la situación en que lo había puesto, sino porque a pesar de todo la admiraba. Lo había jodido de la mejor y más completa manera. Tenía que admitirlo.
Nunca lo admitiría en su cara, claro está.
— ¿Te conté que Erika y yo estudiamos en la misma uni? Es increíble la paja que puede llegar a hablarse en un baño de damas. Imagínate cuando me enteré que ustedes estaban saliendo juntos. Y chico... justo cuando estábamos saliendo tú y yo. Malo, malo.
Héctor apretaba la puerta. Tenía que haber una forma de salir de esta vaina sin que se le cayera el pene para siempre. Volteó a Erika. Respiró profundo. Abrió la boca.
— ¿Te vas a atrever a hablarme, poco hombre?
Héctor cerró la boca otra vez. Pero lo intentó una vez más. —Erika...
Craso error.
No recibió una cachetada. Erika le dio un gancho izquierdo muy poco femenino. No fue tanto lo duro, pero el anillo que cargaba le dio una cortada pequeña pero profunda. Fue tal la sorpresa que Héctor no volteó la cara otra vez, y cayó en una rodilla. La humillación se mezcló con la más absoluta arrechera. Ahora si miraba a Erika la mataría a ella también.
— ¡MALDITO! ¡POCO HOMBRE! ¡DESGRACIADOOO!— le gritó Erika. Héctor sólo respiraba, esperando el segundo. Pero cuando Erika empezó a llorar (rompiendo el primero de dos juramentos, aunque Héctor no lo sabía), también corrió a su carro, se montó y se alejó. Sólo entonces Héctor se atrevió a pararse.
Marjorie seguía parada en el pasillo. Estaba evidentemente aguantándose la risa, y la furia de Héctor subió otro escaño. Pensó que ahora la podría ver sin matarla, aunque el deseo estuviera. Se le plantó delante, respirando pesado.
—Chamo, qué ganas—, dijo ella.
—Eres...una... PERRA de MIERDA— dijo Héctor. Nunca había insultado así a una mujer en su vida. Bueno, nunca había odiado a una mujer así en su vida, tampoco.
Pero Marjorie como si nada. Su sonrisa se veía muy sincera. La mirada en los ojos era de gran triunfo. —Uy pero qué grosero, Hectorcito. Mejor te vas a casita y te lavas la boquita, ¿sí?
Aún sin poder creer que este demonio vestido de mujer lo había jodido de tal manera, Héctor le dedicó una larga mirada de odio. Quizá si la volviera a ver, le pasaría el carro encima. Pero por ahora debía admitir derrota completa. Se dirigió a su carro, y justo cuando llegó a él Marjorie lo llamó desde una ventana que estaba al lado de la puerta. No quería voltearse, pues sabía que sería otra sorna, pero a estas alturas, ¿qué más le quedaba?
Cuando se volteó, en efecto era otra sorna, pero nunca pensó que Marjorie llegaría a eso. Se había abierto la bata, mostrando su diminuta ropa interior. Los pantalones de Héctor se volvieron a hinchar, y se odió por ello.
—La próxima vez, piensa con una sola cabecita, cariño, que ésa es la que cuenta. Que pases buenas noches, y aprende—, le dijo Marjorie. Y cerrando la ventana, se metió a la casa. Héctor no la ha vuelto a ver.
Chaaaamo... te jodieron feo...., le dijo Zeus en su cabeza.
—Cállate la jeta, maricón de mierda—, gruñó Héctor en voz alta. La verdad es que ya no quería oír a Zeus, ni en su cabeza, ni en persona. Mientras pudiera, esta desgracia no iba a salir a luz pública.
Tardó una hora en llegar a su casa, dando vueltas por Caracas, tratando de calmarse. Cuando llegó a su casa, su madre no salió a recibirle, como era su costumbre. Eso le extrañó.
— ¿Mamá?
—En el cuarto, mijo— le respondió.
Su madre estaba acostada en la cama viendo TV. Tenía una cara que a la vez confortaba y alarmaba a Héctor. Su mirada le mandaba olas de ternura reconfortante, pero a la vez su sonrisa pícara no le agradaba del todo.
—Buena varilla que te echaron las chamas, ¿no?
Héctor se quedó helado. — ¿Y tú como sa...?
—Marjorie me acaba de llamar, pidiendo disculpas por el trauma que acaba de dejarle a mi muchachito, como dijo ella.
La voy a matar, pensó Héctor, sabiendo que no sería así.
—Espero que después de esta, te des cuenta que no todas las mujeres están tan dispuestas a ser aventurita de una noche contigo, hijo.
Héctor no lo podía creer. Él quizá era malvado, pero Marjorie había llegado a maquiavélica. ¡Involucrar a su propia madre! Era simplemente increíble.
—Me voy a dormir, mamá. Mañana tengo cosas que hacer.
Aún sin dejar de sonreír, la señora Rojas, viuda desde hace diez años, con una hija casada desde hace tres y un hijo de veinticuatro delante de ella madurando ante sus ojos, le contestó: —Claro, mi amor. Descansa. Que Dios te bendiga.
Acostado en su cama, Héctor le daba vueltas a toda su noche. Se daba cuenta que ahora tenía dos opciones: podía superar su humillación, volver a la vida que estaba viviendo antes de hoy, teniendo más cuidado con quién salía, o podía empezar a portarse bien como lo medio hacía con Liliana. En eso, le llegó un mensaje. Era Zeus.
Que paso, diablo??? Estas en pleno mete y saca con la gva, o ya puedes contar al pana???
Héctor leyó el mensaje. Vio el celular con calma. Pensó en qué escribir. Y esto fue lo que salió:
Hola Liliana. Despierta?